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Reducción del uso de antibióticos en cirugía: nuevas guías sobre profilaxis antimicrobiana

Reducción del uso de antibióticos en cirugía: nuevas guías sobre profilaxis antimicrobiana

Autora principal: Carmen Martínez Mora

Vol. XX; nº 12; 747

Reducing antibiotic use in surgery: new guidelines on antimicrobial prophylaxis

Fecha de recepción: 21 de mayo de 2025
Fecha de aceptación: 21 de junio de 2025

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 12 – Segunda quincena de Junio de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 12; 747

Autores:

Carmen Martínez Mora, Médico general y estético. Clínica Ella Aesthetics, Medicina privada, San José, Costa Rica.
Guillermo Porras Vega, Médico general. Hospital Raúl Blanco Cervantes, Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), San José, Costa Rica.

Resumen:

El presente estudio tiene como objetivo analizar las recomendaciones actuales sobre la profilaxis antimicrobiana quirúrgica, su correcta aplicación y los desafíos asociados, como la resistencia bacteriana. Para ello, se realizó una revisión bibliográfica de guías clínicas, estudios científicos y reportes relacionados con el uso perioperatorio de antibióticos. Se analizó la indicación, dosificación, duración y selección del antimicrobiano adecuado, así como de las barreras para su correcta implementación. Los resultados evidencian que, aunque la profilaxis antibiótica es una herramienta eficaz para reducir infecciones del sitio quirúrgico su uso inadecuado contribuye al aumento de bacterias multirresistentes, elevando la morbilidad y costos hospitalarios. Se concluye que la optimización del uso de antimicrobianos a través de protocolos claros y programas multidisciplinarios es esencial para mejorar los resultados clínicos y frenar la resistencia antimicrobiana.

Palabras clave:

profilaxis antimicrobiana, resistencia bacteriana, antibióticos, cirugía, guías clínicas actualizadas.

Abstract:

The present study aims to analyze current recommendations on surgical antimicrobial prophylaxis, its correct application, and associated challenges, such as bacterial resistance. To this end, a literature review of clinical guidelines, scientific studies, and reports related to perioperative antibiotic use was conducted. The indication, dosage, duration, and selection of the appropriate antimicrobial, as well as the barriers to its proper implementation, were analyzed. The results show that although antibiotic prophylaxis is an effective tool for reducing surgical site infections, its inappropriate use contributes to the increase in multidrug-resistant bacteria, increasing morbidity and hospital costs. It is concluded that optimizing antimicrobial use through clear protocols and multidisciplinary programs is essential to improve clinical outcomes and curb antimicrobial resistance.

Keywords:

antimicrobial prophylaxis, bacterial resistance, antibiotics, surgery, updated clinical guidelines.

Introducción

Las infecciones del sitio quirúrgico (ISQ) constituyen una de las principales complicaciones postoperatorias en los procedimientos quirúrgicos, afectando la recuperación de las personas usuarias, prolongando la estancia hospitalaria y aumentando significativamente los costos del tratamiento. La administración de antibióticos en el contexto quirúrgico ha sido, históricamente, una medida preventiva ampliamente aceptada, especialmente cuando se realiza como profilaxis antimicrobiana perioperatoria. No obstante, el uso indebido o excesivo de estos fármacos ha contribuido al surgimiento de un fenómeno alarmante y creciente: la resistencia antimicrobiana (RAM).

Desde el descubrimiento de la penicilina, los antibióticos se han convertido en una herramienta crucial para el manejo de infecciones. Sin embargo, la automedicación, la falta de adherencia a protocolos y la prolongación innecesaria de los tratamientos han generado un entorno propicio para la aparición de cepas bacterianas multirresistentes, lo cual representa una amenaza global para la salud pública. Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) han alertado sobre la necesidad de adoptar medidas urgentes para contener este fenómeno, siendo el uso racional de antibióticos una de las principales estrategias sugeridas.

En el ámbito quirúrgico, las nuevas guías sobre profilaxis antimicrobiana promueven un enfoque más estricto y racional del empleo de antibióticos, con base en criterios como el tipo de procedimiento, la duración del fármaco en el organismo, el momento de administración y la presencia de factores de riesgo específicos. Estas recomendaciones buscan reducir el uso innecesario de antibióticos sin comprometer la seguridad del o la paciente, así como estandarizar las buenas prácticas en la prevención de ISQ.

Este artículo tiene como propósito analizar críticamente el uso de antibióticos en cirugía, haciendo especial énfasis en las nuevas guías sobre profilaxis antimicrobiana, los desafíos asociados a su implementación y la importancia de su correcta aplicación como parte de una estrategia integral para combatir la resistencia antimicrobiana. A través de una revisión de literatura reciente y evidencia científica, se expondrán los beneficios, limitaciones y perspectivas futuras en este campo, con el fin de fomentar una cultura de uso racional y responsable de los antimicrobianos en el entorno quirúrgico.

Material y Métodos

En el desarrollo de esta investigación se empleó una metodología de tipo documental, sustentada en la revisión de literatura científica relevante. Esta estrategia implicó la búsqueda, recopilación y análisis crítico de publicaciones especializadas, con el objetivo de fundamentar de forma sólida el tema central: la disminución del uso de antibióticos en procedimientos quirúrgicos. Las fuentes consultadas fueron localizadas mediante plataformas de libre acceso, con énfasis en motores de búsqueda orientados al ámbito médico y biomédico.

El análisis se enfocó en estudios publicados entre los años 2015 y 2025, seleccionados por su actualidad, calidad metodológica y relevancia para el tema investigado. En total, se examinaron 15 artículos científicos que abordan de manera directa la temática, lo cual permitió sustentar los hallazgos y reflexiones presentados en el cuerpo del artículo. La información extraída fue sometida a un proceso de revisión sistemática y se organizó de manera estructurada en apartados temáticos y subtemas, a fin de facilitar su comprensión y análisis.

