Ruptura de ligamento cruzado posterior, una revisión exhaustiva
Autor principal: Kevin Calvo Hernández
Vol. XX; nº 11; 652
Posterior cruciate ligament rupture, an exhaustive revision
Fecha de recepción: 13 de mayo de 2025
Fecha de aceptación: 11 de junio de 2025
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 11 – Primera quincena de Junio de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 11; 652
Autores:
Kevin Calvo Hernández, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0002-9887-7857
Paola Alegría De Arco, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0002-1303-8721
Sebastián Pérez de la Cuesta, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0000-0001-7645-3231
Kevin Herz Orozco, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0000-3597-4065
Luis Diego Flores Vega, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0003-7824-7628
Camille Morice Herrero, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0008-2198-9758
Nicole Rodríguez Lobo, investigador independiente, San José, Costa Rica. https://orcid.org/0009-0004-5574-1823
Resumen
La ruptura del ligamento cruzado posterior (LCP) representa una lesión compleja de la rodilla, cuya presentación puede ser aislada o, con mayor frecuencia, formar parte de un daño multi-ligamentoso. Aunque estas lesiones aisladas son poco frecuentes, requieren de una comprensión integral del LCP y su patología, para lograr un abordaje adecuado. El diagnóstico depende en gran medida de una evaluación correcta complementada con estudios de imagen, siendo la resonancia magnética el método de elección en las lesiones agudas, mientras que otras técnicas como el ultrasonido y radiografías tienen un rol complementario. El tratamiento continúa siendo motivo de debate, especialmente en rupturas aisladas, pero se reconoce la importancia de individualizar cada caso en función de la estabilidad, grado de lesión y riesgo de complicaciones articulares a largo plazo. La decisión entre el manejo conservador o quirúrgico debe contemplar no solo el grado de la lesión, sino también su impacto biomecánico y funcional.
Palabras clave
ligamentos, ligamento cruzado posterior, traslación posterior, lesión articular, inestabilidad articular
Abstract
Posterior cruciate ligament (PCL) rupture is a complex knee injury that, while it can occur in isolation, more commonly presents as part of a multi-ligament injury. Despite its low incidence—especially in isolated cases—proper management of this condition requires a thorough understanding of knee anatomy and biomechanics. Accurate diagnosis relies on careful clinical evaluation supported by imaging studies, with magnetic resonance imaging being the preferred method in acute injuries, although ultrasound and radiographs remain useful as complementary tools. Treatment approaches are still a matter of debate, particularly in isolated cases, so decisions should be made on a case-by-case basis, considering joint stability, the severity of the injury, and the risk of long-term functional damage. Ultimately, rather than following a rigid protocol, the management of PCL injuries should be tailored to each patient, always aiming to preserve knee function and prevent future complications.
Keywords
ligaments, posterior cruciate ligament, posterior translation, joint instability, joint injury
Introducción
La ruptura del LCP se puede presentar como rupturas aisladas o cómo parte de una lesión multi-ligamentosa, estas últimas son las lesiones de LCP más comunes, sin embargo, las lesiones multi-ligamentosas son de baja incidencia y extrañas. Este tipo de lesiones donde se involucran más de un ligamento se describen principalmente en traumatismos asociados al deporte o accidentes automovilísticos [1,2]. Un estudio demostró que de todos los pacientes con trauma agudo de rodilla que presentaron hemartrosis, un 38% sufrió daño estructural al LCP. Por otro lado, las lesiones aisladas del LCP no son comunes; con una incidencia alrededor de 2 por cada 100000 pacientes en un año, o de 1% a 6%. El mecanismo de trauma más común es el trauma directo a la región anterior en una rodilla flexionada [2,3].
Ambas rupturas del LCP, de acuerdo con la Asociación Americana Médica (A.M.A por sus siglas en inglés), se pueden clasificar en tres grados diferentes. Grado I, son aquellas lesiones consideradas como rupturas parciales mínimamente inestables involucrando al ligamento o fibra individual con una traslación tibial posterior (TTP)< 5 mm. Se clasifica cómo Grado II a las rupturas parciales moderadamente inestables del ligamento o fibra individual con una TTP > 5 mm, pero < 10 mm. Las lesiones Grado III son rupturas completas e inestables con una TTP > 10 mm [3,4].
Este artículo revisa la literatura reciente sobre la ruptura de LCP, abordando su anatomía, biomecánica, diagnóstico y tratamiento. Además, recopila información clave para facilitar su comprensión y aplicación en la práctica. Las técnicas quirúrgicas, métodos de recuperación y tipos de terapia física no serán descritos en esta revisión.
