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Mecanismo bioquímico de la diabetes tipo-2. Revisión

Mecanismo bioquímico de la diabetes tipo-2. Revisión

RESUMEN:

El presente estudio tiene como fundamento proporcionar un concepto aclaratorio sobre el complejo proceso bioquímico de la Diabetes mellitus tipo-2 (DMNID). Consideramos esta DM-2 como una más de las enfermedades no transmisibles (ENT), dependientes de una deficiencia energética ocasionada por una serie de factores ambientales de riesgo y del estilo de vida asumido por el paciente, entre ellos, la Diabetes mellitus tipo-1 (DMID). Dichos factores de riesgo son unos de los tantos males con que nos ha castigado la posmodernidad. Por lo tanto, sostenemos que la diabetes mellitus-1 y 2 son patologías adquiridas, no hereditarias, al igual que las otras enfermedades no transmisibles (ENT). De ahí que ellas sean evitables y curables, desde luego no esperando llegar a un catastrófico final, sin buscar ayuda. Debemos corregir el estilo de vida y evitar los factores de riesgo; esa es la salida.

Mecanismo bioquímico de la diabetes tipo-2. Revisión

Dr. Jaime Altamar Ríos. Médico investigador. Hospital Departamental. Villavicencio, Colombia.

INTRODUCCIÓN:

La diabetes mellitus es un trastorno metabólico con dos caras indefinidas, haciéndose acompañar, con frecuencia, de la desagradable obesidad, estimuladas, a su vez, por el sedentarismo, que con otros factores de riesgo tienen alarmadas a las autoridades mundiales de la salud, por cuanto la incidencia de diabetes en el mundo se ha duplicado en los últimos 20 años (1). Según datos de 2011, la prevalencia en el mundo ya pasa de los 360 millones de diabéticos y de ellos, el 90 al 95% pertenece al tipo-2 (1). A la diabetes mellitus-1 la inscribimos dentro del grupo de los factores de riesgo de las enfermedades no transmisibles (ENT); el tipo-2, por su parte, la incluimos en el grupo de las enfermedades no transmisibles (ENT), por ser consecuencia de una deficiencia inmunitaria, derivada de un pobre estilo de vida y hábitos nutricionales inadecuados y otros factores ambientales (2). De ahí que la OMS, en su 67 asamblea, en Ginebra, en mayo del año pasado, señalara que cada año mueren en el mundo 2.6 millones de personas, de las que el 44% fallecen por diabetes y el 23% por cardiopatía isquémica, atribuibles al sobrepeso y la obesidad (1).

En virtud de ello, la OMS ha tomado cartas en el asunto y el relator de la ONU para la alimentación llamó la atención, como una alarma, de que la “dieta deficiente e inadecuada empieza a ser un problema de salud ya más importante que el tabaquismo” (3).

Ahora bien, con la exacerbación del consumismo voraz y la llegada de la revolución del conocimiento, con sus tentáculos de hidra: el electrónico, la informática y la genética, asociados por la aceleración, envuelta en una impulsiva red globalizadora ha irrumpido, de manera violenta, en las estructuras íntimas de la posmodernidad (4). Fenómeno éste que se hace evidente a mediados del siglo XX, cuando empiezan a operarse los notorios cambios en las costumbres de la sociedad, en particular, en América Latina.

Entre esos cambios, se fueron introduciendo progresivamente nuevas normativas en los hábitos alimenticios, que no obedecían a criterios científicos de carácter nutricional, sino a exigencias estrictamente comerciales, inducidas por una impactante propaganda insulsa. Así aparece una multitud de comestibles y bebidas cargadas de tóxicos y un exceso de carbohidratos, grasas saturadas, sal, etc, de donde surgiría la diabetes tipo 1 y la obesidad, que, a su vez se habrían de convertir en factores de riesgo de las enfermedades no transmisibles (ENT) (5).

A ello, debemos sumar las deprimentes condiciones laborales existentes, que inducen a acudir a la comida rápida basura y al consumo de bebidas endulzantes o refrescantes. Igualmente debemos tener en cuenta los angustiantes efectos negativos de la inseguridad laboral, social y familiar en la esfera mental. Por otro lado, a ello se añade la acción de los cultivos transgénicos, la contaminación ambiental simultánea de las fuentes de agua, la tierra y el aire, determinadas por los desechos de la industria, el transporte, los agrotóxicos, los minerales pesados usados en la minería extractiva (mercurio, cianuro, arsénico), el plomo, etc, envenenando los ríos y las fuentes de agua. Al tiempo se fomenta el abuso del alcohol, el tabaco, los narcóticos, las radiaciones electromagnéticas, etc.

Las consecuencias de toda esta conducta alienante de una alimentación inadecuada, sumada ella a la contaminación ambiental, nos sorprendió a mediados de la 7ª década del siglo pasado con un inusitado incremento de un conjunto de enfermedades catastróficas, agrupadas bajo el nombre de ‘enfermedades no transmisibles’, llamadas también ‘enfermedades inflamatorias’ o ‘enfermedades metabólicas’ (2). De ahí que todos esos elementos sean considerados como factores de riesgo, generadores de este grupo de patologías: obesidad, diabetes tipo 1 y 2, enfermedades malignas y cardiovasculares, malformaciones congénitas, desórdenes mentales y neurológicos (esquizofrenia, trastorno bipolar, autismo, depresión, epilepsia, Alzheimer, Parkinson, estrés, ansiedad, reacciones psicológicas, psicosomáticas y otras), lupus, Sjögren, (2,6) etc.

Todo esto se desarrolla a través de un proceso metabólico de naturaleza inflamatoria sistémica. Según estudios clínicos y estadísticos, un 20% de pacientes con diabetes tipo-2 sufre un trastorno depresivo que puede profundizarse (2-10) ocasionando pérdida de la memoria que se desliza hacia un deterioro cognitivo de la persona, pues los trastornos mentales hacen parte del mismo proceso patológico de las enfermedades no transmisibles (ENT), como es el cáncer, las cardiovasculares, etc (2). Y todo ello es la consecuencia de una dieta inadecuada, consumo de tabaco, alcohol, sedentarismo y muchos otros factores.

Las enfermedades mentales y neurológicas comprenden el 13% de las patologías en el mundo con 700 millones de personas, por lo que constituyen la tercera parte de las enfermedades no transmisibles (ENT), según informó la OMS en la 67 asamblea (7-1). Pero, nos atreveríamos a afirmar que la OMS nos ha ofrecido unas cifras un tanto bajas o se ha quedado corta, para no alarmar demasiado,