Como parte de los criterios de inclusión, se consideraron trabajos publicados en inglés y español, incluyendo estudios observacionales, investigaciones originales y otros aportes académicos directamente relacionados con la problemática objeto de estudio.

La cirugía

Comprender el tipo de procedimiento quirúrgico que se va a realizar es fundamental para estimar el riesgo de infección asociado y para establecer de manera adecuada si se requiere profilaxis antimicrobiana. La clasificación de las cirugías según su nivel de contaminación permite anticiparse a posibles complicaciones infecciosas y tomar decisiones clínicas basadas en el riesgo-beneficio de administrar antibióticos profilácticos o tratamientos específicos.

Desde un enfoque práctico los procedimientos quirúrgicos pueden agruparse en cuatro grandes categorías en función del grado de exposición a agentes contaminantes y el riesgo inherente de desarrollar una infección del sitio quirúrgico.

Procedimientos limpios

Este grupo incluye la mayoría de las cirugías electivas, es decir, aquellas planificadas con antelación y realizadas en condiciones óptimas. Se caracterizan por la ausencia de inflamación en el sitio quirúrgico y por no implicar la entrada a cavidades que naturalmente contienen flora microbiana, como el tracto respiratorio, gastrointestinal o genitourinario. Un ejemplo clásico de cirugía limpia es la herniorrafía inguinal sin complicaciones o la mastectomía.

En este tipo de procedimientos, el riesgo de infección es bajo, con una tasa menor al 5%, siempre y cuando se mantengan las condiciones asépticas adecuadas durante toda la intervención. Debido a ese bajo riesgo, no se recomienda la administración sistemática de antibióticos profilácticos, ya que no hay evidencia de que mejoren los desenlaces y su uso innecesario podría contribuir al desarrollo de resistencia antimicrobiana (1,2).

Procedimientos limpios-contaminados

En esta categoría se incluyen las cirugías en las que, aunque se accede a cavidades corporales colonizadas por bacterias —como el sistema respiratorio, digestivo o urinario—, no se produce una contaminación importante del campo quirúrgico. Esto es posible gracias al uso de técnicas controladas, como el aislamiento del segmento a intervenir o el vaciamiento previo del órgano, que limitan el derrame de contenido contaminado.

Por ejemplo, una colecistectomía laparoscópica sin perforación o una resección colónica con preparación intestinal previa entrarían en esta categoría. En estos casos, el riesgo de infección se eleva en comparación con las cirugías limpias, alcanzando aproximadamente un 10% (3). Dado este nivel de riesgo, la administración de antibióticos profilácticos sí está indicada, ya que ha demostrado reducir significativamente la incidencia de ISQ.

Procedimientos contaminados

Los procedimientos quirúrgicos considerados contaminados incluyen aquellos en los que ocurre una violación importante de la técnica estéril, como puede suceder en casos de heridas traumáticas recientes, perforaciones viscerales o fuga de contenido intestinal sin formación de absceso. También se consideran contaminadas las cirugías en las que se encuentra inflamación aguda sin pus.

Este tipo de cirugía conlleva un riesgo de infección considerable, con tasas que alcanzan el 20% incluso bajo manejo quirúrgico adecuado (1,3). Por esta razón, en los procedimientos contaminados, el uso de antibióticos no es una opción sino una indicación clara. El objetivo es prevenir la progresión de la contaminación hacia una infección manifiesta, reduciendo así complicaciones postoperatorias como abscesos, peritonitis o sepsis.

Procedimientos sucios

En este grupo se encuentran las intervenciones realizadas cuando ya existe una infección establecida en el área a tratar. Esto incluye, por ejemplo, la cirugía para drenar un absceso, la intervención sobre una herida traumática con tejido necrótico y contaminación prolongada, o la resección de intestino perforado con peritonitis purulenta.

En este contexto, el objetivo terapéutico cambia radicalmente. No se trata de prevenir una infección, ya que ésta ya está presente, sino de tratarla de forma activa. Por ello, no se habla de profilaxis antibiótica, sino de tratamiento antimicrobiano como parte del abordaje integral de la infección. Las complicaciones sépticas en estas cirugías pueden llegar al 30-40%, incluso con un tratamiento adecuado, lo que subraya la gravedad del cuadro clínico y la importancia de un abordaje multidisciplinario que incluya el soporte hemodinámico, drenaje quirúrgico eficaz y terapia antibiótica empírica seguida de ajuste según cultivos (2).

Uso de antibióticos en cirugía

La cirugía moderna, aunque ha avanzado significativamente en técnica, tecnología y condiciones de asepsia, sigue enfrentando uno de sus desafíos más persistentes: la infección del sitio quirúrgico. Estas infecciones, también conocidas como infecciones de localización quirúrgica (ILQ), constituyen una de las principales complicaciones postoperatorias, afectando directamente la recuperación de las personas, prolongando la estancia hospitalaria, aumentando los costos del sistema de salud y, en casos graves, comprometiendo la vida del o la paciente.

En el contexto europeo, las ILQ se posicionan como la infección asociada a la atención sanitaria más prevalente, representando el 19,6% de todos los casos reportados de infecciones nosocomiales. Este dato es alarmante, no solo por su impacto clínico, sino también por las implicaciones económicas y logísticas que conlleva. Estas infecciones demandan un uso más intensivo de antibióticos, incrementan el tiempo de hospitalización y, como consecuencia, elevan el gasto sanitario de forma considerable. Lo más preocupante, sin embargo, es que cerca del 50% de estas infecciones podrían evitarse con medidas adecuadas de prevención, lo que convierte a la profilaxis quirúrgica en una prioridad para las políticas de control de infecciones en cirugía (4).

A pesar de los notables avances en el desarrollo de antibióticos más eficaces y con mejor perfil farmacodinámico, la presencia de infecciones postoperatorias continúa siendo un problema recurrente. Este hecho pone en evidencia que la solución no se limita a contar con antibióticos potentes, sino a usarlos de forma estratégica y prudente. El uso indiscriminado o inadecuado de estos fármacos ha contribuido, paradójicamente, al problema que pretenden combatir (1).