Anatomía
El LCP forma parte de la articulación de la rodilla, considerada cómo la articulación más grande del cuerpo. Esta se encuentra conformada por múltiples ligamentos tanto extra cómo intraarticulares. El LCP, con una longitud aproximada de 36 a 38 mm, pertenece a los ligamentos/estructuras intraarticulares; así como el ligamento cruzado anterior (LCA), meniscos, y el tendón poplíteo en parte de su recorrido. También, existe el complejo LCP el cual está conformado por los ligamentos menisco-femorales anterior y posterior. Al menos uno de estos se encuentra presente en un 95% de población, o ambos presentes en un 60% [1,3,5].
Los ligamentos cruzados, se sitúan con una disposición oblicua en el centro de la articulación. Al realizar una rotación medial de la tibia sobre el fémur, los ligamentos se entrelazan, limitando la movilidad a solo 10°. Caso contrario pasa a la rotación lateral, permitiendo aproximadamente 40° de movilidad ya que estos se «desenrollan». Estos ligamentos son los encargados de mantener el contacto de las superficies articulares femoral y tibial durante la flexión de la rodilla [5].
Entre los ligamentos cruzados, el LCP es el más fuerte de los dos, y está compuesto de dos haces: el haz anterolateral (HAL) y el haz posteromedial (HPM). La inserción femoral de ambos haces surge en la cresta intercondílea medial. Su inserción tibial se encuentra en la región intercondílea posterior, pasando superior y anterior en el lado medial del LCA. Este limita el giro anterior del fémur sobre la meseta tibial durante la extensión y previene el desplazamiento anterior del fémur sobre la tibia, o el de desplazamiento posterior de la tibia sobre el fémur; durante la flexión de rodilla, actúa como el principal estabilizador del fémur [1, 5].
Se ha demostrado que existe diferencia estadísticamente significativa entre el punto de origen y el punto medio del LCP entre hombres y mujeres, siendo el promedio del diámetro masculino mayor que el promedio del diámetro femenino. Además, al realizar una comparación entre el LCA y el LCP, un estudio concluyó que el diámetro del LCA tiende a ser mayor que el diámetro del LCP [6]. Estas diferencias anatómicas tienen importancia debido a que ayudan a realizar una mejor planificación por parte de los cirujanos previo a una cirugía.
Biomecánica
Cómo articulación, la rodilla puede realizar traslación anterior, posterior, medial, lateral, cefálica y caudal. Además de sus movimientos principales de flexionar y extender, puede rotar interna y externamente o generar una angulación en varo o valgo [7]. Con respecto a la biomecánica de los ligamentos cruzados, estos son responsables de evitar el movimiento anterior y posterior excesivo. Debido a su forma asimétrica, con diferentes sitios de inserción, la longitud y tensión de ambos ligamentos cruzados varían dependiendo de la flexión o extensión de la rodilla. A esto se le conoce cómo el sistema de 4 barras cruzadas [7]; esto debido a que ambos ligamentos cruzados son conformados por dos haces cada uno.
Por ejemplo, cuando una persona se encuentra de pie con sus rodillas extendidas, el LCA se encuentra tensado, mientras que el LCP está laxo (pero no en su totalidad). Caso contrario pasa cuando la persona está con la rodilla flexionada, en donde el haz posterolateral del LCA está laxo mientras que el haz anterolateral se encuentra tenso. Entender que los ligamentos nunca se encuentran completamente tensados o laxos en ninguna posición debido a su configuración de doble haz, es importante ya que anteriormente se creía que funcionaban de esta forma, pero estudios recientes han demostrado que ambos ligamentos trabajan en sinergismo de forma codominante para evitar la traslación tanto anterior cómo posterior [1,7,8].
Refiriéndose específicamente a la biomecánica del LCP, su rol principal es resistir la traslación posterior de la tibia sobre el fémur en una posición flexionada. Además, tiene un rol secundario para limitar la rotación y la angulación en valgo o varo, especialmente en una hiperflexión de la rodilla, y juega un rol en la propiocepción [3,8]. Su haz anterolateral se encuentra tenso en la flexión, lo que le permite resistir el desplazo posterior de la tibia de los 70 a 90 grados. El haz posteromedial se encuentra tenso en la extensión, de forma que le permite resistir la traslación posterior de la tibia en dicha posición [7].
Con respecto a la reparación y planeación quirúrgica, es importante comprender no solamente cómo funciona el LCP, sino entender también su funcionamiento asociado a los demás ligamentos de la rodilla. Ya que una lesión en cualquiera de estos puede llegar a alterar la compleja biomecánica de la articulación, poniendo una carga extra y sometiendo a estrés funcional a otras estructuras.
Signos y síntomas
Al ser la rodilla una articulación grande y compleja debido a sus múltiples estructuras que trabajan en conjunto, una lesión en cualquiera de estas puede dar una sintomatología similar. Por lo que se debe realizar una historia clínica exhausta para así valorar el tipo de mecanismo de trauma, si la lesión es aguda o crónica, y si se trata de una lesión propiamente de la rodilla o si es un dolor referido, ya que lesiones de la cadera y del fémur pueden correlacionar dolor en la rodilla sin estar afectada [9].
