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Melasma: Fisiopatología, factores de riesgo, diagnóstico y estrategias terapéuticas actuales

Melasma: Fisiopatología, factores de riesgo, diagnóstico y estrategias terapéuticas actuales

Autora principal: Noemi Parada Aguilar

Vol. XX; nº 10; 494

Melasma: Pathophysiology, risk factors, diagnosis and current therapeutic strategies

Fecha de recepción: 16 de abril de 2025
Fecha de aceptación: 14 de mayo de 2025

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com Volumen XX. Número 10 Segunda quincena de Mayo de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 10; 494

Autores:

Noemi Parada Aguilar. Médico general, investigadora Independiente. San José, Costa Rica. Orcid: 0009-0009-7508-2251. Código Médico 18656

Diana Briones Marín. Médico general, investigadora Independiente. San José, Costa Rica. Orcid: 0009-0001-9050-1356. Código Médico 17958

Fabiola Jaén Jaén. Médico general, investigadora Independiente. San José, Costa Rica. Orcid: 0009-0002-5677-1456. Código Médico 17962

Karina Granados Solano. Médico general, investigadora Independiente. San José, Costa Rica. Orcid: 0009-0006-5431-6117. Código Médico 18129

Resumen:

El melasma es una afección cutánea crónica y recidivante caracterizada por hiperpigmentación simétrica, predominantemente facial. Su prevalencia varía entre el 8,8% y el 40% según la región geográfica, la etnia y la exposición a factores ambientales como la radiación ultravioleta. Afecta principalmente a mujeres en edad reproductiva, influenciado por cambios hormonales, predisposición genética y características del fototipo cutáneo, siendo más frecuente en personas con piel más oscura (fototipos III a VI). Además de su impacto físico, el melasma conlleva un fuerte componente psicológico, afectando la autoestima y calidad de vida de quienes lo padecen.

La fisiopatología del melasma es compleja, e involucra la hiperactividad de los melanocitos, influida por radiación UV, luz visible, hormonas, inflamación local y factores vasculares. Asimismo, los cambios epigenéticos y genéticos también desempeñan un rol importante. Los principales factores desencadenantes incluyen exposición solar crónica, embarazo, anticonceptivos hormonales, uso de fármacos fotosensibilizantes, estrés y contaminación ambiental.

Clínicamente, se clasifica según su localización en tipos centrofacial, malar y mandibular, y según la profundidad del pigmento en epidérmico, dérmico o mixto. El diagnóstico se basa en la evaluación clínica, apoyada por lámpara de Wood, dermatoscopia y, en algunos casos, estudios histopatológicos.

El tratamiento incluye fotoprotección estricta, agentes tópicos como hidroquinona y ácido tranexámico, terapias orales, procedimientos dermatológicos (láser, peelings) y nuevas estrategias terapéuticas. Dado su carácter crónico, el seguimiento dermatológico continuo y la educación del paciente son esenciales para mejorar la adherencia, minimizar recidivas y optimizar los resultados a largo plazo.

Palabras clave:

Fotoprotección, hiperpigmentación, melanocitos, hormonas, estrés oxidativo, dermatoscopia.

Abstract:

Melasma is a chronic, recurrent skin condition characterized by symmetrical hyperpigmentation, predominantly on the face. Its prevalence varies between 8.8% and 40% depending on the geographic region, ethnicity, and exposure to environmental factors such as ultraviolet radiation. It primarily affects women of reproductive age, influenced by hormonal changes, genetic predisposition, and skin phototype characteristics, and is more common in people with darker skin (phototypes III to VI). In addition to its physical impact, melasma has a strong psychological component, affecting the self-esteem and quality of life of those who suffer from it.

The pathophysiology of melasma is complex and involves melanocyte hyperactivity, influenced by UV radiation, visible light, hormones, local inflammation, and vascular factors. Epigenetic and genetic changes also play an important role. The main triggering factors include chronic sun exposure, pregnancy, hormonal contraceptives, use of photosensitizing drugs, stress, and environmental pollution.

Clinically, it is classified according to its location into centrofacial, malar, and mandibular types, and according to the depth of pigmentation into epidermal, dermal, or mixed. Diagnosis is based on clinical evaluation, supported by a Wood’s lamp, dermoscopy, and, in some cases, histopathological studies.

