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Leishmaniasis cutánea: Fisiopatología, diagnóstico y avances terapéuticos en una enfermedad tropical desatendida

Leishmaniasis cutánea: Fisiopatología, diagnóstico y avances terapéuticos en una enfermedad tropical desatendida

Autora principal: Sara Maria Sevilla Cardenas

Vol. XX; nº 12; 723

Cutaneous leishmaniasis: Pathophysiology, diagnosis, and therapeutic advances in a neglected tropical disease

Fecha de recepción: 15 de mayo de 2025
Fecha de aceptación: 20 de junio de 2025

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 12 – Segunda quincena de Junio de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 12; 723

Autores:

Sara Maria Sevilla Cardenas, Médico general, investigadora Independiente. Alajuela, Costa Rica. Orcid: 0009-0007-1360-745X. Código Médico 16908
Noelia Maria Rivera Loria, Médico general, investigadora Independiente. Cartago, Costa Rica. Orcid: 0009-0009-1618-0265. Código Médico 16899
Luis Fernando Ortega Lopez, Médico general, investigador Independiente. Alajuela, Costa Rica. Orcid: 0009-0008-2568-8063. Código Médico 17026
Fengjuan Li Chen, Médico general, investigadora Independiente. Heredia, Costa Rica. Orcid: 0000-0003-4784-385X. Código Médico 16863

Resumen:

La leishmaniasis cutánea es una enfermedad parasitaria causada por protozoarios del género Leishmania, transmitidos por la picadura de flebótomos hembras infectadas. Se trata de una de las formas más frecuentes de leishmaniasis y representa un problema de salud pública en diversas regiones del mundo. El ciclo biológico del parásito involucra a vectores del género Phlebotomus o Lutzomyia y a reservorios como roedores, perros y otros animales domésticos. Una vez en el huésped humano, los promastigotes son fagocitados por macrófagos, donde se transforman en amastigotes y logran evadir las respuestas inmunitarias, replicándose en el interior de estas células. La evolución clínica de la enfermedad depende en gran medida del tipo de respuesta inmunitaria del hospedador: un perfil Th1 promueve la resolución, mientras que un perfil Th2 favorece la progresión. Clínicamente, se manifiesta en diferentes formas: localizada, difusa y recidivante, con lesiones que pueden ser ulcerativas, nodulares o atípicas. El diagnóstico se basa en métodos directos, como el examen microscópico, el cultivo y la PCR, así como en técnicas serológicas e intradérmicas. El tratamiento incluye antimoniales pentavalentes, miltefosina, anfotericina B y terapias tópicas o combinadas, mientras que la inmunoterapia y nuevos fármacos se encuentran en evaluación. La prevención depende del control vectorial, la gestión ambiental y la educación comunitaria. Aunque se investiga el desarrollo de vacunas, aún no existe una ampliamente disponible. La implementación de estrategias integrales e individualizadas sigue siendo esencial para reducir la carga de esta enfermedad desatendida.

Palabras clave:

Flebótomos, reservorios, amastigotes, citocinas, antimoniales, miltefosina.

Abstract:

Cutaneous leishmaniasis is a parasitic disease caused by protozoa of the genus Leishmania, transmitted by the bite of infected female sandflies. It is one of the most common forms of leishmaniasis and represents a public health problem in various regions of the world. The parasite’s life cycle involves vectors of the genus Phlebotomus or Lutzomyia and reservoirs such as rodents, dogs, and other domestic animals. Once in the human host, the promastigotes are phagocytosed by macrophages, where they transform into amastigotes and evade immune responses by replicating within these cells. The clinical course of the disease depends largely on the type of host immune response: a Th1 profile promotes resolution, while a Th2 profile favors progression. Clinically, it manifests in different forms: localized, diffuse, and recurrent, with lesions that can be ulcerative, nodular, or atypical. Diagnosis is based on direct methods such as microscopic examination, culture, and PCR, as well as serological and intradermal techniques. Treatment includes pentavalent antimonials, miltefosine, amphotericin B, and topical or combination therapies, while immunotherapy and new drugs are under evaluation. Prevention depends on vector control, environmental management, and community education. Although vaccines are being researched, none are yet widely available. The implementation of comprehensive and individualized strategies remains essential to reduce the burden of this neglected disease.

Keywords:

Sandflies, reservoirs, amastigotes, cytokines, antimonials, miltefosine.

