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Adenocarcinoma de uraco: revisión de la literatura y nuevos retos terapéuticos

Adenocarcinoma de uraco: revisión de la literatura y nuevos retos terapéuticos

Autor principal: Pablo Gómez Castro

Vol. XX; nº 24; 1137

Urachal adenocarcinoma: literature review and new therapeutic challenges

Fecha de recepción: 12 de noviembre de 2025

Fecha de aceptación: 8 de diciembre de 2025

Fecha de publicación: 19 de diciembre de 2025

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 24 – Segunda quincena de Diciembre de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 24; 1137 – DOI: https://doi.org/10.64396/24-1137Cómo citar este artículo

Autores:

Pablo Gómez Castro. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Jaime Monllau Espuis. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Amaia Arrizabalaga Solano. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Lydia García Fuentes. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Elena Garciandía Sola. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Elena Cirac Amorós. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Marta Burbano Herráiz. Hospital Universitario Miguel Servet, Zaragoza, España.

Resumen

El adenocarcinoma de uraco es un cáncer raro (<1% de los vesicales) originado en restos epiteliales del uraco. Afecta sobre todo a varones en la quinta-sexta década y cursa con patrón intestinal mucinoso; su incidencia es 0,02–0,06/100.000 persona-año y su comportamiento es agresivo. La hematuria es el síntoma dominante; también disuria, dolor suprapúbico y, de forma sugestiva, mucosuria o masa media infraumbilical. Al diagnóstico no es infrecuente la enfermedad avanzada o la afectación ganglionar o a distancia.

El diagnóstico integra cistoscopia (lesión en cúpula/pared anterior), TC abdominopélvica con calcificaciones frecuentes y confirmación histológica e inmunohistoquímica tras excluir primario gastrointestinal o ginecológico. Los criterios de Sheldon/Mostofi y la clasificación de Mayo ayudan a definir primariedad y estadio. No existe TNM universal.

El tratamiento estándar en enfermedad localizada es la resección en bloque: cistectomía parcial del dome con exéresis completa del tracto uracal y umbilectomía, buscando márgenes negativos; la linfadenectomía es selectiva. Cirugía mínimamente invasiva es factible. En tumores pT3-pT4 o N+, puede considerarse quimioterapia adyuvante, a menudo extrapolada de colon (5-FU con oxaliplatino o irinotecán) o esquemas con platinos, con eficacia limitada. La radioterapia tiene papel restringido.

El pronóstico depende del estadio, márgenes y resección del ombligo; la supervivencia a 5 años ronda 50–70%, con recurrencias tempranas locales o sistémicas. El seguimiento exige cistoscopia e imagen seriadas, y marcadores (CEA, CA 19-9) como apoyo. Las líneas futuras incluyen terapias dirigidas (EGFR/HER2, PARP), inmunoterapia en subgrupos dMMR/PD-L1, y sistemas de estadificación específicos sustentados en registros multicéntricos para guiar decisiones y ensayos y mejores resultados clínicos.

Palabras clave

Adenocarcinoma de uraco, diagnóstico de imagen, inmunohistoquímica, terapia dirigida.

Abstract

Urachal adenocarcinoma is a rare cancer (<1% of bladder tumors) arising from epithelial remnants of the urachus. It predominantly affects men in the fifth–sixth decade and often shows mucinous intestinal differentiation; incidence is 0.02–0.06 per 100,000 person-years and behavior is aggressive. Hematuria is the leading symptom; dysuria, suprapubic pain, mucusuria, or a midline infraumbilical mass are also seen. Advanced or nodal/distant disease at diagnosis is not uncommon.

Diagnosis combines cystoscopy (dome/anterior wall lesion), abdominopelvic CT with frequent calcifications, and histologic plus immunohistochemical confirmation after excluding gastrointestinal or gynecologic primaries. Sheldon/Mostofi criteria and the Mayo system help define primary origin and stage. No universal TNM exists.

