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El duelo y el personal sanitario

No querer nombrar la muerte, ni las patologías graves o terminales, son un ejemplo de estas actitudes distorsionadas. Así se establece todo un ritual de la hipocresía y de la ocultación que culmina en enmascarar la verdad al paciente sobre su estado, con una falsa piedad que se racionaliza para “evitarle angustias al enfermo”. En realidad el personal sanitario está evitando ejercer una comunicación para la cual no está preparado, que es ni más ni menos la de ser “el mensajero de la muerte”. Además los familiares son siempre cómplices de la mentira.

Otra disonancia importante en el personal que atiende a enfermos terminales es la de no mirar cara a cara al enfermo, y sobre todo a los ojos por temor. Lo grave es que el enfermo lo nota y se ve a sí mismo como desahuciado, como un apestado. En ocasiones cabe destacar la incongruencia que supone el que a nivel de comunicación verbal se le emita un mensaje positivo de recuperación y que a través de la comunicación no verbal se le diga lo contrario.

El aumento de la atención tecnológica y del encarnizamiento terapéutico, es un riesgo que ha ido en aumento por la baja preparación del personal para enfrentarse al paciente terminal. El personal sanitario, con el sentimiento de culpa que le genera su conducta y sus actitudes, quiere justificarse pagando con tecnología, pruebas diagnósticas y terapéuticas (que de nada sirven), lo que le retira de afectividad y humanismo. Así, el “morir hospitalario” se convierte en algo solitario y vergonzante con todo un atrezzo de aparatos estériles que de nada sirven, sucedáneo del calor y del afecto humano. Por todo esto se puede decir que las condiciones de muerte en el hospital han empeorado; alargándose la agonía, el encarnizamiento terapéutico estéril y sin sentido, convirtiéndose el proceso único y especial de pérdida de la vida en solitario, mecanizado y deshumanizado.

Hoy en día, los miembros de un equipo de salud, son los que permanecen en contacto continuo con el paciente y su familia al principio y al final de la vida, ya que la mayoría de los nacimientos y muertes se producen en centros hospitalarios. Este hecho hace que se generen relaciones estrechas entre el personal de la salud, los pacientes y los familiares que esperan encontrar en los miembros del equipo apoyo y comprensión para poder enfrentarse a sus angustias. Para poder responder a esos miedos, angustias y sufrimiento de los pacientes ante la muerte, es necesario enfrentarse primero consigo mismo y tener en cuenta la visión holística al realizar esa introspección.

Lamentablemente en el medio sanitario, el equipo de salud ha sido formado para promover la salud, prolongar la vida, controlar riesgos, curar y rehabilitar enfermos, aliviar el dolor físico… pero no para comprender que en ocasiones su intervención profesional debe estar dirigida a ayudar al enfermo y a su familia a enfrentarse dignamente a la muerte y el duelo, apoyándoles en sus decisiones a veces encontradas y opuestas a las que uno piensa, lo cual implica enfrentar no solo los problemas profesionales y técnicos, sino también emocionales y espirituales.

CONCLUSIÓN – DISCUSIÓN:

El marco sanitario precisa componentes éticos y estéticos para afrontar integralmente el proceso del morir, dotándose de medios, conocimientos y actitudes adecuadas para atender las necesidades biopsicosociales del moribundo con el objeto de morir con dignidad.

Los sentimientos no son ajenos a la esencia del profesional; al contrario, requieren de una presencia concreta, explícita, honesta y real, para poder comprender, interpretar y prever lo que aquel ser que se encuentra a nuestro cuidado requiera, así como lo que pueda necesitar su familia o acompañante.

Una formación adecuada debería de fomentar unas actitudes más adecuadas hacia el enfermo terminal, haciendo tomar conciencia al personal sanitario de sus necesidades fisiológicas, sobre todo en lo referente al alivio del dolor físico y psíquico. Formación que ayude a que el personal sanitario desarrolle habilidades y actitudes de observación y escucha para poder identificar adecuadamente sus necesidades específicas, sobre todo las necesidades informativas de los familiares y allegados. Así, se podrán realizar cuidados adecuados al paciente terminal y a su familia, facilitando y disponiendo mejores condiciones en el entorno, que hagan más cómodo y acogedor el habitáculo del enfermo, tanto para él como para la familia, atendiendo las necesidades espirituales y las religiosas, y un sin fin de cuidados específicos en ocasiones olvidados por falta de recursos, iniciativa, miedo y falta de conocimientos.

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