Una de las mayores preocupaciones actuales en el ámbito quirúrgico es la proporción significativa de prescripciones antimicrobianas que no responden a una verdadera necesidad clínica. Se estima que entre el 20% y el 50% de las prescripciones de antibióticos podrían ser innecesarias o erróneas, ya sea por mala elección del fármaco, duración inapropiada del tratamiento, o administración sin una indicación clara. Esta práctica no solo resulta ineficaz, sino que también favorece el desarrollo de resistencias antimicrobianas, una de las amenazas más serias para la salud global (5).

Las complicaciones infecciosas representan una de las principales causas de morbilidad en el postoperatorio. La buena noticia es que este problema puede mitigarse de manera efectiva mediante la administración profiláctica de antibióticos, especialmente en procedimientos con riesgo moderado o alto de contaminación. La profilaxis antibiótica, cuando se indica correctamente, reduce de forma significativa la incidencia de infecciones y sus consecuencias, como necesidad de reintervenciones, estancia prolongada o uso intensivo de recursos (2,6).

Por esta razón, el uso de antibióticos en cirugía se ha convertido en un componente esencial de la práctica quirúrgica moderna. Aunque no todos los procedimientos requieren profilaxis, en la mayoría de ellos existe una indicación clara basada en evidencia. Las infecciones del sitio quirúrgico (ISQ) figuran entre las complicaciones más frecuentes en pacientes operados, y su prevención a través de medidas como la profilaxis antibiótica adecuada puede marcar una diferencia sustancial en los desenlaces clínicos (7,4).

Estudios recientes muestran que las ISQ son la segunda causa más común de infección nosocomial en múltiples sistemas de salud. Se estima que entre el 2% y el 5% de las cirugías limpias extraabdominales terminan en infección, mientras que en las cirugías abdominales esa tasa puede llegar al 20%. Además, quienes desarrollan una ISQ tienen un pronóstico significativamente peor: tienen un 60% más de probabilidad de requerir ingreso a una unidad de cuidados intensivos, un riesgo cinco veces mayor de ser readmitidos en el hospital y el doble de probabilidad de fallecer en comparación con quienes no presentan infección (8).

Sin embargo, en paralelo a la necesidad de prevenir estas infecciones, existe un fenómeno preocupante: el crecimiento descontrolado en el uso de antimicrobianos a nivel mundial. Durante las últimas dos décadas se ha observado un incremento alarmante en las tasas de resistencia bacteriana, fenómeno que amenaza con devolvernos a una era preantibiótica en la que incluso procedimientos quirúrgicos menores conllevarían un riesgo mortal. Este incremento se ha asociado, en gran parte, con un aumento exponencial en el consumo de antibióticos, particularmente en los países de ingresos bajos y medios. Entre los años 2000 y 2015, el consumo global pasó de 21,1 a 34,8 millones de dosis diarias definidas, lo que representa un aumento del 65%. Este crecimiento, impulsado en muchos casos por el acceso sin regulación, la automedicación y la falta de protocolos locales estandarizados, ha superado incluso los niveles observados en países de ingresos altos (9).

Profilaxis antimicrobiana quirúrgica

A pesar de los múltiples esfuerzos dirigidos a mejorar las condiciones de asepsia y los programas institucionales orientados a la prevención, la infección del sitio quirúrgico (ISQ) continúa siendo una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en pacientes hospitalizados. Esta realidad persiste incluso con la introducción sistemática de antibióticos profilácticos, lo cual pone de manifiesto que su sola administración no basta si no se aplica con criterios adecuados y dentro de un marco normativo riguroso (6,10).

La profilaxis antimicrobiana quirúrgica se entiende como la administración de un agente antimicrobiano con el propósito explícito de prevenir la colonización, proliferación o invasión de microorganismos en un huésped susceptible. Además, busca evitar la activación o aparición de enfermedades infecciosas latentes que podrían ser desencadenadas por el estrés quirúrgico o la alteración de las barreras naturales del organismo (1,7,11). Esta intervención, aunque preventiva, tiene un impacto directo en los desenlaces clínicos y es considerada hoy en día una de las piedras angulares de la seguridad del paciente quirúrgico.

En esencia, la finalidad de la profilaxis es doble: por un lado, impedir que los gérmenes exógenos –introducidos desde el ambiente quirúrgico, instrumental o manos del personal– colonicen el campo operatorio; por otro, contener la expansión de microorganismos endógenos –habitantes normales del cuerpo humano– que, al acceder a tejidos estériles durante la intervención, pueden desencadenar una infección (2). Esta doble protección solo se logra si se alcanza una concentración efectiva del antibiótico tanto en el plasma como en los tejidos en el momento exacto de la incisión quirúrgica, y se mantiene durante toda la duración del procedimiento (8,12).

Desde hace décadas, se ha reconocido el impacto positivo que tiene la administración profiláctica de antibióticos en el periodo perioperatorio. La práctica quirúrgica ha mejorado sustancialmente en términos de reducción de complicaciones infecciosas, muchas de las cuales representaban antes causas importantes de fracaso terapéutico. Actualmente, se reporta una incidencia de infección postquirúrgica que oscila entre el 2,8% y el 7,6%, lo que la sitúa como la segunda causa más frecuente de infección nosocomial, solo superada por las infecciones urinarias asociadas a sondas (2).

No obstante, la eficacia de esta estrategia profiláctica sigue enfrentándose a errores comunes que, si no se corrigen, pueden disminuir su efectividad o incluso revertir sus beneficios. Entre los errores más frecuentes destacan la omisión injustificada del antibiótico profiláctico, la elección incorrecta del fármaco en relación con el tipo de cirugía y los patógenos esperados, el momento inadecuado para su administración (fuera de la ventana óptima previa a la incisión) y, especialmente, una duración excesiva del tratamiento posterior a la cirugía. Cada uno de estos fallos no solo reduce la eficacia preventiva, sino que también puede contribuir a la selección de cepas resistentes, alterar el microbiota del hospital y exponer a las personas a efectos adversos innecesarios (2).