Standard treatment for localized disease is en-bloc resection: partial cystectomy of the dome with complete urachal tract excision and umbilectomy, aiming for negative margins; lymphadenectomy is selective. Minimally invasive surgery is feasible. For pT3–pT4 or node-positive tumors, adjuvant chemotherapy may be considered, often extrapolated from colorectal regimens (5-FU with oxaliplatin or irinotecan) or platinum-based combinations, with limited efficacy. Radiotherapy has a restricted role.

Prognosis depends on stage, margins, and umbilectomy; 5-year survival is about 50–70%, with early local or systemic recurrences. Follow-up requires serial cystoscopy and imaging, with serum markers (CEA, CA 19-9) as support. Future directions include targeted therapies (EGFR/HER2, PARP), immunotherapy in dMMR/PD-L1 subsets, and urachus-specific staging systems based on multicenter registries to guide decisions and trials, improving clinical outcomes.

Keywords

Urachal adenocarcinoma, imaging diagnosis, immunohistochemistry, targeted therapy.

Introducción

El adenocarcinoma de uraco es un tipo poco frecuente de cáncer que se origina en el uraco, un remanente embriológico que conecta la vejiga con el ombligo durante la vida fetal (1). Tras el nacimiento, el uraco normalmente involuciona convirtiéndose en un cordón fibroso (ligamento umbilical medio) que va desde la cúpula vesical hasta el ombligo (1).

Si partes del uraco permanecen con revestimiento epitelial, pueden dar lugar a anomalías (quistes, fístulas) e incluso neoplasias malignas en la vida adulta. El adenocarcinoma de uraco constituye la gran mayoría de los tumores uracales (aproximadamente 80-90%), mientras que el resto son carcinomas uroteliales, escamosos u otros subtipos infrecuentes (2). Aunque representa menos del 1% de todos los cánceres vesicales, este carcinoma suele ser agresivo y a menudo se diagnostica en estadios avanzados, lo que conlleva un pronóstico reservado con una supervivencia a 5 años en torno al 50%. Debido a su rareza, el adenocarcinoma uracal carece de guías clínicas estandarizadas, y el conocimiento actual proviene principalmente de series retrospectivas y reportes de casos (3).

Epidemiología

El cáncer de uraco es extremadamente raro, con una incidencia estimada en alrededor de 0,02 a 0,06 casos por 100.000 personas-año (4). Representa aproximadamente el 0,2-0,7% de todos los cánceres vesicales y cerca del 10-30% de los adenocarcinomas de vejiga (1). Se presenta típicamente en la quinta a sexta década de la vida; diversas series reportan una edad media al diagnóstico entre 52 y 60 años (4). Comparado con otros adenocarcinomas vesicales no uracales, suele afectar a pacientes más jóvenes (mediana 55 años vs 69 años). Existe una ligera predilección por el sexo masculino (relación hombre:mujer aproximadamente 2:1), aunque algunas revisiones encuentran una distribución cercana a 3:2 a favor de varones. No se han identificado claras predisposiciones familiares ni genéticas, y no se conoce una prevalencia específica en la población general más allá de su rareza (1,2,3,4). Geográficamente, pueden existir diferencias: por ejemplo, estudios de registro han sugerido incidencias algo mayores en países asiáticos como Japón en comparación con Occidente (4).

En cuanto a comportamiento clínico, el adenocarcinoma de uraco suele ser agresivo. Al diagnóstico, entre un 9% y 14% de pacientes presentan metástasis a ganglios linfáticos regionales o a distancia. Incluso con tumores resecables, la supervivencia a 5 años ronda el 50% (5), siendo peor en enfermedad metastásica. Aproximadamente 40-50% de los pacientes presentan recurrencia tumoral tras el tratamiento inicial, a menudo de forma local en los primeros 2 años (5). Estos datos epidemiológicos reflejan la necesidad de un diagnóstico temprano y tratamiento óptimo en una patología de tan baja frecuencia, pero alto impacto pronóstico.