Treatment includes strict photoprotection, topical agents such as hydroquinone and tranexamic acid, oral therapies, dermatological procedures (laser, peels), and new therapeutic strategies. Given its chronic nature, ongoing dermatological follow-up and patient education are essential to improve adherence, minimize recurrences, and optimize long-term outcomes.

Keywords:

Photoprotection, hyperpigmentation, melanocytes, hormones, oxidative stress, dermatoscopy.

Introducción:

El melasma es una afección cutánea común caracterizada por la aparición de parches hiperpigmentados, que afectan con mayor frecuencia a la piel del rostro y se presentan predominantemente en mujeres. Este trastorno se considera una alteración adquirida y crónica de la pigmentación de la piel, cuyo desarrollo está asociado a una combinación de factores, entre los cuales se destacan los cambios hormonales, la exposición prolongada a la radiación ultravioleta y la predisposición genética. A pesar de ser clasificado generalmente como un problema estético, el melasma tiene importantes implicaciones clínicas y epidemiológicas, ya que afecta a una proporción significativa de la población mundial. Además, su repercusión trasciende la apariencia física, incidiendo notablemente en el bienestar emocional y en la calidad de vida de quienes lo padecen (1; 2).

Desde el punto de vista médico, el melasma se define como un trastorno frecuente de la melanogénesis, caracterizado por una producción excesiva de melanina que da lugar a lesiones hiperpigmentadas localizadas, en su mayoría, en la zona centrofacial, malar o mandibular del rostro (1). Esta alteración es considerada una manifestación del fotoenvejecimiento, y su aparición se vincula estrechamente con factores desencadenantes como las variaciones hormonales por ejemplo, durante el embarazo o el uso de anticonceptivosy la exposición solar, que actúa como estímulo principal para la activación de los melanocitos (2).

La relevancia clínica del melasma radica en su alta prevalencia, particularmente en mujeres en edad fértil, y en su estrecha asociación con condiciones hormonales como el embarazo, situación en la cual también se le conoce como cloasma (3). A pesar de que existen variaciones en su prevalencia según el grupo étnico y el fototipo cutáneo, los estudios coinciden en que se trata de una afección ampliamente distribuida en diversas poblaciones. No obstante, la falta de datos epidemiológicos globales homogéneos limita la comprensión precisa de su carga a nivel mundial (4).

El abordaje terapéutico del melasma es complejo y multifactorial. Incluye estrategias como la fotoprotección estricta, el uso de agentes tópicos por ejemplo, hidroquinona, retinoides y ácido tranexámico, terapias orales y procedimientos dermatológicos avanzados como los láseres fraccionados o la luz pulsada intensa. Sin embargo, el tratamiento continúa siendo un desafío clínico, principalmente por la naturaleza recidivante del trastorno, lo que obliga a mantener medidas de control a largo plazo (2; 3).

El impacto del melasma en la calidad de vida es profundo y muchas veces subestimado. Numerosos estudios han documentado que los pacientes con melasma experimentan un deterioro emocional significativo, que incluye ansiedad, depresión, sentimiento de frustración y una notable disminución de la autoestima (1). Estas consecuencias psicológicas afectan no solo la percepción que tienen los individuos sobre su apariencia, sino también sus relaciones sociales y laborales. En casos más graves, la afección puede llegar a ser percibida como desfigurante, lo cual intensifica el malestar emocional (3). Además, se ha observado una correlación directa entre la gravedad clínica del melasma y el nivel de afectación en la calidad de vida relacionada con la salud. Por esta razón, algunos expertos han subrayado la importancia de incluir una valoración psicológica dentro del enfoque terapéutico integral, ya que atender los aspectos emocionales es tan relevante como tratar las manifestaciones cutáneas (1).

Metodología:

Para el desarrollo de esta investigación sobre el melasma, se llevó a cabo una revisión bibliográfica exhaustiva con el objetivo de analizar en profundidad los aspectos clínicos, fisiopatológicos, epidemiológicos y terapéuticos de esta condición cutánea. El propósito principal fue identificar los factores de riesgo implicados, las manifestaciones clínicas más relevantes, el impacto en la calidad de vida y las estrategias actuales y emergentes en el tratamiento del melasma.