Introducción:

La leishmaniasis cutánea representa una de las formas más frecuentes de leishmaniasis y es considerada una enfermedad tropical desatendida por su alta carga en salud pública y por la escasa atención global que recibe a pesar de su amplia distribución. Esta patología es causada por protozoos del género Leishmania spp, transmitidos al ser humano a través de la picadura de flebótomos infectados. A nivel clínico, se manifiesta con lesiones cutáneas ulcerativas que, aunque no suelen comprometer la vida del paciente, pueden producir desfiguración, discapacidades físicas crónicas y alteraciones profundas en la calidad de vida. Se estima que la leishmaniasis cutánea afecta a aproximadamente un millón de personas en todo el mundo, siendo endémica en al menos 99 países. Su impacto no solo es clínico, sino también social, económico y psicológico, especialmente en comunidades vulnerables y con acceso limitado a servicios de salud (1; 2).

La importancia epidemiológica de esta enfermedad varía por región, pero su distribución es global. En el Oriente Medio, la leishmaniasis cutánea constituye un grave problema de salud pública con brotes recurrentes, exacerbados por factores sociopolíticos y desplazamientos poblacionales (1). En México, un análisis retrospectivo de 37 años reveló un aumento sostenido en los casos reportados, lo que evidencia su persistencia como una amenaza sanitaria activa (2). En Etiopía, aunque la leishmaniasis visceral ha sido históricamente más destacada, también se reconoce una carga significativa de leishmaniasis cutánea en áreas rurales y marginadas (3). Por su parte, en Costa de Marfil, donde la enfermedad se presenta con menor frecuencia, la falta de conciencia pública y el diagnóstico tardío constituyen barreras importantes para su manejo efectivo, situación que resalta la necesidad urgente de fortalecer la vigilancia epidemiológica y las estrategias de control (4).

Centrar los esfuerzos en la leishmaniasis cutánea está plenamente justificado no solo por su alta prevalencia, sino también por las consecuencias clínicas y sociales que conlleva. Las lesiones ulcerativas pueden persistir durante meses e incluso años, generando una morbilidad significativa que no se limita al aspecto físico. En muchos contextos, la presencia de lesiones visibles en la piel produce estigmatización social, aislamiento y deterioro de la salud mental del paciente, especialmente en mujeres y niños (4). Además, los tratamientos convencionales como los antimoniales pentavalentes, a pesar de ser ampliamente utilizados, están asociados con toxicidades importantes y requerimientos de administración prolongada, lo que dificulta su adherencia y eficacia clínica (5).

El objetivo de este artículo es revisar de manera integral los aspectos más relevantes de la leishmaniasis cutánea, incluyendo su epidemiología global y regional, fisiopatología, manifestaciones clínicas, métodos diagnósticos y opciones terapéuticas actuales, con especial énfasis en los desafíos que enfrenta su manejo en contextos endémicos. Asimismo, se busca analizar las limitaciones de los tratamientos disponibles, el impacto social de la enfermedad y los avances recientes en investigación, con el fin de contribuir a una comprensión actualizada de esta patología tropical desatendida y resaltar la necesidad de estrategias más eficaces para su control y prevención.

Metodología:

Para el desarrollo de esta investigación sobre la leishmaniasis cutánea, se llevó a cabo una revisión bibliográfica exhaustiva con el objetivo de analizar los aspectos clínicos, epidemiológicos, inmunopatológicos y terapéuticos de esta enfermedad tropical desatendida, así como evaluar los avances recientes en diagnóstico, tratamiento y control. Esta revisión incluyó elementos clave como la distribución geográfica de la enfermedad, su impacto en la salud pública, los mecanismos fisiopatológicos del parásito Leishmania spp. en el huésped, la presentación clínica de las lesiones cutáneas, y las estrategias actuales y emergentes para su manejo clínico y comunitario.

Para garantizar la calidad y la pertinencia de la información recopilada, se consultaron bases de datos científicas de alto impacto, tales como PubMed, Scopus y Web of Science, seleccionadas por su prestigio y por ofrecer una amplia cobertura en temas de enfermedades infecciosas, dermatología tropical y medicina interna. Se aplicaron rigurosos criterios de inclusión y exclusión: se consideraron únicamente estudios publicados entre 2020 y 2025, en inglés o español, que abordaran específicamente la leishmaniasis cutánea desde una perspectiva clínica, inmunológica, epidemiológica o terapéutica. Se excluyeron artículos duplicados, publicaciones sin revisión por pares y estudios con datos incompletos o desactualizados. Para la búsqueda, se utilizaron palabras clave como: Flebótomos, reservorios, amastigotes, citocinas, antimoniales, miltefosina.