Frente a esta realidad, se insiste en la necesidad de aplicar la profilaxis antimicrobiana quirúrgica bajo estrictas normas clínicas, guiadas por protocolos establecidos y revisados periódicamente. Su uso no debe obedecer a una práctica rutinaria, sino a una decisión racional, con objetivos precisos y claramente delimitados. De lo contrario, su abuso o mal uso puede generar más complicaciones que beneficios, tanto a nivel individual como colectivo (1).

Existen diversas indicaciones generales para la administración de antibióticos con fines profilácticos. Algunas de ellas, ampliamente reconocidas, incluyen:

Prevenir la adquisición de microorganismos a los que se ha estado expuesto previamente, como ocurre en el caso del Plasmodium, donde la profilaxis evita el desarrollo del paludismo tras viajes a zonas endémicas.

Impedir que microorganismos comensales o flora normal invadan áreas estériles, como ocurre con bacterias vaginales que pueden provocar infecciones urinarias ascendentes durante ciertos procedimientos.

Disminuir la gravedad de infecciones agudas en pacientes con enfermedades crónicas, tal es el caso de personas con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), en quienes una infección respiratoria puede precipitar una agudización severa.

Reducir el riesgo de infecciones en pacientes considerados de alto riesgo, tales como personas inmunocomprometidas, con diabetes descompensada, portadores de prótesis o con antecedentes de infección previa.

Prevenir recurrencias de infecciones graves previamente tratadas, como en el caso de la endocarditis bacteriana, donde la profilaxis es crucial antes de procedimientos dentales o invasivos.

Evitar infecciones postquirúrgicas, que representan una amenaza directa al éxito del procedimiento y al bienestar general del o la paciente (3).

Resistencia antimicrobiana

Desde el histórico descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming, el desarrollo de los antibióticos revolucionó la medicina moderna, convirtiéndose en herramientas fundamentales para el tratamiento de enfermedades infecciosas que previamente resultaban letales. Sin embargo, el uso masivo y, en muchos casos, inapropiado de estos fármacos ha traído consigo un efecto colateral de gran magnitud: la emergencia y propagación de la resistencia antimicrobiana (7).

En el ámbito quirúrgico, el uso de antibióticos en el periodo perioperatorio se ha consolidado como una estrategia preventiva para evitar infecciones del sitio quirúrgico. No obstante, su administración debe estar guiada por lineamientos clínicos rigurosos y bien fundamentados, ya que su uso indiscriminado o carente de criterio científico puede tener efectos contraproducentes. Uno de los más alarmantes es el aumento sostenido de cepas bacterianas resistentes a múltiples fármacos (1,6,8).

La resistencia antimicrobiana (RAM) ha dejado de ser un fenómeno aislado para convertirse en un reto estructural de salud pública global. Según estimaciones actuales, alrededor de 700.000 personas fallecen cada año a causa de infecciones producidas por organismos multirresistentes (MDR, por sus siglas en inglés). De no revertirse esta tendencia, se proyecta que para el año 2050 la cifra podría ascender a 10 millones de muertes anuales, superando incluso el impacto de enfermedades como el cáncer (4,9). Este dato refleja la urgencia con la que se debe abordar esta problemática, tanto desde la perspectiva clínica como desde las políticas sanitarias.

Las infecciones por bacterias multirresistentes (BMR) se han vuelto cada vez más comunes entre pacientes hospitalizados, especialmente en unidades críticas y quirúrgicas. Estas infecciones no solo presentan una mayor tasa de letalidad, sino que también suponen tratamientos más prolongados, uso de fármacos de reserva de alto costo y mayores días de estancia hospitalaria, lo cual incrementa considerablemente los costos del sistema de salud (5,13). El uso incorrecto de antibióticos –ya sea por elección errónea del fármaco, dosificación inadecuada o prolongación innecesaria del tratamiento– está directamente relacionado con la aparición de estas cepas resistentes, que desafían las terapias convencionales y obligan al desarrollo de nuevos antibióticos, muchas veces más tóxicos y costosos.

La realidad es preocupante: el uso descontrolado de antibióticos a nivel mundial ha contribuido de forma significativa al incremento de la resistencia bacteriana. En un análisis retrospectivo de consumo antibiótico en tres periodos de tiempo (1991-1992, 1994-1995 y 1998-1999), se observó un incremento notable en el uso de antibióticos de amplio espectro. En adultos, el consumo aumentó del 24% al 48%, mientras que en la población pediátrica el salto fue del 23% al 40% (8). Este cambio en la práctica clínica ha favorecido la selección de cepas resistentes, especialmente en entornos hospitalarios, donde la presión antimicrobiana es alta y el intercambio de microorganismos es constante.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), consciente de la gravedad del problema, ha emitido alertas globales tras la publicación de su primer informe de vigilancia sobre la resistencia antimicrobiana. En él se reporta un incremento preocupante de cinco bacterias multidrogorresistentes (MDR), destacando especies como Escherichiacoli resistente a cefalosporinas de tercera generación y quinolonas; Klebsiellapneumoniae resistente tanto a cefalosporinas de tercera generación como a carbapenémicos; y Staphylococcusaureus resistente a meticilina (MRSA), especialmente prevalente en ambientes hospitalarios (9). Estos hallazgos reflejan no solo un deterioro progresivo del arsenal terapéutico disponible, sino también una amenaza directa al éxito de procedimientos quirúrgicos que hasta ahora eran considerados rutinarios.