Fisiopatología

El uraco se desarrolla a partir del alantoides embrionario y del seno urogenital, formando un conducto que une la vejiga fetal con el ombligo para eliminar orina durante la gestación. Hacia el cuarto mes de vida fetal, este conducto normalmente se oblitera, dejando únicamente un cordón fibroso (ligamento umbilical medio) en el espacio de Retzius (espacio preperitoneal) entre la fascia umbilicovesical. En el adulto, el uraco fibroso suele medir ~5 cm de longitud y 5-6 mm de diámetro (1). Sin embargo, en 25-35% de las personas pueden persistir restos epiteliales microscópicos del uraco. Estas células remanentes, bajo ciertos estímulos, pueden proliferar y sufrir transformación neoplásica. Se postula que la presencia de metaplasia glandular en el epitelio uracal remanente puede ser un paso previo al desarrollo de adenocarcinoma. De hecho, la mayoría de los carcinomas uracales (hasta 80%) exhiben diferenciación glandular tipo intestinal (entérica) y producción de mucina (1). Dentro de los subtipos histológicos, predominan los adenocarcinomas mucinosos o coloides, seguidos por el subtipo entérico, el de células en anillo de sello y formas mixtas. Microscópicamente, el tumor típicamente infiltra la pared vesical desde la porción intramural del uraco, con una demarcación neta entre el carcinoma y el urotelio superficial normal, y frecuentemente sin afectación de la mucosa vesical adyacente (lo cual ayuda a distinguirlo de un origen vesical primario) (1).

La etiología precisa del adenocarcinoma uracal no está plenamente establecida. Se han implicado como factores predisponentes algunas anomalías congénitas como la extrofia vesical y otras alteraciones uracales (por ejemplo, uraco permeable o quiste de uraco crónicamente infectado) (6). La irritación crónica o infección del uraco remanente podría favorecer la carcinogénesis, aunque esto no se ha confirmado. A nivel molecular, estudios recientes han identificado alteraciones genéticas comunes en estos tumores: mutaciones de TP53 en hasta ~70% de los casos, KRAS en ~28%, además de alteraciones en genes como MYC, SMAD4, GNAS, entre otros. Interesantemente, el perfil molecular del carcinoma uracal muestra similitudes con el del cáncer colorrectal, incluyendo mutaciones en la vía KRAS/TP53 y expresión de marcadores intestinales (7). Estas características sugieren que el adenocarcinoma de uraco puede compartir vías patogénicas con adenocarcinomas gastrointestinales, lo cual tiene implicaciones para su tratamiento sistémico. No obstante, la transformación maligna del uraco sigue siendo un evento poco común y en gran medida idiosincrático, dado lo infrecuente de estos tumores en comparación con la frecuencia de restos uracales benignos en la población general.

Síntomas

El cuadro clínico del adenocarcinoma de uraco suele superponerse con el de otros tumores vesicales, en particular con el carcinoma urotelial. La hematuria (sangre en orina) es el síntoma más frecuente, presentándose de forma macroscópica o microscópica en aproximadamente 70-80% de los casos (8). Muchos pacientes refieren hematuria macroscópica intermitente, a veces inicialmente atribuida a infección urinaria. También son comunes los síntomas irritativos vesicales, como disuria (ardor miccional), polaquiuria (aumento de frecuencia) y dolor suprapúbico, presentes en alrededor de 20-30% de pacientes. En una serie clínica, por ejemplo, se observó dolor suprapúbico en 24% y síntomas de vejiga hiperactiva (urgencia, frecuencia, incontinencia de urgencia) en 12%. Estos síntomas se deben a la localización típica del tumor en la cúpula vesical, que puede causar irritación de la pared vesical y obstrucción parcial.