La búsqueda inicial permitió identificar 36 fuentes relevantes, entre las que se incluyeron artículos originales, revisiones sistemáticas, guías clínicas, estudios de caso y documentos de organismos internacionales de salud. A partir de estas fuentes, se realizó un análisis cualitativo y comparativo, en el que se sintetizaron los hallazgos y se organizaron en categorías temáticas, facilitando así la identificación de patrones regionales de incidencia, factores de riesgo asociados, respuestas inmunitarias específicas, y barreras terapéuticas. Este enfoque integral permitió ofrecer una visión estructurada y actualizada del estado del conocimiento sobre la leishmaniasis cutánea, destacando oportunidades para mejorar el diagnóstico precoz, la eficacia terapéutica y la implementación de políticas públicas en regiones endémicas.

Agente etiológico y transmisión:

La leishmaniasis cutánea es una enfermedad parasitaria causada por diversas especies del género Leishmania spp., cuya transmisión depende de un ciclo biológico complejo que involucra múltiples especies de vectores y reservorios. Entre los agentes etiológicos más frecuentes destacan Leishmania major, L. tropica y L. infantum, aunque en determinadas regiones, como el África subsahariana, se ha documentado la presencia de híbridos emergentes de L. donovani, que podrían estar desempeñando un papel creciente en la epidemiología de la enfermedad. La diversidad de especies responsables varía según la región geográfica y está estrechamente relacionada con los vectores disponibles y los reservorios animales presentes en cada ecosistema (6; 7).

Los flebotominos, pequeños insectos del orden Diptera, constituyen los principales vectores de transmisión de la leishmaniasis cutánea. Pertenecen fundamentalmente a los géneros Phlebotomus en el Viejo Mundo y Lutzomyia en el Nuevo Mundo. En Argelia, por ejemplo, Phlebotomus perniciosus se ha identificado como una de las especies vectores predominantes, mientras que en Brasil, Lutzomyia longipalpis cumple ese rol con gran eficiencia vectorial (7; 8). Además de los vectores, los reservorios animales son elementos cruciales en el mantenimiento del ciclo de transmisión. Tradicionalmente, se ha documentado la participación de roedores y perros como principales hospedadores naturales del parásito. Sin embargo, estudios recientes también han comenzado a explorar el posible papel de animales domésticos como pollos y cabras, lo cual podría tener implicaciones importantes en las estrategias de control, especialmente en zonas rurales y periurbanas (6; 9).

El ciclo biológico de Leishmania spp. se desarrolla entre el vector y el huésped vertebrado. La transmisión ocurre cuando un flebótomo hembra infectado inocula promastigotes durante la picadura a un humano o a un animal susceptible. Una vez dentro del hospedador, los promastigotes son fagocitados por macrófagos y transformados en amastigotes, la forma intracelular que se multiplica y perpetúa la infección. Esta dinámica vectorial está fuertemente influenciada por factores estacionales: los flebótomos presentan mayor actividad durante las épocas cálidas y húmedas, y su densidad poblacional se correlaciona directamente con condiciones climáticas como la temperatura y las precipitaciones (8; 10). Algunos estudios también han observado que ciertas especies de flebótomos muestran preferencia por la sangre humana, lo que incrementa el riesgo de transmisión en zonas habitadas (9).

El entorno ecológico y los factores climáticos juegan un papel decisivo en la distribución geográfica y la estacionalidad de la leishmaniasis cutánea. Variaciones en la temperatura, la humedad relativa y los patrones de lluvia afectan directamente la supervivencia, reproducción y comportamiento de los vectores. De hecho, se ha observado que el cambio climático podría estar favoreciendo la expansión del hábitat de los flebótomos hacia áreas anteriormente no endémicas, modificando así los mapas de riesgo de transmisión. Asimismo, el uso del suelo también tiene un impacto notable: la deforestación, la expansión agrícola y la urbanización contribuyen a la alteración de ecosistemas naturales, creando nuevos nichos ecológicos que permiten la proliferación de vectores y el contacto más frecuente entre humanos y reservorios silvestres (10).

