pregunta radica en el porqué específicamente cuidamos, y es así que revisando la literatura se evidencia que dentro de la psicología humanista hallamos el termino humanístico el cual se relaciona con las concepciones filosóficas que colocan al ser humano como centro de su interés. Es así que el humanismo filosófico resalta la dignidad del ser humano, aunque interpretada de distinto modo en las diferentes formas de humanismo descrito por los múltiples pensadores y filósofos (cristiano, socialista, existencialista, científico, etc.). Con esta concepción pienso que humanismo puede ser entendido como una determinada concepción del ser humano, y también como un método de vida del mismo (Henzo & Marta 2012).
Es decir que el humanismo entendido como método se describe por (William & James), el cual rechazó todo absolutismo y toda negación de la variedad y espontaneidad de la experiencia y, en consecuencia, reivindicó flexibilidad al describir la riqueza de lo real, aún a costa de perder exactitud. Para el enfoque humanista los conocimientos relevantes sobre el ser humano se obtendrán centrándose en los fenómenos puramente humanos tales como el amor, la creatividad o la angustia.
El enfoque humanista se ocupa de desarrollar el potencial humano y no se contenta con su adecuado funcionamiento. En una palabra, la psicología humanista representa un compromiso para llegar a ser humanos, un acentuar la totalidad y unicidad del individuo, una preocupación por mejorar la condición humana, así como por entender al individuo en todos sus aspectos.
Dentro de las necesidades básicas del ser humano se encuentran, en un lugar preponderante, gozar de buena salud, es por ello que gobiernos, comunidades, familias y personas se preocuparán siempre por conservar y mantener niveles óptimos saludables (Sánchez 2008). Es por lo anterior, que los trastornos mentales se consideran un problema de salud pública a nivel mundial. Y en este campo se estima que para el 2020 la depresión ocupará el segundo lugar como padecimiento incapacitante y el primero en países desarrollados (Murray & López 1997). Este trastorno afecta en promedio al 15% de la población en el mundo, por lo que alrededor de 340 millones de personas padecen un episodio depresivo.
La depresión es un trastorno mental frecuente, que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración.
La depresión puede llegar a hacerse crónica o recurrente y dificultar sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria. En su forma más grave, puede conducir al suicidio. Si es leve, se puede tratar sin necesidad de medicamentos, pero cuando tiene carácter moderado o grave se pueden necesitar medicamentos y psicoterapia profesional.
La depresión es un trastorno que se puede diagnosticar de forma fiable y que puede ser tratado por no especialistas en el ámbito de la atención primaria. (ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE LA SALUD, 2011)
Los trastornos depresivos están presentes frecuentemente en la consulta diaria, aproximadamente un 15% de los pacientes que acuden a las consultas de Atención Primaria sufren depresión (Aragonés 2004) y, sin embargo, varios estudios ponen de manifiesto que hasta un 50% de los casos pasan desapercibidos (Chocrón et al., 1996); (Aragonés et al., 2004) y una proporción superior no recibe el tratamiento adecuado (Aragonés et al., 2004). Los cuadros depresivos que se presentan en la consulta de Atención Primaria tienen unas características claramente diferenciadas de las observadas en las Unidades de Salud Mental: en Atención primaria, según se evidenció en el estudio internacional patrocinado por la OMS «Psychological Problems in General Health Care”, la depresión se presenta con quejas físicas entre el 45% y el 95% (Simon et al., 1999) y se expresan explícitamente síntomas de tipo emocional con menor frecuencia que en el ámbito psiquiátrico. Este fenómeno representa un serio obstáculo para el reconocimiento, por parte del médico, del trastorno depresivo subyacente, y para la instauración y el mantenimiento de un plan terapéutico orientado al problema psicológico (Kirmayer et al., 1993).
Otra situación frecuente en la práctica es la comorbilidad entre enfermedad orgánica y trastorno depresivo. Los trastornos depresivos son más frecuentes en pacientes con enfermedades orgánicas crónicas (Aragonés et al., 2004), y en particular en los pacientes de edad avanzada. La depresión mayor se presenta en un 25% de los pacientes con otras enfermedades médicas, y el 90% de los ancianos con depresión presentan, al menos, otra enfermedad orgánica asociada.
Por otra parte, las enfermedades físicas, especialmente las de carácter crónico, pueden ser un factor precipitante de la depresión. Bien por mecanismos fisiopatológicos directos, bien porque el tratamiento farmacológico pueda tener un efecto depresor o bien porque la depresión puede desencadenarse por un mecanismo reactivo a la enfermedad física (por su gravedad, por el dolor, por la discapacidad física asociada, por la pérdida de independencia…) En la relación entre depresión y enfermedad discapacitantes, se han descrito cuadros reactivos en relación con la enfermedad y en función de la gravedad clínica y limitación funcional originada. En otros casos, la depresión no sería reactiva, sino fisiopatológicamente relacionada con el proceso neurológico. El diagnóstico de depresión en enfermos de Parkinson se dificulta por la confusión de síntomas (hipomimia, alteraciones en la verbalización, bradicinesia, etc.(González & Labrador 2004).
Los síntomas de la depresión, según el DSM IV (en el cual se le denomina trastorno depresivo mayor), incluyen falta de ánimo, disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las actividades y síntomas neurovegetativos, entre los que se circunscriben: déficit en la capacidad de concentración, insomnio, cambio negativos en los hábitos alimenticios y pérdida de energía entre otras. Hollon, S. D., Thase, M. E., & Markowitz, J. C. (2002). Estos traen como consecuencia un malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral y de otras áreas importantes de la actividad del individuo, llegando incluso a presentarse en ocasiones la ideación, intento y el acto mismo de suicidio. Puede presentarse como condición única o acompañada de otras patologías psiquiátricas y a menudo se presenta posterior a una pérdida o eventos estresantes
Tenemos que la relación entre la discapacidad y la depresión, ha sido un tema que ha recibido poca atención en la investigación científica; esto se refleja en la escasa literatura que puede hallarse en el medio académico (Connolly, Rose & Austen, 2006). Por ello, es necesario considerar las implicaciones emocionales, afectivas y sociales que vienen ligadas a la discapacidad, puesto que las situaciones de aislamiento, comunicación y las dificultades a las que esta población se enfrenta en su cotidianidad, pueden repercutir negativamente en el proceso de integración y relación social Las personas con discapacidad o que sufren enfermedades crónicas, enfrentan dificultades de tipo práctico y/o social. Tales dificultades pueden incrementar el riesgo de desarrollar problemas de salud mental.