Algunos hallazgos clínicos pueden orientar específicamente hacia un origen uracal. La mucosuria (presencia de moco en la orina) es un signo poco frecuente pero característico, descrito en cerca del 10% de los pacientes, y se asocia con tumores de tipo velloso productores de mucina que comunican con la luz vesical (9). Otro dato relativamente específico es la presencia de una masa palpable en la línea media infraumbilical, debida a la extensión extravesical del tumor a lo largo del trayecto uracal; esta masa abdominal se detecta en alrededor del 9-15% de los casos. En ocasiones, puede haber drenaje crónico de secreción sanguinolenta o mucosa a través del ombligo si existe una fístula umbilical secundaria al tumor, aunque esto es raro. En estadios avanzados, cuando hay metástasis, pueden aparecer síntomas sistémicos inespecíficos como pérdida de peso, fiebre o malestar general. También se han descrito presentaciones inusuales, por ejemplo, con dolor abdominal agudo por infección de un quiste uracal inicialmente benigno que oculta un carcinoma subyacente (9).

Cabe mencionar que un pequeño porcentaje de pacientes puede cursar asintomático en fases iniciales. Se estima que hasta un 8% de los casos de carcinoma de uraco se detectan incidentalmente en estudios de imagen o cistoscopias realizadas por otros motivos (10). Dada la inespecificidad de los síntomas urinarios comunes, el diagnóstico precoz requiere un alto índice de sospecha, especialmente en pacientes mayores de 50 años con hematuria recurrente, pero sin factores de riesgo típicos de cáncer urotelial (por ejemplo, no fumadores). En cualquier paciente con hallazgo de masa en la cúpula vesical en estudios de imagen y hematuria, debe considerarse la posibilidad de un adenocarcinoma de uraco como parte del diagnóstico diferencial (10).

Diagnóstico

El diagnóstico del adenocarcinoma uracal se basa en la integración de hallazgos clínicos, estudios de imagen y confirmación histopatológica, con criterios estrictos para distinguirlo de otras neoplasias.

Ante la sospecha (por ejemplo, paciente con hematuria y masa en hipogástrio), se debe realizar una cistoscopia. La cistoscopia es fundamental para identificar la localización y aspecto de la lesión; en tumores uracales típicamente se observa una masa o úlcera de base amplia en la pared anterior o cúpula de la vejiga. Este procedimiento tiene alta sensibilidad (90%) para detectar lesiones en esa localización.

Los estudios de imagen complementan el diagnóstico y ayudan a estadificar. La ecografía abdominal puede mostrar una masa supravesical o en la pared anterior de la vejiga; a veces revela contenido mixto sólido-quístico y, en aproximadamente 30-50% de casos, microcalcificaciones en la lesión, un hallazgo sugestivo de carcinoma de uraco. La tomografía computarizada (TC) abdominopélvica es el estudio de elección para evaluar la extensión local y a distancia: típicamente muestra una masa en la línea media que involucra el dome vesical, frecuentemente con componente sólido-cístico y calcificaciones puntiformes. La TC también permite detectar invasión a estructuras adyacentes, ganglios aumentados de tamaño o metástasis. La resonancia magnética (RM) puede ser útil especialmente para delinear la extensión a tejidos blandos y para la planificación quirúrgica, aunque en general la TC es suficiente para estadificación inicial. En casos seleccionados, la PET con 18F-FDG puede emplearse para búsqueda de metástasis ocultas, pero su aporte en la evaluación inicial es limitado con respecto a la TC convencional. Por otro lado, pruebas endoscópicas como colonoscopia (y, en mujeres, estudios ginecológicos) son necesarias para descartar que la lesión vesical sea extensión de un cáncer colorrectal u otro tumor pélvico. La exclusión de un adenocarcinoma primario en colon, recto, apéndice, próstata u ovario es un paso diagnóstico crítico antes de confirmar el origen uracal (10).