Fisiopatología y respuesta inmunitaria:

Los mecanismos mediante los cuales los parásitos del género Leishmania spp. invaden, sobreviven y se replican dentro del hospedador son fundamentales para comprender la fisiopatología de la leishmaniasis cutánea. Una vez inoculados por el vector en la piel humana, los promastigotes de Leishmania spp. son rápidamente fagocitados por los macrófagos, que constituyen la principal célula diana del parásito. En lugar de ser destruidos, estos promastigotes transforman su forma a amastigotes y logran adaptarse al ambiente hostil del fagolisosoma, una vesícula intracelular ácida cargada de enzimas hidrolíticas. Esta capacidad de sobrevivir en un entorno tan agresivo se debe en gran parte a mecanismos especializados de evasión inmunológica y adaptación metabólica, que les permiten replicarse activamente en el interior de los macrófagos (11).

Entre los principales factores que facilitan la supervivencia intracelular del parásito se encuentran una serie de moléculas de virulencia que modulan las funciones inmunológicas del hospedador. Estas incluyen lipofosfoglucanos y metaloproteinasas que interfieren con la señalización inmunitaria y reducen la capacidad fagocítica efectiva de los macrófagos. Además, Leishmania spp. tiene la capacidad de alterar el entorno epigenético de los genes reguladores del sistema inmunitario, reduciendo así la expresión de moléculas involucradas en la presentación de antígenos y en la activación de respuestas inflamatorias protectoras. Esta modulación epigenética actúa como una barrera frente a la activación de mecanismos inmunitarios eficaces, favoreciendo así la replicación persistente del parásito (12).

La respuesta inmunitaria del hospedador desempeña un papel crucial en determinar la evolución clínica de la enfermedad. Se ha demostrado que una respuesta predominante de tipo Th1, caracterizada por la liberación de interferón gamma (IFN-γ), estimula la activación de macrófagos y promueve la destrucción del parásito. Este tipo de respuesta se asocia con una evolución clínica favorable y, en muchos casos, con la resolución espontánea de las lesiones cutáneas (13). En contraste, una respuesta inmunitaria de tipo Th2, marcada por la producción de interleucina 4 (IL-4), contribuye a la progresión de la enfermedad, ya que inhibe la activación microbicida de los macrófagos y favorece la persistencia parasitaria. Esta polarización hacia un perfil Th2 se ha asociado con infecciones más severas y formas crónicas de leishmaniasis cutánea (14).

Recientemente, también se ha descrito el papel de las células Th17 en la inmunopatología de la enfermedad. Estas células secretan interleucina 17 (IL-17), una citocina proinflamatoria que puede contribuir a la contención del parásito, pero que también puede inducir inflamación excesiva y daño tisular si no se regula adecuadamente. En este sentido, un equilibrio inadecuado en la respuesta inmunitaria puede resultar en una inflamación crónica con escasa eliminación del parásito, exacerbando el daño cutáneo y dificultando la resolución de la infección (14).

Manifestaciones clínicas:

La leishmaniasis cutánea presenta una amplia variedad de formas clínicas que dependen tanto de la especie de Leishmania spp. implicada como de la respuesta inmunológica del huésped. La forma más frecuente es la leishmaniasis cutánea localizada (LCL), la cual se manifiesta típicamente como una o varias lesiones ulcerativas en la piel, que tienden a ser autolimitadas y pueden curarse espontáneamente sin intervención médica. Estas lesiones suelen aparecer en zonas expuestas del cuerpo, como extremidades o rostro, y son causadas comúnmente por Leishmania major y Leishmania tropica, especialmente en regiones del Viejo Mundo como Oriente Medio, Asia Central y el norte de África (3; 15).

Otra variante menos frecuente, pero clínicamente relevante, es la leishmaniasis cutánea difusa (LCD), caracterizada por la presencia de nódulos no ulcerados distribuidos por grandes áreas del cuerpo. Esta forma, que se asocia a una deficiente respuesta inmunitaria del tipo Th1, suele ser resistente al tratamiento convencional y puede persistir durante años. A diferencia de la LCL, las lesiones de la LDC no presentan tendencia a la ulceración ni a la curación espontánea, y su manejo requiere terapias más intensivas y prolongadas (3). Una tercera forma, denominada leishmaniasis cutánea recidivante o leishmaniasis recidivans, se presenta con recurrencias localizadas en los márgenes de cicatrices previamente curadas. Esta forma crónica y de evolución prolongada puede ser difícil de tratar y suele requerir ciclos repetidos de tratamiento para lograr el control de la enfermedad (3; 16).