Con el fin de asegurar la calidad y pertinencia de la información recopilada, se consultaron bases de datos científicas reconocidas, tales como PubMed, Scopus y Web of Science, debido a su amplia cobertura en temas de dermatología, medicina estética y salud pública. Se establecieron rigurosos criterios de inclusión y exclusión: se incluyeron artículos publicados entre los años 2020 y 2025, escritos en inglés o español, que abordaran específicamente el diagnóstico, la fisiopatología, la epidemiología y el manejo clínico del melasma. Se excluyeron investigaciones con datos incompletos, publicaciones duplicadas o aquellas sin revisión por pares.Para la búsqueda, se utilizaron palabras clave como: Fotoprotección, hiperpigmentación, melanocitos, hormonas, estrés oxidativo, dermatoscopia.

La búsqueda inicial arrojó un total de 16 fuentes relevantes, incluyendo artículos originales, revisiones sistemáticas, estudios clínicos y documentos de consenso emitidos por sociedades dermatológicas internacionales. A partir de estos documentos, se llevó a cabo un análisis detallado de los principales mecanismos etiopatogénicos propuestos, las clasificaciones clínicas actuales, las comorbilidades asociadas y los tratamientos utilizados tanto a nivel tópico como sistémico.

El análisis se realizó desde un enfoque cualitativo, descriptivo y comparativo, lo que permitió organizar los hallazgos en categorías temáticas. Esta organización facilitó la identificación de patrones comunes en la evolución clínica del melasma, la eficacia de las distintas estrategias terapéuticas y las limitaciones existentes en el tratamiento. Asimismo, se destacaron las implicaciones psicosociales del melasma y la necesidad de un abordaje integral que incluya tanto el componente clínico como el emocional del paciente.

Este enfoque metodológico integral ofrece una visión actualizada y estructurada del conocimiento sobre el melasma, resaltando las oportunidades para futuras investigaciones clínicas, así como el desarrollo de tratamientos más eficaces y personalizados.

Epidemiología:

La prevalencia del melasma a nivel global varía considerablemente, situándose entre un 8,8% y un 40%, según factores como el origen étnico y la ubicación geográfica de la población analizada. Esta disparidad sugiere que las condiciones ambientales y genéticas desempeñan un papel importante en su aparición. En particular, el trastorno es más común en regiones con alta exposición a la radiación ultravioleta, como las zonas tropicales y subtropicales, lo cual refuerza la implicación del sol como uno de los principales factores desencadenantes del melasma (5).

En cuanto a los grupos más afectados, se ha observado que el melasma impacta predominantemente a mujeres en edad reproductiva. Esta tendencia se atribuye a la influencia de las hormonas sexuales, especialmente durante el embarazo, el uso de anticonceptivos hormonales o terapias de reemplazo hormonal. Aunque el melasma es menos frecuente en los hombres, cuando se presenta suele estar relacionado con factores de riesgo similares, como la exposición solar acumulada y la predisposición genética, lo que indica que los mecanismos subyacentes son compartidos entre ambos sexos (1).

Asimismo, el color y tipo de piel influyen directamente en la susceptibilidad al melasma. Las personas con fototipos de piel Fitzpatrick III a VI, que incluyen tonos de piel más oscuros, presentan un riesgo considerablemente mayor. Este patrón también se observa entre individuos de ascendencia asiática, hispánica y africana, quienes tienden a tener un contenido más elevado de melanina, lo que contribuye tanto a la manifestación como a la persistencia del trastorno (5).

Desde el punto de vista clínico y psicosocial, el melasma tiene un impacto significativo en la calidad de vida de los pacientes. Su naturaleza crónica, acompañada de elevadas tasas de recurrencia incluso tras tratamientos prolongados, puede generar frustración, angustia emocional y estigmatización social (4). Estas implicaciones psicológicas son especialmente marcadas en mujeres jóvenes, para quienes la apariencia facial tiene un fuerte peso en la percepción de bienestar y autoestima. La falta de opciones terapéuticas que ofrezcan resultados consistentes y duraderos refuerza la necesidad de desarrollar tratamientos personalizados que aborden tanto los aspectos clínicos como emocionales de la enfermedad (5).