Obtener tejido para análisis histológico es necesario. Esto puede lograrse mediante biopsia transuretral durante la cistoscopia o, si esta es difícil (dado que las lesiones en cúpula son de difícil acceso por vía endoscópica), mediante biopsia percutánea guiada por imagen (10). La resección transuretral amplia de la lesión no siempre es factible y conlleva riesgo de perforación vesical, por lo que si la sospecha clínica/radiológica es alta, algunos autores sugieren ir directamente a cirugía definitiva sin biopsia confirmatoria. El diagnóstico anatomopatológico establecerá si se trata de un adenocarcinoma y, apoyado por inmunohistoquímica, ayudará a distinguir un origen uracal de un posible origen gastrointestinal. En inmunohistoquímica, los adenocarcinomas de uraco suelen expresar marcadores como CK7, CK20 (en patrón focal) y muestra β-catenina principalmente en membrana (a diferencia de la nuclear del colon). También pueden ser positivos para antígeno carcinoembrionario (CEA) y negativo para CDX2 en muchos casos, perfil que sugiere origen uracal sobre colorectal. Además, se están investigando pruebas no invasivas; por ejemplo, el test de UroVysion FISH en orina ha mostrado sensibilidad ~71% y especificidad ~95% para detectar carcinoma uracal, diferenciándolo de lesiones benignas uracales, aunque su uso aún no es rutinario (3,6).

Dado que un adenocarcinoma en la región vesical puede provenir de múltiples orígenes, se han propuesto criterios clínico-patológicos para confirmar que la neoplasia es primaria del uraco. Los criterios clásicos de Sheldon y Mostofi (ampliamente aceptados) incluyen:

Tumor localizado en la cúpula o pared anterior de la vejiga

Invasión predominantemente intramural (en la pared vesical) con clara delimitación respecto al urotelio superficial normal

Ausencia de carcinoma in situ o metaplasia glandular extensa en la mucosa vesical adyacente

Presencia demostrable de restos uracales dentro del tumor (no siempre identificables)

Exclusión de un origen en otra localización (no evidencia de adenocarcinoma primario en otro órgano) (2,3).

El cumplimiento de estos criterios apoya fuertemente el diagnóstico de carcinoma de uraco. Algunos centros utilizan criterios más simplificados (Johnson) que básicamente requieren ubicación en línea media con demarcación nítida y descartar primario de otro órgano (2,3).

No existe un sistema de estadificación TNM estándar universalmente aceptado para carcinoma de uraco, y tradicionalmente se han empleado esquemas específicos como la clasificación de Sheldon o la de Mayo. En líneas generales, se considera enfermedad localizada cuando el tumor está confinado al uraco y/o cúpula vesical (estadios bajos en Sheldon/Mayo), y enfermedad localmente avanzada cuando hay extensión más allá de la vejiga (invasión del peritoneo, pared abdominal, órganos vecinos) (2,3,10). La afectación ganglionar o metástasis a distancia constituye enfermedad avanzada (equivalente a estadio IV). Hasta un 60-66% de los casos se encuentran ya más allá de la vejiga en el momento del diagnóstico (10). El sistema de Mayo simplifica en estadios I (confinado a uraco/vejiga), II (extensión más allá del músculo), III (extensión local extravesical) y IV (metastásico), y ha mostrado correlacionar mejor con pronóstico que la clasificación de Sheldon original. En la práctica, una vez obtenida la pieza quirúrgica, se realiza la evaluación histopatológica completa con determinación del grado tumoral y extensión, lo cual guía las decisiones terapéuticas adyuvantes.

Diagnóstico diferencial

Dada su localización y tipo histológico, el adenocarcinoma de uraco debe diferenciarse de otras lesiones malignas y benignas que pueden presentarse en la región del dome vesical o simular un adenocarcinoma vesical (11):

Extensión local de adenocarcinoma de colon u otro órgano

Un cáncer colorrectal (especialmente de colon sigmoide) u apendicular avanzado puede invadir secundariamente la vejiga. Clínicamente, suele haber antecedentes digestivos; la endoscopia (colonoscopia) y estudios de imagen orientan al primario colónico. En inmunohistoquímica, la nuclearización difusa de β-catenina favorece origen colorrectal sobre uracal. La identificación de un tumor pélvico contiguo en estudios de imagen confirmaría esta situación y excluye la primariedad vesical.