En este contexto, la resistencia antimicrobiana no puede verse únicamente como un fenómeno microbiológico, sino como una consecuencia directa de prácticas clínicas inapropiadas, en especial dentro del ámbito quirúrgico. La mayoría de las personas que ingresan a un quirófano presentan uno o más factores de riesgo que incrementan la probabilidad de desarrollar una infección del sitio quirúrgico, lo que hace que la elección racional de la profilaxis antibiótica sea aún más relevante (10).

En suma, la lucha contra la resistencia antimicrobiana requiere una profunda transformación en la manera en que se prescriben y utilizan los antibióticos.

Optimización del uso de antimicrobianos en cirugía

Ante la creciente amenaza de la resistencia antimicrobiana, los sistemas de salud a nivel global han debido replantearse el uso de antibióticos, particularmente en contextos quirúrgicos, donde el equilibrio entre prevención de infecciones y reducción del uso innecesario de antimicrobianos se torna fundamental. En este sentido, los Programas de Optimización del Uso de Antimicrobianos (PROA) se han consolidado como una estrategia imprescindible para enfrentar este desafío. Estos programas, de carácter multidisciplinar, buscan mejorar los resultados clínicos, reducir efectos adversos, prevenir la aparición de cepas resistentes y disminuir los costos asociados al uso excesivo e inadecuado de estos medicamentos (13).

Aunque la implementación de PROA ha demostrado beneficios considerables, es importante recalcar que la profilaxis antibiótica no debe convertirse en una práctica rutinaria sin justificación clínica. Su utilización debe ser siempre el resultado de un análisis racional, basado en la lógica, la experiencia quirúrgica y, sobre todo, en la evidencia científica acumulada. Se ha demostrado que el uso profiláctico de antibióticos, cuando está correctamente indicado, disminuye la incidencia de infecciones quirúrgicas, y, por ende, contribuye a mitigar el impacto de la resistencia antimicrobiana (2).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha identificado al mal uso de antibióticos como la principal causa de la resistencia antimicrobiana, lo que se traduce en complicaciones sanitarias de gran envergadura. Entre ellas destacan estancias hospitalarias más prolongadas, aumento en los costos directos e indirectos para los sistemas de salud, y una mayor carga para las familias y la sociedad en general (8). En este contexto, los programas PROA no solo representan una herramienta médica, sino también una política pública eficaz para frenar esta amenaza creciente.

Diversos estudios han avalado la efectividad de estos programas. Por ejemplo, se ha comprobado que los PROA reducen el uso innecesario de antibióticos, mejoran la calidad de las prescripciones y disminuyen el riesgo de infecciones nosocomiales por microorganismos multirresistentes (5). A pesar de los posibles inconvenientes, como los efectos adversos o la sobrecarga administrativa en su implementación, sus ventajas superan ampliamente las dificultades cuando se aplican con criterio.

En cuanto a la profilaxis antibiótica quirúrgica, existe un amplio consenso sobre su eficacia en procedimientos seleccionados. Esta práctica, avalada por múltiples ensayos clínicos, ha demostrado reducir de forma significativa la incidencia de infecciones postoperatorias. Aunque su uso implica una exposición al riesgo de desarrollar resistencias bacterianas o reacciones adversas, los beneficios en cuanto a prevención de complicaciones, reducción de reintervenciones y mejora de los resultados quirúrgicos son ampliamente superiores cuando se aplican de forma correcta (12).

Es fundamental, sin embargo, que esta profilaxis forme parte de un conjunto integral de medidas preventivas que incluya la aplicación estricta de técnicas de asepsia y antisepsia, el uso adecuado de campos estériles, la limpieza del entorno quirúrgico y, por supuesto, la habilidad técnica y meticulosidad del equipo quirúrgico. Todos estos elementos actúan de manera sinérgica para reducir los índices de infección quirúrgica (11).

En relación con la elección del antibiótico profiláctico, esta debe realizarse con base en diversos factores como el tipo de procedimiento quirúrgico, la flora bacteriana más frecuente del sitio operatorio, el perfil de resistencia local, y las características del paciente. Existen múltiples antibióticos con espectros diversos, y la selección óptima debe ajustarse al contexto clínico específico. La intención no es erradicar todo el microbiota presente, sino disminuir la concentración de aquellas bacterias que más probablemente se relacionan con infecciones postoperatorias (2,3,7).

Las recomendaciones internacionales también establecen parámetros estrictos para la administración de la profilaxis. De acuerdo con el Center for Medicare and Medicaid Services y el Center forDisease Control and Prevention (CDC) de los Estados Unidos, el antibiótico debe ser administrado dentro de los 60 minutos previos a la incisión quirúrgica, asegurando su concentración máxima en el tejido en el momento de la exposición. Asimismo, la duración de su uso no debe exceder las 24 horas posteriores al procedimiento, salvo en situaciones clínicas excepcionales. En cirugías prolongadas, se aconseja una dosis adicional si la intervención sobrepasa el equivalente a dos vidas medias del fármaco (8). Por ende, la optimización del uso de antimicrobianos en cirugía no solo mejora la atención y los resultados en pacientes quirúrgicos, sino que constituye una herramienta clave en la lucha global contra la resistencia bacteriana.

Nuevas guías sobre profilaxis antimicrobiana quirúrgica

La profilaxis antibiótica perioperatoria representa uno de los pilares fundamentales de la medicina quirúrgica moderna. Su uso adecuado y racional no solo constituye una práctica basada en la evidencia, sino que se reconoce como un componente esencial de la buena praxis médica (10,11). Dentro de su enfoque preventivo, la profilaxis contribuye significativamente a la disminución de infecciones en el sitio quirúrgico (ISQ), un objetivo clave en todo procedimiento quirúrgico.