Fisiopatología:

La fisiopatología del melasma es multifactorial y compleja, siendo la actividad de los melanocitos uno de los elementos centrales en su desarrollo. Estas células especializadas en la producción de melanina interactúan de forma constante con queratinocitos y fibroblastos, que a su vez secretan factores esenciales para regular la función, proliferación y supervivencia de los melanocitos. Cualquier alteración en esta red de señales puede desencadenar una producción anormal de melanina, lo que conduce a la aparición de trastornos pigmentarios como el melasma (6). A nivel histopatológico, se ha observado una acumulación excesiva de melanina, especialmente en las capas basales y suprabasales de la epidermis de los pacientes afectados, lo que confirma la hiperactividad melanocítica como uno de los mecanismos subyacentes (7).

Uno de los factores ambientales más relevantes en la génesis del melasma es la radiación ultravioleta (UV). Esta forma de radiación no solo provoca daño celular directo, sino que también estimula la producción de melanina al activar los melanocitos. Además, la luz visible particularmente en longitudes de onda específicas como la luz azul ha demostrado influir en la biología melanocítica, amplificando la pigmentación en individuos predispuestos (6; 8). Por ello, las estrategias de fotoprotección deben incluir filtros que bloqueen tanto la radiación UV como la luz visible para lograr un manejo efectivo del melasma (8).

Los cambios hormonales constituyen otro factor fundamental en la aparición del melasma. Durante el embarazo, así como con el uso de anticonceptivos hormonales o terapias de reemplazo, se incrementa la actividad melanocítica, lo cual contribuye a la hiperpigmentación característica de esta afección. Estos cambios hormonales parecen modular directamente los receptores y mediadores intracelulares implicados en la melanogénesis, exacerbando la respuesta pigmentaria ante estímulos externos como la radiación solar (2).

Además, se ha evidenciado que los factores vasculares también intervienen en la patogenia del melasma. Las lesiones pigmentadas muestran una mayor expresión del factor de crecimiento endotelial vascular, lo que indica un componente angiogénico que podría estar vinculado al aumento de la vascularización local y a una mayor activación de melanocitos (7). Este fenómeno se ve potenciado por la respuesta inflamatoria, que desempeña un papel adicional en la exacerbación del melasma. La inflamación local puede modificar la actividad de los melanocitos y alterar la distribución de melanina, intensificando la pigmentación (6).

Por último, la predisposición genética y los mecanismos epigenéticos tienen una influencia importante en el desarrollo del melasma. Se ha documentado que ciertas poblaciones con características genéticas particulares, como mayor contenido de melanina y fototipos elevados, son más propensas a desarrollar esta condición. A ello se suma la posible regulación epigenética de los genes implicados en la pigmentación, que puede ser modulada por factores ambientales como la exposición solar o el estrés oxidativo (2).

Factores de riesgo y desencadenantes:

La exposición crónica al sol representa uno de los principales factores desencadenantes del melasma, debido al efecto directo de la radiación ultravioleta sobre los melanocitos. Esta radiación estimula la actividad de dichas células, lo que provoca un aumento en la producción de melanina y, por consiguiente, la aparición o exacerbación de las lesiones hiperpigmentadas características del melasma (2; 9). En este contexto, el control de la exposición solar constituye una piedra angular en la prevención y el tratamiento de la enfermedad. Las recomendaciones terapéuticas incluyen el uso riguroso de filtros solares de amplio espectro que protejan tanto contra los rayos UVA como UVB, además de incorporar medidas físicas como el uso de sombreros de ala ancha, gafas oscuras y ropa protectora para reducir al máximo la exposición cutánea directa al sol (9).

Otro factor etiológico de gran relevancia está relacionado con los cambios hormonales, en particular aquellos que ocurren durante el embarazo. Esta variante clínica del melasma, conocida como cloasma gravídico, se debe al aumento de los niveles de estrógeno y progesterona, los cuales actúan como estimulantes de la melanogénesis. Este fenómeno explica la alta prevalencia del melasma en mujeres, especialmente durante sus años reproductivos, lo que refuerza el fuerte vínculo entre los factores hormonales y el desarrollo de la enfermedad (2; 5).

Asimismo, el uso de ciertos cosméticos o medicamentos con propiedades fotosensibilizantes puede contribuir a la aparición o empeoramiento del melasma. Estos productos incrementan la sensibilidad de la piel a la radiación ultravioleta, lo que favorece la hiperpigmentación en individuos predispuestos (2). Por esta razón, es fundamental identificar y evitar el uso de agentes fotosensibilizantes en personas con antecedentes de melasma. En su lugar, se recomienda emplear productos dermatológicamente seguros, libres de componentes que potencien la fotosensibilidad (9).

