Inicio > Medicina Forense y Legal > La Violencia como fenómeno complejo social > Página 2

La Violencia como fenómeno complejo social

interior del individuo persiguiendo su destrucción o bien orientarse hacia el mundo exterior, como impulso de agresión y destrucción (9). Ese impulso de agresión y destrucción está al servicio de Eros, porque a pesar de su efecto nocivo al destruir algo exterior, preserva a sí mismo.

Sin embargo, cuando la libido trata de domar al instinto de muerte, se mezcla con él formando amalgamas de diversas proporciones (10). No hay instintos de muerte y de vida puros, sino distintas combinaciones de los mismos De hecho Fromm (7) sostiene que la dicotomía instintiva ya estaba al principio a mitad del camino entre la auto conservación y la libido, y después entre el instinto de vida y el instinto de muerte.

De lo antes planteado por Freud (10) sobre la pulsión de muerte surgió una tendencia a unir en lo de la pulsión, lo psíquico con lo biológico, sin dejar claro la presencia de la pulsión en la economía psíquica. Motivado por esto, Jacques Lacan (11) introduce la explicación a través de la creación de imagos, o “representaciones inconscientes” las cuales son imágenes formadoras de identificación del individuo. Las imago vienen a ser determinantes para la producción de síntomas del inconsciente. Dentro de las imagos, existen unas específicas de las intenciones agresivas.

Hay que subrayar, por tanto, que las imago son los elementos centrales de los complejos o serie de momentos que Lacan denominó complejos de destete, de intrusión y de Edipo. Estos complejos sucesivos fueron definidos por Lacan como algo que vincula en forma fija un conjunto de reacciones que puede interesar a todas las funciones orgánicas, desde la emoción hasta la conducta adaptada al sujeto.

Es importante destacar que estos complejos pueden reproducir algo de la realidad en el ambiente del sujeto, estando influenciados por factores culturales y su forma sería representativa de un objeto determinado. En otras palabras, estos complejos intervienen en el desarrollo psíquico, los cuales dominan la conciencia, pero su origen es fundamentalmente inconsciente. La importancia de hacer referencia a la existencia de estos complejos, es que con su existencia se explica el devenir de la subjetividad humana (11).

Al inicio de la vida el sujeto debe experimentar la descoordinación motriz y la dependencia total a otro, en este caso la madre. Esta situación produce en él la toma de una primera decisión vital: continuar apegado a la madre o mejor dicho al imago del pecho materno al cual está unido en una relación parasitaria 12 y que le genera un vínculo afectivo estable, o continuar el camino de la subjetivación a través de la sublimación materna pero teniendo un primer acceso al grupo social, que es lo que Zafiropoulos (13) denomina tomar una decisión ´por la vida. Este dilema al que se enfrenta el psiquismo humano es denominado complejo de destete.

Continuando en el trayecto de la conformación del subjetivismo surge la imago del semejante, al sublimar la de la madre. Es a través de esta imago que el sujeto anticipa la unidad corporal, a través de la contemplación gozosa de su unidad de imagen del semejante en el espejo.

La identificación que elabora con esta imagen posibilita la construcción de la imagen ideal de si mismo que le proporciona unidad y la conformación del yo. Esta identificación le facilita la unidad de la estructura de su propio cuerpo con la que encuentra la identificación narcisista, cristaliza la estructura pasional del yo y también, le proporciona la relación erótica con el semejante (12).

Pero simultáneamente, esa fascinación con la imagen especular o la imagen del semejante le traerá confusión entre lo propio y lo que pertenece a la imagen del espejo, porque también esa imagen del otro le recorta el propio ser del sujeto y pasa a ser considerado el más íntimo enemigo, determinando así la concurrencia agresiva del objeto del deseo del otro (14). Esa imagen del espejo o la imago del semejante que es posible alrededor de los seis meses de vida, es vivenciada como intrusiva de la propia relación que tiene con la madre. De modo pues, que ese otro resulta un invitado no deseado que origina celos, mecanismo que es considerado punto de partida de la agresividad primordial dirigida al otro- intruso que da forma a una agresividad imaginaria correlativa a la formación del yo, dentro del marco de la estructura narcisista y marca la relación con el semejante de un modo tan definido que nunca podrá ser superado en su totalidad (12).

Esta fase es denominada complejo de intrusión y en la cual sucede el transitivismo, que no es más que la variación entre la fascinación y la agresividad imaginaria respecto del otro. En este momento, opera una presión conflictiva dentro del sujeto que se deriva en un despertar del deseo por el objeto del semejante, en otras palabras, de un deseo alienado en el otro. Dándose así el escenario donde sujeto, semejante y objeto juegan bajo el signo de la competencia agresiva de los celos, ya que surge la competencia en vista de que no queda claro que es propio y que es del otro (15).

Y continuando con el esquema propuesto por Lacan, aparece un nuevo factor en la triangulación madre-niño que es la imago paterna (12). Esta imagen es la que sumerge al sujeto en la alteridad, la realidad y los intercambios sociales.

Al reactivarse el objeto de deseo del niño, la madre, y aparece un nuevo actor en escena se instala una rivalidad con el padre por el objeto de deseo, esta rivalidad conduce a dos instancias diferentes. Por una parte, la constitución del superyó cuyo efecto será la represión de la sexualidad. Por otra parte, unido a la figura del transgresor que puede acercarse a la madre, surge el yo ideal, instancia a través de la cual se consigue la sublimación de la realidad. Tanto la represión, como la sublimación son elementos que