Las manifestaciones cutáneas de la enfermedad son variadas, siendo las lesiones ulcerativas las más representativas de la LCL. Estas lesiones se caracterizan por un centro ulcerado con bordes bien definidos y elevados, que pueden variar en tamaño y número dependiendo de la especie causante y de la respuesta inmunitaria del paciente (3; 17). En contraste, las lesiones nodulares, típicas de la leishmaniasis cutánea difusa, son sólidas, no ulceradas y tienden a extenderse ampliamente por la superficie corporal. Estas lesiones pueden confundirse con otras patologías dermatológicas, lo que dificulta el diagnóstico oportuno (3). Además, existen presentaciones clínicas atípicas de la CL, que pueden imitar enfermedades como lupus cutáneo, erisipela o impétigo, lo cual representa un reto diagnóstico importante para los profesionales de salud, sobre todo en zonas no endémicas (16).

Las complicaciones de la leishmaniasis cutánea no se limitan a las manifestaciones cutáneas. Una de las más temidas es la afectación mucocutánea, especialmente en infecciones por Leishmania braziliensis, donde la diseminación del parásito a mucosas de nariz, boca o garganta puede provocar lesiones destructivas de difícil manejo, con implicaciones funcionales y estéticas graves (17). Asimismo, la cronicidad y la recurrencia de las lesiones son frecuentes, particularmente en personas inmunodeprimidas, quienes presentan un mayor riesgo de infecciones persistentes que requieren terapias sistémicas prolongadas y multidisciplinarias (15). Finalmente, incluso tras la resolución de las lesiones, la leishmaniasis cutánea puede dejar secuelas permanentes, como cicatrices desfigurantes, que afectan la imagen corporal del paciente y generan un fuerte impacto psicológico, especialmente en mujeres y niños de áreas rurales (3).

Diagnóstico:

El diagnóstico de la leishmaniasis cutánea requiere un enfoque integral que combine métodos directos e indirectos, dada la diversidad clínica de sus presentaciones y la necesidad de distinguirla de otras enfermedades dermatológicas. Entre los métodos de diagnóstico directo, el examen microscópico sigue siendo una técnica ampliamente utilizada, especialmente en regiones endémicas con recursos limitados. Este procedimiento consiste en la observación de frotis teñidos con Giemsa obtenidos de lesiones cutáneas. Si bien es de bajo costo y relativamente accesible, su sensibilidad es limitada, particularmente en casos con baja carga parasitaria. Además, no permite la diferenciación entre especies de Leishmania spp, lo cual es relevante para orientar el tratamiento adecuado (19).

Otra herramienta diagnóstica directa es el cultivo del parásito en medios especializados, considerado un método de confirmación. Sin embargo, su utilidad en la práctica clínica está restringida por el tiempo que requiere el crecimiento del parásito, además de la necesidad de condiciones técnicas estrictas que muchas veces no están disponibles en zonas de alta endemicidad (Brito et al., 2020). Por otro lado, las pruebas moleculares como la reacción en cadena de la polimerasa han demostrado una elevada sensibilidad y especificidad, con la ventaja adicional de permitir la identificación precisa de la especie involucrada. Esta característica resulta crítica, ya que algunas especies están asociadas a formas clínicas más graves o resistentes al tratamiento. No obstante, su implementación está limitada por la necesidad de equipamiento sofisticado y personal capacitado, lo que restringe su aplicación a laboratorios especializados (19; 20).

En cuanto a los métodos de diagnóstico indirecto, las pruebas serológicas como el ELISA y la inmunofluorescencia indirecta han sido ampliamente utilizadas para detectar anticuerpos contra Leishmania spp. Aunque presentan menor sensibilidad que las pruebas moleculares, resultan útiles para identificar portadores asintomáticos y evaluar la respuesta al tratamiento, especialmente en estudios epidemiológicos o de seguimiento clínico. Su facilidad de aplicación en el campo las convierte en herramientas complementarias importantes (21). Otra prueba indirecta es la intradérmica de Montenegro, que mide la hipersensibilidad retardada frente a antígenos leishmaniales. Esta técnica es útil para apoyar el diagnóstico en zonas endémicas, aunque su especificidad es baja debido a posibles reacciones cruzadas con otras enfermedades infecciosas o inflamatorias (22).