En los últimos años, diversas guías clínicas han actualizado sus recomendaciones para mejorar la eficacia y seguridad de la profilaxis antimicrobiana en cirugía. Estas guías, elaboradas por organismos internacionales y sociedades científicas, se basan en estudios rigurosos y en el análisis de datos sobre resultados clínicos, patrones de resistencia bacteriana y farmacología antimicrobiana. Su aplicación exige una valoración cuidadosa de múltiples variables, entre las que destacan: el tipo de intervención quirúrgica, el momento adecuado para la administración del antibiótico, la farmacodinamia del fármaco elegido, los efectos adversos potenciales y la familia química a la que pertenece el antimicrobiano (7,14).

Estas consideraciones no son meramente teóricas. La administración de antibióticos, incluso cuando se hace con fines profilácticos, conlleva riesgos que no deben subestimarse. Entre ellos se incluyen las reacciones alérgicas, los efectos secundarios sistémicos, el aumento en los costos de tratamiento y, especialmente, la emergencia de cepas bacterianas resistentes, fenómeno que representa una de las amenazas más preocupantes en la medicina contemporánea. Además, el uso inapropiado puede dar lugar a superinfecciones, que agravan el estado del paciente y dificultan el tratamiento posterior (2).

Por esta razón, las nuevas guías coinciden en que la profilaxis quirúrgica debe aplicarse exclusivamente cuando esté clínicamente justificada, priorizando siempre un enfoque selectivo y racional. Las evidencias actuales recomiendan su utilización en dos escenarios bien definidos (2):

Cuando el procedimiento quirúrgico conlleva un riesgo sustancial de infección. Este es el caso típico de las cirugías limpias-contaminadas, donde la entrada de bacterias al campo quirúrgico es previsible y representa una amenaza concreta.

En procedimientos con bajo riesgo aparente de infección, pero donde las consecuencias de una infección serían particularmente graves. Este grupo incluye intervenciones en áreas anatómicas críticas o aquellas donde se implantan materiales protésicos, ya que una infección en estos casos suele requerir la retirada del implante y una nueva cirugía, con resultados clínicos y económicos desfavorables.

Un aspecto destacable de las recomendaciones actuales es su visión integradora, la cual va más allá del uso exclusivo de antimicrobianos. En efecto, se están explorando y aplicando alternativas complementarias, como el uso de factores de crecimiento o recubrimientos especiales en los implantes quirúrgicos, con propiedades antimicrobianas, que reducen el riesgo de colonización bacteriana y potencian la efectividad de la profilaxis (1). Estas estrategias emergentes están siendo evaluadas por su capacidad de minimizar la dependencia de antibióticos y mitigar así el impacto negativo del uso indiscriminado, incluyendo el desarrollo de resistencias, toxicidad, sobreinfecciones y la elevación de los costos hospitalarios.

Recomendaciones para evitar el uso excesivo de antibióticos antes, durante o después de un procedimiento quirúrgico

Se priorizan algunas medidas principales para su inclusión en la prevención (4). Es de gran importancia considerar algunas medidas claves antes, durante y después.

Periodo preoperatorio

Durante esta fase, se recomienda proporcionar información clara al paciente sobre el proceso quirúrgico y las medidas preventivas, con el fin de empoderarlo y hacerlo partícipe activo en su cuidado. La implementación de programas como los de Recuperación Intensificada en Cirugía, junto con paquetes de medidas integradas o «bundles» para la prevención de infecciones, constituye una estrategia esencial.

Es fundamental mantener una vigilancia epidemiológica activa sobre las infecciones del sitio quirúrgico. En pacientes que reciben tratamiento inmunosupresor y se someten a procedimientos de bajo riesgo, no se debe suspender dicha medicación. Sin embargo, en intervenciones de alto riesgo, se recomienda ajustar las dosis de forma individualizada, considerando tanto el fármaco como la enfermedad de base. También se debe evitar prolongar innecesariamente la profilaxis antibiótica en estos pacientes (4).

Previo a una cirugía mayor, se sugiere realizar una valoración nutricional y, en caso de detectarse desnutrición, llevar a cabo una optimización nutricional antes del procedimiento. No se aconseja el uso rutinario de inmunonutrición en esta etapa.

Respecto al ambiente quirúrgico, se recomienda no emplear sistemas de flujo laminar para la ventilación en los quirófanos y mantener la temperatura entre los 21 y 23 °C. Además, el paciente debe realizar una ducha preoperatoria con jabón común o solución antiséptica, siguiendo instrucciones precisas por parte del equipo médico (15).

En casos de cirugía limpia de alto riesgo, debe hacerse un cribado y descolonización de portadores de Staphylococcusaureus. Para cirugía colorrectal electiva, se recomienda la combinación de profilaxis antibiótica oral con preparación mecánica del colon (4).

No se debe eliminar el vello corporal de forma rutinaria. Si es necesario, la eliminación debe hacerse fuera del quirófano, preferiblemente en el hospital, utilizando una maquinilla eléctrica con cabezal desechable, y nunca en el domicilio del paciente.

La profilaxis antibiótica debe administrarse por vía intravenosa conforme a las guías del hospital. Su infusión debe iniciarse dentro de los 60 minutos previos a la incisión quirúrgica. En intervenciones ortopédicas, debe asegurarse que la infusión finalice antes del uso de torniquetes. En cesáreas, la administración debe seguir el mismo marco temporal (15).

La dosis del antibiótico debe ajustarse a las características del paciente, administrándose en su forma máxima. Puede ser necesario redosificar durante la operación si hay pérdidas sanguíneas considerables o si la intervención se extiende más allá del doble de la vida media del antibiótico. En la mayoría de los procedimientos, una sola dosis es suficiente, salvo en cirugía ortopédica protésica y cardíaca, donde puede prolongarse hasta 24 horas (1,4).

Es aconsejable emplear técnicas mínimamente invasivas, como laparoscopias o toracoscopias, siempre que estén indicadas. El equipo quirúrgico debe utilizar indumentaria exclusiva del área quirúrgica, incluyendo batas estériles, mascarillas que cubran completamente nariz y boca, gorros que tapen todo el cabello y calzado específico. Asimismo, no deben utilizarse joyas, esmalte de uñas, ni elementos como relojes o pulseras (15).

