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Intervención educativa sobre prevención de embarazo en la adolescencia

reproductiva”. (Párrafo 95, Beijing PlatformforAction, 1995)

El cuidado de la salud sexual y reproductiva, incluidos los servicios de planificación familiar y la información, no sólo es una intervención clave para mejorar la salud de los hombres, las mujeres y las y los niñas/os, sino que es además un derecho humano. Todos los individuos tienen derecho al acceso, la elección y los beneficios del avance científico en la selección de métodos de planificación familiar (5.6).

En general, las adolescentes son elegibles para usar cualquier método de anticoncepción y deben tener acceso a una variedad de elecciones anticonceptivas. La edad en sí no constituye una razón médica para negar cualquier método a las adolescentes. Aunque se han expresado algunas preocupaciones con respecto al uso de ciertos métodos anticonceptivos en adolescentes (por ejemplo, el uso de inyectables de progestina sola en menores de 18 años), estas preocupaciones deben sopesarse con las ventajas de evitar el embarazo (12).

Los aspectos sociales y conductuales deben ser consideraciones importantes en la elección de los métodos anticonceptivos para los adolescentes. Los aspectos sociales y conductuales deben ser consideraciones importantes en la elección de los métodos anticonceptivos para los adolescentes. Por ejemplo, en algunos ámbitos, los adolescentes también están expuestos a un riesgo mayor de infecciones de transmisión sexual, incluido el Virus de inmunodeficiencia humana. Aunque las y los adolescentes pueden elegir cualquiera de los métodos anticonceptivos disponibles en sus comunidades, en algunos casos, el uso de métodos que no requieren un régimen diario puede ser más apropiado. También se ha demostrado que las adolescentes, casadas o no, son menos tolerantes a los efectos secundarios y, por lo tanto, tienen altas tasas de discontinuación (12).

La elección del método también puede estar influenciada por factores como patrones de relaciones sexuales esporádicas y la necesidad de ocultar la actividad sexual y el uso de anticonceptivos. Por ejemplo, las adolescentes sexualmente activas que no están casadas tienen necesidades muy diferentes de aquéllas que están casadas y desean posponer, espaciar o limitar el embarazo. La ampliación de la cantidad de opciones de métodos ofrecidos puede conducir a una mayor satisfacción, aceptación y prevalencia del uso de anticonceptivos (12).

Ante la problemática que se observa a nivel nacional y tomando en cuenta que en el consultorio médico familiar “Inspectoría de Tránsito” existe un grupo de riesgo significativo atendiendo a las características socio culturales y psicológicas de la comunidad la cual se caracteriza por ser una zona con nivel socioeducativo medio-bajo, con índice de disfuncionalidad familiar relevante el que influye de manera significativa en la aparición de conductas sexuales inadecuadas, tales motivos llevaron a plantear el siguiente problema de investigación:

¿Cómo desarrollar una Intervención educativa para la prevención de embarazo en la adolescencia en el en el consultorio médico familiar “Inspectoría de Tránsito”, en el municipio de Maracaibo, estado Zulia en el periodo septiembre 2012?

FUNDAMENTO TEÓRICO

Hasta ya entrado el presente siglo, la mayoría de las mujeres se casaban a edad muy temprana, muchas alrededor de los 15 años y pocas hacia los 18. Porque el destino vital de la mujer no era otro que casarse y tener hijos. Y cuanto antes lo hacía, mejor, porque dar hijos a la sociedad significaba una obligación, impuesta por las costumbres y también por las necesidades de un mundo en donde la mortalidad de los niños y las mujeres era sumamente alta. Las pestes diezmaban en pocos días ciudades y regiones enteras, y las guerras se encargaban de arrasar con lo poco que quedaba.

En el medio latinoamericano, no fueron las guerras sino fue la insalubridad crónica la encargada de matar a la población, en especial a niñas, niños y mujeres. La esperanza de vida promedio para las mujeres, al comenzar el presente siglo, apenas si llegaba a los 40 años, mientras que las tasas de mortalidad infantil bordeaban los 180 por cada mil nacidos vivos. Un cuadro espeluznante de mortalidad materno infantil, ocasionada por complicaciones del embarazo, el parto y el postparto y por enfermedades que, en la actualidad, son fácilmente tratadas (13).

Hasta la mitad del siglo pasado, la atención en salud apenas si cubría un mínimo porcentaje de la población nacional, mientras las mujeres indígenas y las campesinas quedaban totalmente marginadas de cualquier posibilidad de atención de salud general y, sobre todo, de la atención del embarazo y del parto.

Con tan baja expectativa de vida, y con la casi seguridad de que un significativo número de niños moriría antes de cumplir los cuatro años, para las mujeres y para la misma sociedad resultaba imperativo, primero, que la mujer se casara lo más joven posible y, segundo que tuviera el mayor número de embarazos que asegurasen un mínimo crecimiento de la población.

La mujer pasaba, de manera brusca, de la niñez a la vida adulta sin ninguna clase de preparación que le permitiera asumir su vida con nuevas perspectivas.

Hasta 1950, el número de mujeres estudiantes fue mucho menor que el de varones: las Universidades eran prácticamente sólo para varones, y era pocas las mujeres que trabajan fuera del hogar. Los ideales fundamentales se centraban en lograr el mejor partido para un matrimonio destinado a la procreación. Un matrimonio, por otra parte, armado, organizado e impuesto por la familia e incluso por extraños. La pubertad, es decir la capacidad generadora, representaba, en la práctica, la principal condición para que una mujer, casi niña, fuera destinada al matrimonio.

Inclusive niñas no púberes eran dadas en matrimonio a adultos, viudos o solteros.

¿Y qué pasaba con la adolescencia? Sencillamente, no existía. En primer lugar, es preciso recordar que el concepto de adolescencia es relativamente nuevo, pues, tan sólo aparece en Europa a finales del siglo XVIII y únicamente adquiere importancia a mediados del XIX. En América llega mucho más tarde.

De hecho, se empieza a hablar de adolescencia en la segunda mitad del siglo pasado como de un proceso de verdadera importancia para la estructuración de las nuevas generaciones. Un discurso que no ha logrado imponerse de tal manera que la sociedad, el Estado, la familia y los gobiernos cambien sus modos de pensar y actuar en torno a la inmensa población de jóvenes comprendidos entre los 12 y los 18 años. Sólo 30 años atrás se empieza a hablar en América Latina de la adolescencia como una etapa básica. Sin embargo, este discurso no penetra del todo en las instituciones