Metástasis de adenocarcinoma a la vejiga

Además del colon, otros adenocarcinomas metastásicos (p.ej. de páncreas, mama, estómago, pulmón) pueden implantarse en la vejiga, aunque es infrecuente. Un adecuado estudio de historia clínica, marcadores tumorales y estudios sistémicos (TC de extensión) ayudará a identificar un posible primario a distancia. La presencia de lesiones multifocales en diversos órganos sugerirá metástasis más que un primario uracal (12).

Adenocarcinoma primario de vejiga (no uracal)

Constituye un pequeño porcentaje de los tumores vesicales y típicamente se localiza en el trígono o pared posterior (relacionado con restos uracales), con frecuencia sobre una base de metaplasia glandular extensa o cistitis glandularis en la mucosa vesical. Suele presentar componente intraluminal prominente y puede asociar carcinoma in situ glandular. La localización no en línea media (por ejemplo, en trígono) sugiere fuertemente un adenocarcinoma vesical primario distinto del uracal (12).

Carcinoma urotelial con diferenciación glandular

Un carcinoma transicional de vejiga avanzado a veces muestra áreas de diferenciación glandular que pueden simular un adenocarcinoma. No obstante, en estos casos suele encontrarse carcinoma urotelial in situ o papilar en vecindad, y la masa principal compromete la luz vesical más que la pared. La inmunohistoquímica mostraría marcadores uroteliales positivos (p63, GATA3, uroplaquina II, etc.) que no se expresan en adenocarcinomas puros (12).

Tumores uracales benignos o lesiones no malignas

Un quiste de uraco infectado puede producir masa suprapúbica, dolor y hematuria/piuria, imitando un tumor maligno. La imagen puede mostrar una lesión quística, pero sin las calcificaciones ni la invasión característica del carcinoma. Asimismo, un adenoma velloso uracal o vesical (lesión benigna glandular) es un diferencial histológico; sin embargo, estos adenomas vellosos son no invasivos y generalmente no forman masas intramurales grandes. La correlación clínico-patológica es vital para distinguir estas entidades y evitar tratamientos radicales innecesarios en lesiones benignas (12).

En resumen, el contexto clínico (síntomas urinarios o digestivos), la localización exacta del tumor, y estudios histológicos e inmunohistoquímicos permiten diferenciar el adenocarcinoma de uraco de otras patologías. La exclusión rigurosa de un primario en otro sitio es obligatoria antes de confirmar el diagnóstico de carcinoma uracal primario (12).

Tratamiento

El manejo principal del adenocarcinoma de uraco es quirúrgico, complementado según el caso con terapias sistémicas. Dada la tendencia del tumor a localizarse en la cúpula vesical y extenderse a lo largo del ligamento umbilical medio, el estándar de tratamiento en enfermedad localizada es la cirugía en bloque que incluya la resección del uraco completo, el ombligo y la porción de vejiga afectada (3, 13). Este procedimiento se conoce como uracocistectomía parcial con umbilectomía u onfalectomía, y consiste en una cistectomía parcial (resección de la cúpula vesical donde asienta el tumor) junto con la exéresis del tracto uracal remanente hasta el ombligo y los tejidos perivesicales involucrados, asegurando márgenes negativos. La razón de incluir el ombligo y todo el trayecto es que restos tumorales o uracales pueden estar presentes a lo largo del ligamento umbilical, con riesgo de tumor sincrónico o metacrónico si no se extirpan (12). Diversas series han mostrado que esta cirugía conservadora de vejiga (cistectomía parcial) logra resultados oncológicos similares a la cistectomía radical siempre que se obtengan márgenes libres de tumor (13). Es decir, a diferencia del carcinoma urotelial donde la cistectomía radical es estándar, en carcinoma de uraco una resección parcial adecuada no empeora la supervivencia cáncer-específica (13). Por tanto, se prefiere la preservación del resto de vejiga para mantener la función urinaria, siempre y cuando el tumor esté confinado al dome vesical y se pueda lograr resección completa. En casos de tumor muy extenso intravesicalmente o compromiso difuso vesical, puede ser necesaria una cistectomía radical con derivación urinaria, pero esto no es lo habitual (13). La linfadenectomía pélvica se suele realizar si hay sospecha de afectación ganglionar, aunque no está claramente establecida su necesidad en todos los casos debido a la baja incidencia de metástasis ganglionares (alrededor de 9%). Procedimientos mínimamente invasivos, como la cirugía laparoscópica o robótica, se han reportado como factibles para la resección parcial y umbilectomía, ofreciendo menor morbilidad perioperatoria con resultados oncológicos equivalentes a cirugía abierta en centros expertos (14).