La higiene quirúrgica de manos debe realizarse sin uñas postizas o lesiones visibles, con un lavado que incluya manos, antebrazos y codos, utilizando soluciones jabonosas o alcohólicas. La higiene inicial del día se recomienda con clorhexidina acuosa, mientras que las sucesivas pueden hacerse con soluciones alcohólicas o similares. Las uñas deben mantenerse cortas y el espacio subungueal debe limpiarse con un utensilio plástico desechable. No se recomienda el uso de cepillos para la piel, y el lavado debe durar entre dos y tres minutos (4).

Periodo intraoperatorio

Durante esta etapa crítica, es esencial reducir al mínimo el tráfico de personas en el quirófano, ya que el ingreso y salida constante puede alterar las condiciones ambientales y aumentar el riesgo de contaminación. Del mismo modo, deben evitarse las conversaciones innecesarias para limitar la dispersión de partículas en el aire (15).

En cuanto a la técnica quirúrgica, se recomienda el uso de bisturí eléctrico en lugar del bisturí tradicional, siempre que sea posible, ya que se asocia con menor daño tisular y reducción del riesgo de infección. Además, es importante controlar minuciosamente el sangrado para prevenir acumulaciones que puedan servir de sustrato para infecciones. También se debe evitar la manipulación excesiva de los tejidos, el uso prolongado de drenajes y el cierre de heridas con tensión excesiva.

Respecto al uso de dispositivos médicos, se recomienda utilizar un sistema de aspiración cerrado y estéril. En cirugía laparoscópica, debe emplearse una técnica estéril para el uso de la óptica, evitando el contacto directo con superficies no estériles. Cuando sea posible, se debe cubrir la óptica con un sistema protector (4).

Es fundamental mantener una temperatura corporal adecuada en el paciente durante toda la intervención, ya que la hipotermia intraoperatoria está asociada con mayor riesgo de infecciones del sitio quirúrgico. De igual forma, se debe procurar una correcta oxigenación mediante la administración de oxígeno suplementario, particularmente durante las dos horas posteriores a la cirugía.

Por último, se recomienda administrar glucosa intravenosa durante la operación en pacientes que la requieran, evitando tanto la hipoglucemia como la hiperglucemia, ya que ambas condiciones comprometen el sistema inmunológico (1,4).

Periodo postoperatorio

Después de la cirugía, es fundamental llevar a cabo una monitorización cuidadosa del paciente y de la herida quirúrgica. El control del dolor debe ser prioritario, ya que facilita la movilización precoz, mejora la función respiratoria y disminuye las complicaciones infecciosas.

Es necesario mantener una adecuada oxigenación postoperatoria, sobre todo en pacientes con alto riesgo de infección, como aquellos que han sido sometidos a procedimientos abdominales o cardíacos. Asimismo, debe asegurarse una correcta hidratación, control glucémico y continuidad de la normotermia (4,14).

Las heridas deben cubrirse con apósitos estériles durante las primeras 48 horas, y se debe evitar su manipulación innecesaria. La retirada de drenajes debe hacerse tan pronto como ya no cumplan una función específica, para reducir el riesgo de colonización bacteriana.

El equipo de salud debe aplicar técnicas estrictas de higiene de manos antes y después de examinar al paciente o manipular la herida. Además, es esencial la vigilancia activa de signos de infección, con especial atención a enrojecimiento, dolor, secreción purulenta o fiebre persistente (15).

Finalmente, se debe involucrar a la persona paciente en su propio proceso de recuperación, brindándole educación sobre el cuidado de la herida, la importancia de asistir a controles médicos y las señales de alerta que deben motivar una consulta oportuna (4).

Barreras en la aplicación de nuevos procedimientos

A pesar de los avances en la formulación de guías clínicas y protocolos destinados a mejorar la administración de profilaxis antimicrobiana en cirugía, su implementación efectiva en la práctica diaria sigue enfrentando múltiples obstáculos. Uno de los principales desafíos radica en la inexistencia de un antimicrobiano universal que cumpla con todos los criterios ideales para todas las intervenciones quirúrgicas. Cada procedimiento, cada contexto hospitalario y cada perfil de paciente requiere una evaluación individualizada, lo cual dificulta la estandarización absoluta del tratamiento antibiótico (2).

En teoría, los protocolos institucionales están diseñados con el propósito de optimizar los procesos clínicos, garantizar la seguridad del paciente, minimizar la variabilidad en la práctica médica y promover el uso racional de antibióticos. No obstante, la ejecución práctica de estos lineamientos muchas veces se ve entorpecida por errores operativos que reducen su efectividad. Un estudio realizado en un hospital español ilustró esta problemática al reportar que, aunque la adhesión global al protocolo de profilaxis antibiótica alcanzó un 88.6%, la preparación prequirúrgica solo fue adecuada en el 60% de los casos (12). Este dato revela que incluso con protocolos bien diseñados, la correcta ejecución y adherencia a los detalles técnicos del procedimiento sigue siendo una debilidad crítica.

El problema no es exclusivo de una región o institución específica. A nivel internacional, la inadecuada utilización y prolongación innecesaria del tratamiento antibiótico en cirugía profiláctica es una práctica comúnmente documentada. Diversos estudios coinciden en que esta deficiencia no solo incrementa el riesgo de infección del sitio quirúrgico —con su consiguiente impacto en la morbilidad del paciente y en los costos asociados al tratamiento—, sino que también contribuye de manera directa al agravamiento del problema de la resistencia antimicrobiana (8). Esta última consecuencia reviste una gravedad particular, ya que amenaza la eficacia futura de los tratamientos antimicrobianos y compromete la seguridad del entorno hospitalario en su conjunto.