Además de los factores ya mencionados, el estrés y la exposición a contaminantes ambientales han sido señalados como posibles contribuyentes al desarrollo del melasma. Aunque los mecanismos exactos aún no se comprenden completamente, se ha propuesto que el estrés oxidativo inducido por estos factores puede alterar la actividad melanocítica y promover una respuesta inflamatoria local, generando así un entorno propicio para la hiperpigmentación (2). En consecuencia, estrategias que incluyan el manejo del estrés y la reducción del contacto con ambientes contaminados pueden tener un efecto beneficioso en la prevención y el control del melasma, particularmente cuando se integran dentro de un enfoque terapéutico más amplio (10).

Clasificación clínica:

El melasma presenta una distribución anatómica característica que permite clasificarlo en tres patrones principales. El tipo centrofacial es el más prevalente y afecta regiones como la frente, las mejillas, la nariz y el labio superior. Esta forma se asocia estrechamente con factores como la exposición solar crónica y los cambios hormonales, particularmente en mujeres en edad reproductiva. Su visibilidad en áreas prominentes del rostro incrementa su impacto estético y emocional en los pacientes (7).

En segundo lugar, se encuentra el tipo malar, que compromete principalmente las mejillas y la nariz. Aunque comparte desencadenantes similares con el tipo centrofacial, como la radiación ultravioleta, su distribución más localizada lo hace menos frecuente. Aun así, sigue generando una carga psicológica significativa, especialmente en individuos con predisposición genética o exposición ambiental prolongada (7).

El tipo mandibular representa la forma menos común de melasma. Este patrón afecta la línea de la mandíbula y, a diferencia de los anteriores, se ha asociado con el uso de productos cosméticos, terapias hormonales y posiblemente con la fricción mecánica o el uso de protectores solares inadecuados. Su diagnóstico puede ser más complejo, dado que no se presenta en las áreas faciales clásicas, lo que puede retrasar su identificación y tratamiento (7).

Además de su localización anatómica, el melasma se clasifica según la profundidad del pigmento en melasma epidérmico, dérmico y mixto. El tipo epidérmico se caracteriza por un aumento de melanina en las capas más superficiales de la epidermis, lo que permite una mejor respuesta a tratamientos tópicos. Por su parte, el melasma dérmico implica depósitos de pigmento en la dermis, donde los melanófagos dificultan la eficacia terapéutica. Finalmente, el melasma mixto combina ambas presentaciones, lo que requiere un enfoque terapéutico integral que incluya agentes despigmentantes, fotoprotección y, en algunos casos, procedimientos dermatológicos como láser o luz pulsada intensa (7; 11).

Diagnóstico:

La evaluación clínica del melasma constituye un paso fundamental en el diagnóstico de esta afección dermatológica, la cual se basa principalmente en la observación directa de la distribución y las características de las lesiones pigmentadas. Por lo general, el melasma se presenta en el área del cigoma y en las mejillas, de forma bilateral y simétrica, lo que facilita su reconocimiento en la práctica clínica habitual. Aunque afecta predominantemente a mujeres, también puede presentarse en hombres, aunque en una proporción significativamente menor, con una razón estimada de 1:9 (hombre:mujer). Entre los factores de riesgo identificados se encuentran la exposición prolongada a la luz solar, la predisposición genética, las fluctuaciones hormonales como las inducidas por el embarazo o el uso de anticonceptivosy el consumo de ciertos medicamentos fotosensibilizantes (12).

Además de la evaluación visual, el uso de la lámpara de Wood representa una herramienta diagnóstica complementaria de gran utilidad. Esta lámpara permite estimar la profundidad de la pigmentación, lo cual es crucial para seleccionar un tratamiento adecuado. En este contexto, el melasma epidérmico aparece acentuado bajo la luz ultravioleta emitida por la lámpara, mientras que el melasma dérmico no presenta este realce característico, debido a la mayor profundidad del pigmento (5).

La dermatoscopia, por su parte, se ha consolidado como una técnica útil para el diagnóstico diferencial del melasma. A través del análisis de patrones específicos en las zonas lesionadas y perilesionales, permite distinguir el melasma de otras entidades clínicas que cursan con hiperpigmentación facial, como las líneas de demarcación pigmentaria facial. Esta herramienta, junto con métodos de imagenología digital avanzada, permite obtener representaciones precisas de la distribución del pigmento, facilitando la planificación terapéutica individualizada (7).