Tras la cirugía, la pauta de tratamiento adyuvante depende del estadio y factores de riesgo patológicos. No existen protocolos de quimioterapia estandarizados debido a la ausencia de ensayos clínicos específicos. En enfermedad localizada pura (pT1-pT2, sin ganglios ni metástasis) con márgenes negativos, muchos pacientes se manejan con observación estrecha (15).

Para tumores localmente avanzados (pT3-pT4) o con ganglios positivos, suele considerarse quimioterapia adyuvante, extrapolando esquemas de otras neoplasias. Estudios sugieren que los carcinomas de uraco comparten perfiles moleculares con el cáncer colorrectal, por lo que con frecuencia se emplean regímenes de quimioterapia similares a los de adenocarcinoma colorrectal (por ejemplo, esquemas con 5-fluorouracilo + leucovorina y combinaciones con oxaliplatino o irinotecán) (16). Alternativamente, también se usan esquemas de cáncer urológico como combinaciones con cisplatino. De hecho, se suele considerar óptimo un esquema base cisplatino, a menudo combinado con 5-FU o gemcitabina, aunque la evidencia proviene de series pequeñas. La efectividad de la quimioterapia sistémica en carcinoma uracal avanzado es modesta; reportes indican que la quimioterapia convencional tiene eficacia limitada en enfermedad metastásica. En ausencia de guías, el médico tratante define la estrategia según cada caso, ponderando toxicidades y posibles beneficios (16).

La radioterapia no se utiliza rutinariamente, ya que los adenocarcinomas son relativamente radiorresistentes y la evidencia es escasa. Sin embargo, podría considerarse en situaciones de margen positivo no resecable o paliativa para control local, aunque su rol exacto está por definir y se necesitan más estudios sobre su utilidad (16).

Los resultados oncológicos dependen del estadio inicial y de la calidad de la cirugía. En series contemporáneas, la supervivencia específica a 5 años para pacientes tratados quirúrgicamente oscila entre 50% y 70%, mejor para enfermedad confinada y peor para estadios avanzados.

Factores pronósticos negativos incluyen márgenes quirúrgicos positivos, no remover el ombligo, estadio avanzado (extensión más allá de vejiga, Sheldon ≥ IIIc o Mayo ≥ III) y alto grado tumoral. A pesar de tratamientos adecuados, la tasa de recurrencia es significativa, reportándose recurrencias en aproximadamente 20-38% de los pacientes. La mitad de estas recurrencias son locales en la vejiga o trayecto uracal y suelen ocurrir en los primeros 6 a 24 meses postquirúrgicos (16). Por ello, el seguimiento estrecho es fundamental, con cistoscopias periódicas y estudios de imagen regulares durante al menos los primeros 2-3 años. En caso de recidiva localizada, se ha visto que una re-resección quirúrgica agresiva puede lograr largas supervivencias en pacientes seleccionados (curación a 15 años en ~67% tras re-resección de recurrencia local) (16).

La vigilancia de marcadores tumorales séricos como CEA, CA 19-9 o CA-125 puede ayudar en el seguimiento, ya que con frecuencia están elevados en el carcinoma de uraco y su elevación se ha asociado a recurrencia o peor pronóstico, si bien no están validados como método de detección precoz y su uso rutinario es controvertido.