Además, otras barreras estructurales y culturales dificultan la aplicación de nuevos procedimientos basados en evidencia. Entre ellas se pueden mencionar la resistencia al cambio por parte del personal médico, la falta de capacitación continua, la inadecuada infraestructura hospitalaria, la insuficiencia de controles y auditorías clínicas, así como la ausencia de una cultura institucional sólida de mejora continua (5,13). Todo esto desemboca en una brecha considerable entre lo que las guías recomiendan y lo que efectivamente ocurre en el quirófano.

Discusión

La reducción del uso de antibióticos en cirugía representa hoy un objetivo ineludible en la lucha global contra la resistencia antimicrobiana, una amenaza creciente que compromete los avances terapéuticos alcanzados durante las últimas décadas. Como se ha expuesto a lo largo del presente artículo, el empleo racional y guiado por evidencia de los antimicrobianos en el contexto quirúrgico no solo preserva su eficacia, sino que mejora los desenlaces clínicos, reduce complicaciones y optimiza los recursos disponibles dentro del sistema de salud.

Uno de los ejes fundamentales en esta discusión es el equilibrio entre la prevención de infecciones y el uso responsable del arsenal antibiótico disponible. La profilaxis antimicrobiana, cuando se aplica correctamente —es decir, en el momento indicado, con la dosis apropiada y durante el periodo justo—, ha demostrado ser altamente efectiva para disminuir la incidencia de infecciones del sitio quirúrgico (ISS). No obstante, la sobreutilización o el uso inadecuado, como la prolongación innecesaria del tratamiento más allá de las 24 horas postoperatorias o la elección incorrecta del fármaco, han fomentado la aparición y propagación de bacterias multirresistentes (2,5,8).

A pesar de la existencia de nuevas guías clínicas basadas en sólidas evidencias científicas, persisten múltiples barreras en su aplicación, muchas de ellas relacionadas con factores humanos, estructurales y culturales dentro de los entornos hospitalarios. La falta de adherencia a los protocolos, la escasa capacitación continua del personal médico y quirúrgico, así como la presión institucional por mantener ciertos estándares de productividad, contribuyen a que las buenas prácticas no siempre se traduzcan en realidades clínicas (1,12).

En este contexto, los Programas de Optimización de Antimicrobianos (PROA) emergen como una estrategia clave. Su abordaje multidisciplinario permite fortalecer la vigilancia del uso de antibióticos, promover la toma de decisiones informada y generar una cultura de uso racional, todo ello sin comprometer la seguridad del o la paciente. Sin embargo, su eficacia está directamente relacionada con el grado de compromiso institucional, el liderazgo clínico y la disponibilidad de datos actualizados que permitan una retroalimentación continua del proceso (5,13).

Asimismo, es importante destacar que el abordaje de esta problemática no puede centrarse exclusivamente en el personal médico. Es indispensable integrar a equipos de enfermería, farmacia clínica, control de infecciones y gestión administrativa para asegurar la transversalidad del cambio. La prevención efectiva de infecciones quirúrgicas, por tanto, exige una visión integradora que contemple desde la asepsia rigurosa en quirófano hasta la adecuada elección del antibiótico profiláctico, pasando por la capacitación constante del recurso humano y la evaluación sistemática de resultados (9,11).

Finalmente, se determina en este artículo que la reducción del uso de antibióticos en cirugía no debe entenderse como una limitación terapéutica, sino como una oportunidad para perfeccionar los cuidados quirúrgicos, proteger la eficacia de los antimicrobianos disponibles y salvaguardar la salud pública global frente a la creciente amenaza de la resistencia bacteriana. La implementación adecuada de guías, junto a un cambio cultural en el abordaje del manejo antimicrobiano, es la vía más efectiva para alcanzar estos objetivos en el corto, mediano y largo plazo.

Conclusiones

En síntesis, la profilaxis antimicrobiana en cirugía constituye una herramienta indispensable en la prevención de infecciones del sitio quirúrgico, siempre que se utilice bajo criterios clínicos claros, evidencia científica actualizada y una adecuada evaluación del riesgo-beneficio. El uso indiscriminado o prolongado de antibióticos no solo resulta ineficaz, sino que además genera consecuencias adversas importantes, como el aumento de la resistencia antimicrobiana, la aparición de infecciones por bacterias multirresistentes y el incremento de los costos sanitarios.

La evidencia revisada permite concluir que la administración adecuada de profilaxis antimicrobiana —específicamente, su indicación según el tipo de cirugía, el momento de aplicación, la duración del tratamiento y la elección del fármaco— es esencial para mantener su efectividad terapéutica sin generar daños colaterales. Del mismo modo, se reconoce que aún existen importantes barreras en la implementación práctica de los protocolos, que van desde fallos en la adherencia institucional hasta vacíos en la formación continua del personal quirúrgico y médico.

Los Programas de Optimización de Antimicrobianos (PROA) han demostrado ser eficaces para guiar el uso racional de estos medicamentos, promoviendo decisiones clínicas más acertadas y disminuyendo la incidencia de infecciones asociadas a la atención sanitaria. Sin embargo, su impacto dependerá de su integración transversal en los servicios de salud, del compromiso del equipo interdisciplinario y del respaldo institucional en todos los niveles.

Por tanto, reducir el uso innecesario de antibióticos en cirugía no solo es una medida técnica, sino un compromiso ético con la salud pública. Esto requiere combinar estrategias educativas, regulatorias y clínicas que fomenten una cultura de responsabilidad en el manejo antimicrobiano, con el objetivo de preservar la eficacia de los antibióticos actuales para las generaciones presentes y futuras.

Referencias

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15. Salmerón Escobar JI, Amo Fernández de Velasco AD. Profilaxis antibiótica en cirugía oral y maxilofacial. Med Oral Patol Oral Cir Bucal. 2016;11(3):292-6.

Declaración de buenas prácticas:
Los autores de este manuscrito declaran que:
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
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Han preservado las identidades de los pacientes.