El diagnóstico diferencial del melasma debe contemplar una serie de patologías que también se manifiestan con hiperpigmentación facial. Entre ellas se incluyen la hiperpigmentación posinflamatoria, la pigmentación inducida por fármacos y el liquen plano actínico. Dado que estas entidades pueden compartir una localización similar en el rostro, resulta esencial un análisis minucioso de la evolución clínica, los antecedentes del paciente y, en algunos casos, el examen histopatológico. Este último puede revelar un aumento de la melanina en las capas suprabasal y basal de la epidermis, lo que refuerza el diagnóstico de melasma frente a otras condiciones con hallazgos histológicos distintos (7; 12).

Tratamiento:

El manejo terapéutico del melasma requiere un enfoque integral, centrado tanto en la prevención como en la corrección de la hiperpigmentación. Uno de los pilares fundamentales del tratamiento es la fotoprotección estricta, ya que la exposición a los UV constituye uno de los principales desencadenantes de la activación de los melanocitos y de la consecuente producción excesiva de melanina (9; 13). Además de los rayos UV, la luz visible también se ha identificado como un factor agravante del melasma, especialmente en personas con fototipos más oscuros. Por ello, se recomienda el uso de protectores solares de amplio espectro que incluyan protección contra la radiación UVB, UVA y luz visible, así como el empleo de ropa protectora, sombreros de ala ancha y otras medidas físicas de resguardo (13).

En cuanto a los tratamientos tópicos, la hidroquinona continúa siendo el estándar de referencia debido a su potente efecto despigmentante, al inhibir la tirosinasa, enzima clave en la síntesis de melanina. Generalmente se utiliza en combinación con otros agentes, como retinoides y corticosteroides, para potenciar su eficacia y limitar sus efectos adversos (5). Otras alternativas terapéuticas, como el ácido tranexámico tópico, los retinoides solos y el ácido azelaico, han ganado popularidad por su perfil de seguridad y sus beneficios en la reducción de la pigmentación (13). Asimismo, las cremas de triple combinación, que incluyen hidroquinona, tretinoína y un corticosteroide, han demostrado una eficacia superior frente a las monoterapias, proporcionando resultados más rápidos y sostenidos (5).

A nivel de procedimientos dermatológicos, diversas opciones han mostrado eficacia en el tratamiento del melasma, aunque requieren un enfoque individualizado y una cuidadosa selección del paciente. Las exfoliaciones químicas, las terapias con microagujas y los tratamientos con láser deben aplicarse con precaución, ya que si bien ofrecen mejoras visibles, también existe el riesgo de recidiva o de hiperpigmentación postinflamatoria si no se aplican correctamente (9; 14). Entre estos procedimientos, las terapias con láser fraccionado no ablativo y la luz pulsada intensa han sido particularmente prometedoras, aunque su eficacia puede verse limitada por la tendencia del melasma a reaparecer una vez suspendido el tratamiento (5).

El uso de terapias orales se ha convertido en un área de creciente interés. El ácido tranexámico oral ha demostrado reducir significativamente la severidad del melasma al actuar sobre la vía de la plasmina, interfiriendo en la comunicación entre los queratinocitos y los melanocitos. Sin embargo, su utilización debe ser evaluada cuidadosamente debido a posibles efectos adversos sistémicos, como el riesgo de trombosis en pacientes predispuestos (5; 15). Además, los antioxidantes orales, como la vitamina C, la vitamina E y el ácido poliglutámico, han sido incorporados como coadyuvantes terapéuticos por su capacidad para reducir el estrés oxidativo, el cual se ha implicado en los mecanismos subyacentes de la hiperpigmentación (15).

En la actualidad, las investigaciones se orientan hacia el desarrollo de nuevas estrategias terapéuticas que aborden los mecanismos moleculares implicados en la patogénesis del melasma. Estas incluyen fármacos dirigidos a las vías de señalización celular relacionadas con la síntesis de melanina, la inflamación cutánea y los factores vasculares. Se están evaluando también combinaciones terapéuticas más sofisticadas que permitan mejorar la eficacia clínica, reducir los efectos secundarios y disminuir las tasas de recaída a largo plazo (13; 15).