En los casos de enfermedad metastásica (pulmón, hígado, peritoneo, etc.), el tratamiento es principalmente quimioterápico y de soporte. Se emplean esquemas paliativos similares a los mencionados (derivados de colon o combinaciones con platinos). La respuesta suele ser limitada, con medianas de supervivencia menores a 2 años en esta situación. No obstante, hay casos reportados de respuestas parciales a quimioterapia e incluso a nuevas terapias dirigidas, lo cual enlaza con las perspectivas futuras (17).

Perspectivas futuras y líneas de investigación

Debido a la rareza del adenocarcinoma de uraco, las investigaciones futuras se centran en colaborar internacionalmente para acumular suficientes casos y en explorar terapias innovadoras.

Una de las áreas de avance es la medicina de precisión: análisis genómicos. Por ejemplo, se han identificado mutaciones en EGFR y sobreexpresión de HER2 en un subconjunto de carcinomas de uraco. Esto abre la puerta al uso de terapias dirigidas; ya se han documentado casos donde inhibidores de EGFR (como cetuximab) o anti-HER2 (trastuzumab) se emplearon fuera de indicación en pacientes con estas alteraciones, con algunas respuestas favorables aisladas. Del mismo modo, mutaciones en genes de reparación de ADN como BRCA1/2 sugieren que inhibidores de PARP podrían ser útiles en casos seleccionados, aunque aún sin evidencia concluyente. En conjunto, se considera que las terapias dirigidas, especialmente contra EGFR, podrían ofrecer beneficios en poblaciones específicas de pacientes con carcinoma uracal. Asimismo, el perfil de micro-satélites y la expresión de PD-L1 están bajo estudio como biomarcadores para inmunoterapia. Si un tumor de uraco presenta deficiencia en reparación de mismatch (dMMR) o alta inestabilidad microsatelital, podría responder a inhibidores de PD-1/PD-L1, de forma análoga a ciertos cánceres gastrointestinales. Aunque la mayoría de adenocarcinomas de uraco no son dMMR, se han reportado casos aislados exitosos con inmunoterapia en enfermedad refractaria (18,19).

Otra línea de investigación activa es la optimización de la estadificación y pronóstico. Estudios recientes con mayores cohortes (por ejemplo, utilizando bases de datos nacionales) han propuesto refinar los sistemas de estadios Sheldon/Mayo hacia un sistema TNM específico para uraco, que correlacione mejor con la supervivencia. Un ejemplo es un modelo TNM derivado de 626 pacientes que parece estratificar el riesgo de forma más proporcional entre etapas, lo que podría guiar decisiones terapéuticas más precisas en el futuro (18). Igualmente, se investiga el valor pronóstico de marcadores como niveles séricos preoperatorios de CEA.

Por último, se están creando registros internacionales y colaborativos para carcinoma de uraco. Iniciativas multicéntricas permiten recolectar suficientes casos para realizar análisis estadísticos robustos y quizás ensayos clínicos en el futuro. El objetivo es establecer guías basadas en evidencia para esta enfermedad. Mientras tanto, las decisiones terapéuticas seguirán basándose en la experiencia acumulada y extrapolación de otros cánceres. A medida que la investigación molecular avanza, es esperable que opciones como terapias dirigidas e inmunoterapias encuentren un lugar en el tratamiento de este tumor huérfano, mejorando potencialmente los resultados para los pacientes con adenocarcinoma de uraco. La continuidad de estudios traslacionales y clínicos es clave para convertir estas perspectivas en realidades terapéuticas en los próximos años.

Ver anexos

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Declaración de buenas prácticas:

Los autores de este manuscrito declaran que:

Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses.

La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El manuscrito es original y no contiene plagio.

El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.

Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.

Han preservado las identidades de los pacientes.

Citación (Vancouver):
Gómez Castro P, Monllau Espuis J, Arrizabalaga Solano A, García Fuentes L, Garciandía Sola E, Cirac Amorós E, et al. Adenocarcinoma de uraco: revisión de la literatura y nuevos retos terapéuticos. Revista Electrónica de PortalesMedicos.com [Internet]. 2025 [citado 19 Dic 2025]; XX(24):1137. Disponible en: https://doi.org/10.64396/24-1137