Un aspecto crucial en el abordaje diagnóstico de la leishmaniasis cutánea es el diagnóstico diferencial. Las lesiones típicas de la enfermedad pueden ser confundidas con otras patologías dermatológicas, incluyendo el carcinoma de células escamosas, la tuberculosis cutánea, la lepra o infecciones micóticas profundas. Este desafío diagnóstico se agrava en áreas no endémicas, donde la sospecha clínica de leishmaniasis suele ser baja. Por ello, es fundamental mantener un alto índice de sospecha clínica, especialmente en pacientes con antecedentes de viaje o residencia en zonas endémicas, y considerar siempre a la leishmaniasis cutánea dentro del diagnóstico diferencial de lesiones cutáneas crónicas o ulcerativas (23).

Tratamiento:

El tratamiento de la leishmaniasis cutánea se basa en una variedad de enfoques terapéuticos, que van desde medicamentos sistémicos tradicionales hasta opciones tópicas y nuevas estrategias en desarrollo. Entre los tratamientos de primera línea, los antimoniales pentavalentes han sido durante décadas el pilar del manejo terapéutico de esta enfermedad. Sin embargo, su uso se ha visto limitado por su toxicidad significativa, la necesidad de administración parenteral prolongada y el riesgo de efectos adversos graves, especialmente en pacientes que requieren terapia sistémica intensiva (24; 25).

Otra opción sistémica efectiva es la anfotericina B, conocida por su potente acción contra diversas especies de Leishmania spp. No obstante, este medicamento exige hospitalización debido a su vía intravenosa y al riesgo de nefrotoxicidad, lo que complica su uso en contextos de atención primaria o en regiones con recursos limitados (25). En contraste, la miltefosina representa una alternativa más accesible por ser un agente oral. Este fármaco ha demostrado buena eficacia frente a múltiples especies de Leishmania spp., aunque su administración se asocia con efectos adversos gastrointestinales que pueden limitar la adherencia al tratamiento (26).

Con el fin de reducir los riesgos asociados a la toxicidad sistémica, se han promovido tratamientos tópicos que resultan más seguros y fáciles de administrar, aunque con efectividad variable según el contexto clínico. Entre ellos destacan los antimoniales intralesionales, aplicados directamente en la lesión, y la crioterapia, que consiste en la aplicación de frío extremo para destruir el tejido infectado. Si bien estas opciones son útiles, pueden resultar dolorosas y difíciles de tolerar, particularmente en pacientes pediátricos (27).

Por otra parte, las terapias combinadas han ganado popularidad por su capacidad para mejorar la eficacia terapéutica y reducir la duración del tratamiento. La combinación de termoterapia con miltefosina, por ejemplo, ha demostrado tasas de curación superiores a las obtenidas con monoterapia, abriendo nuevas posibilidades para el manejo clínico de la enfermedad (28). En esta misma línea, se están explorando terapias que integran fármacos con diferentes mecanismos de acción, con el propósito de reducir la aparición de resistencia farmacológica. Un ejemplo destacado es la combinación de miltefosina con pentoxifilina, que ha mostrado resultados prometedores en ensayos clínicos preliminares (29).

La inmunoterapia constituye otra línea innovadora de investigación, orientada a potenciar la respuesta inmune del huésped frente al parásito. Esta estrategia podría disminuir la necesidad de medicamentos tóxicos y mejorar la tasa de erradicación del agente infeccioso (30). Además, los ensayos clínicos actuales evalúan nuevos fármacos, vehículos de administración más eficientes y la reutilización de medicamentos existentes con propiedades antiparasitarias, lo que podría ampliar las opciones terapéuticas disponibles y hacerlas más seguras y accesibles (31).

Es fundamental que las decisiones terapéuticas se adapten a las particularidades epidemiológicas de cada región. En áreas endémicas, la selección del tratamiento debe considerar las especies locales de Leishmania spp., ya que la sensibilidad a los medicamentos varía entre especies. Por ejemplo, en zonas donde los antimoniales han perdido eficacia o están contraindicados, la miltefosina se presenta como una alternativa valiosa (32). Finalmente, el tratamiento debe individualizarse de acuerdo con factores clínicos específicos del paciente, como la edad, las comorbilidades, el número y tamaño de las lesiones, y las respuestas previas al tratamiento, con el fin de optimizar la eficacia y minimizar los riesgos (24).