Pronóstico y seguimiento:

El melasma se presenta como una afección dermatológica de carácter crónico, caracterizada por una evolución clínica prolongada y una alta tasa de recurrencia, incluso después de tratamientos exitosos. A pesar de las múltiples estrategias terapéuticas disponibles, las recidivas son comunes y tienden a manifestarse semanas o meses después de la interrupción del tratamiento, dependiendo del tipo de terapia empleada. Esta tendencia a la recurrencia hace que el pronóstico del melasma se perciba como incierto por parte de los pacientes, lo cual puede incidir negativamente en su bienestar emocional y en la percepción de control sobre su enfermedad (5; 16).

Más allá de su impacto estético, el melasma afecta significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen. Su carácter persistente, sumado a la posibilidad de recaídas frecuentes, genera frustración, ansiedad y disminución de la autoestima, especialmente en personas jóvenes o en quienes tienen una fuerte preocupación por la apariencia personal. Por ello, es fundamental que el manejo del melasma contemple no solo la dimensión clínica, sino también el componente psicosocial, integrando intervenciones de apoyo que fomenten la aceptación y la adherencia terapéutica (2).

En este contexto, la monitorización dermatológica continua se convierte en una herramienta indispensable para el seguimiento eficaz de los pacientes. Las evaluaciones periódicas permiten valorar la respuesta a las diferentes modalidades de tratamiento, realizar ajustes oportunos y prevenir complicaciones o efectos adversos. Herramientas diagnósticas como la lámpara de Wood y la dermatoscopia contribuyen a identificar la profundidad y el patrón de la pigmentación, lo cual facilita una clasificación precisa del tipo de melasma y orienta la selección de las intervenciones más adecuadas (5). Asimismo, el seguimiento clínico favorece la detección temprana de las recurrencias, lo que permite intervenir de forma proactiva antes de que las lesiones se agraven (15).

Un componente clave para el éxito terapéutico a largo plazo es la educación del paciente. Informar sobre la naturaleza crónica y recidivante del melasma ayuda a establecer expectativas realistas y a generar un compromiso sostenido con el tratamiento. Los pacientes deben comprender que la mejora estética suele requerir tiempo, constancia y un enfoque integral. En este sentido, es crucial reforzar el mensaje sobre la importancia de la fotoprotección diaria, incluso en días nublados o en interiores, ya que tanto la radiación ultravioleta como la luz visible pueden activar los melanocitos y reactivar la hiperpigmentación (2).

Además, se debe incentivar la adherencia al tratamiento prescrito, que frecuentemente incluye combinaciones de agentes tópicos, medicamentos orales y procedimientos dermatológicos como exfoliaciones químicas o tratamientos con láser. Las terapias combinadas han demostrado ofrecer mejores resultados en términos de reducción de la pigmentación y mantenimiento de los efectos logrados, siempre que se apliquen de forma sostenida y con supervisión médica adecuada (13; 15).

Conclusiones:

El melasma es una afección dermatológica crónica y multifactorial, cuya aparición está estrechamente relacionada con factores hormonales, exposición solar, predisposición genética y características del fototipo cutáneo. Su prevalencia más alta en mujeres en edad reproductiva y en personas con piel más oscura evidencia la influencia combinada de elementos biológicos y ambientales en su patogénesis.

El impacto del melasma trasciende lo estético y afecta significativamente la calidad de vida de los pacientes, generando consecuencias emocionales como ansiedad, frustración y baja autoestima. La naturaleza persistente y la alta tasa de recurrencia del trastorno refuerzan la necesidad de un abordaje terapéutico integral que incluya no solo tratamientos médicos, sino también apoyo psicológico y estrategias de educación al paciente.

El manejo efectivo del melasma requiere una combinación de terapias personalizadas, incluyendo fotoprotección estricta, agentes tópicos y orales, así como procedimientos dermatológicos cuidadosamente indicados. La monitorización continua y la adherencia al tratamiento son fundamentales para reducir la pigmentación, prevenir recaídas y mejorar los resultados a largo plazo, haciendo énfasis en la importancia de una atención dermatológica sostenida y centrada en el paciente.

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Declaración de buenas prácticas:
Los autores de este manuscrito declaran que:
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.
Han preservado las identidades de los pacientes.