Prevención y control:

Las estrategias de control de vectores constituyen uno de los pilares fundamentales en la gestión de enfermedades transmitidas por insectos, como es el caso de la leishmaniasis cutánea. Tradicionalmente, el control vectorial se ha sustentado en el conocimiento de la ecología de los flebótomos, vectores responsables de la transmisión del parásito Leishmania spp., y en la aplicación de medidas de gestión ambiental diseñadas específicamente para las condiciones locales. No obstante, en la actualidad, los enfoques de control se apoyan con frecuencia en el uso extensivo de insecticidas, lo cual plantea retos significativos debido al desarrollo de resistencia por parte de los vectores y a las consecuencias negativas para el medio ambiente (Wilson et al., 2020). Ante esta problemática, se hace cada vez más necesario implementar una gestión sostenible que retome estrategias basadas en la evidencia y adaptadas a contextos locales, integrando tanto métodos insecticidas como no insecticidas para maximizar la eficacia del control vectorial sin comprometer la salud ambiental (Wilson et al., 2020).

En complemento con las medidas técnicas, la educación en salud y la gestión ambiental juegan un papel crucial en la prevención y el control de la leishmaniasis cutánea. La promoción del conocimiento acerca de la enfermedad, su mecanismo de transmisión y los métodos efectivos de prevención permite que las comunidades en riesgo comprendan mejor el problema sanitario que enfrentan y participen activamente en las soluciones. Esta participación comunitaria, fomentada a través de programas educativos sostenidos, tiene el potencial de empoderar a las personas, fortalecer la corresponsabilidad en salud pública y aumentar la efectividad de las campañas de control vectorial, al fomentar prácticas como el uso adecuado de mosquiteros, la eliminación de criaderos y la mejora de las condiciones habitacionales (20).

En paralelo a estas estrategias de control y educación, el desarrollo de una vacuna eficaz contra la leishmaniasis cutánea representa un objetivo de alta prioridad para la salud global. Aunque históricamente se han explorado vacunas de primera generación como la leishmanización que consiste en la inoculación controlada del parásito para inducir inmunidad, estas no han sido suficientemente seguras ni viables para su aplicación generalizada. Afortunadamente, los avances recientes en biotecnología han abierto nuevas posibilidades. El uso de herramientas de edición genética, como la tecnología CRISPR/Cas, ha permitido diseñar cepas atenuadas del parásito con potencial vacunal, que podrían estimular una respuesta inmunitaria robusta sin inducir la enfermedad (34).

Sin embargo, a pesar de estos progresos en la investigación preclínica, la transición hacia ensayos clínicos en humanos continúa siendo un desafío considerable. La diversidad de especies de Leishmania spp. y la variabilidad de las respuestas inmunológicas en distintas regiones geográficas representan obstáculos significativos para el desarrollo de una vacuna universalmente efectiva. Además, persisten retos logísticos, regulatorios y financieros que dificultan la evaluación sistemática de la eficacia y seguridad de las vacunas en poblaciones humanas. Por tanto, se requiere un esfuerzo coordinado entre instituciones científicas, entidades gubernamentales y organizaciones internacionales para avanzar hacia una solución vacunal viable y accesible, que complemente las estrategias existentes de control vectorial y prevención (35; 36).

Conclusiones:

La leishmaniasis cutánea continúa siendo un importante problema de salud pública en regiones endémicas debido a su alta carga de morbilidad, manifestaciones clínicas variables y la dificultad para establecer un diagnóstico y tratamiento oportunos, especialmente en contextos con recursos limitados.

El abordaje integral de la enfermedad requiere comprender la compleja interacción entre el agente etiológico, el vector, los reservorios y la respuesta inmunitaria del huésped, ya que estos factores determinan tanto la presentación clínica como la eficacia del tratamiento.

A pesar de los avances en diagnóstico molecular y en terapias innovadoras, la prevención sigue dependiendo en gran medida del control vectorial y la educación comunitaria, mientras que el desarrollo de una vacuna segura y efectiva representa un desafío pendiente que podría transformar el manejo global de la enfermedad.

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Declaración de buenas prácticas: Los autores de este manuscrito declaran que:
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.
Han preservado las identidades de los pacientes.