Dentro de su presentación clínica, en la patología aguda se puede observar dolor en cara posterior de la rodilla, rigidez, limitación del rango de movimiento y deformidad; mientras que en la patología crónica asocia dolor de la cara anterior y debilidad al bajar escaleras [9,10]. Aunque el dolor está presente y es un buen indicador de algún tipo de lesión, la ausencia de este no significa que no existe lesión. En las lesiones de ruptura completa, cómo las fibras no están en constante tensión, tienden a no generar dolor como en una lesión parcial [9].
Diagnóstico
Para la rodilla existe una gran variedad de pruebas físicas que ayudan a confirmar o descartar lesiones en diversas estructuras. Dentro de las pruebas más utilizadas para lesión del LCP se encuentra el signo de sag posterior, cajón posterior, cajón anterolateral, activación del cuádriceps, pivote inverso, Lachman’s inverso y la prueba de dial [8]. Comparando entre las pruebas ya mencionadas, un estudio in vivo encontró que la prueba de cajón anterolateral puede llegar a ser igual, si no, superior y confiable para el diagnóstico en lesiones crónicas del LCP [11].
Dentro de los métodos diagnósticos no invasivos, el más utilizado cómo prueba confirmatoria es la resonancia magnética (RMN). Sin embargo, esta prueba se debe utilizar principalmente en una lesión aguda, ya que puede no ser tan útil en la presencia de una lesión crónica primaria o una lesión post reparación quirúrgica [8,12]. Esto se debe por la aparente continuidad de las fibras del LCP, las cuales pueden llevar a una omisión del diagnóstico, provocando solamente un 62.5% de diagnósticos correctamente realizados en lesiones crónicas vs un 100% en lesiones agudas [12].
Las radiografías también forman parte como coadyuvancia para planeación y evaluación de la lesión. La toma en posición del paciente arrodillado sobre una rodilla a la vez sirve para evaluar y comparar la traslación tibial posterior de la rodilla afectada. Así cómo una radiografía en visualización anteroposterior y lateral de la tibia ipsilateral a la lesión permite visualizar el slope tibial posterior, el cual se puede utilizar para valorar la necesidad de osteotomía tibial en caso de una reconstrucción del LCP [8,10].
El uso del ultrasonido cómo método diagnostico ha ido aumentando, esto se debe a que es un procedimiento no invasivo y costo-efectivo a comparación de otros métodos cómo la RMN, pero tiene la limitación que es muy operador dependiente. Sin embargo, se ha demostrado que tiene una sensibilidad de 83.3% y una especificidad de 87%, siendo su efectividad «no inferior» en comparación al uso de la RMN [13].
Tratamiento
El tratamiento ha sido debatido por un largo tiempo, especialmente las rupturas aisladas del LCP, ya que ciertos especialistas prefieren la reconstrucción del ligamento de forma quirúrgica vs otros que prefieren el manejo conservador. Como regla general se llegó al consenso de que las rupturas aisladas grado III del LCP, así como las lesiones multiligamentosas que involucran al LCP, ameritan reparación quirúrgica. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que la decisión sobre el manejo quirúrgico se debe basar individualmente en la traslación y rotación de la rodilla afectada vs su contralateral (no afectada) [14].
Además, la decisión debe ser tomada por el especialista basándose en la posibilidad del paciente de generar una patología condral, meniscopatía o una lesión a otra estructura ligamentosa debido a la redistribución de la carga y trabajo como método compensatorio. Dentro de esta decisión también se debe tomar en cuenta la evolución y la programación de dicha cirugía, ya que una reconstrucción retrasada >12 semanas desde la aparición de la lesión, demostró un aumento en la aparición de patologías condrales [15].
Conclusión
La lesión del LCP, aunque menos común que otras lesiones de rodilla, representa un reto clínico importante tanto en su diagnóstico como en su tratamiento. Comprender su anatomía, función biomecánica y manifestaciones clínicas permite tomar decisiones más acertadas al momento de evaluar a un paciente con sospecha de esta patología. Individualizar el tratamiento, más allá de seguir protocolos generales, resulta esencial para evitar complicaciones futuras como inestabilidad crónica o daño articular progresivo, ya que, se ha demostrado que las lesiones agudas manejadas de forma conservadora, 11 años después muestran continuidad o regeneración del LCP en una RMN control. Otros casos han tenido gran variedad en la traslación posterior e inestabilidad con limitación al movimiento [16].
En definitiva, el manejo adecuado del LCP no depende únicamente del grado de la lesión, sino de un enfoque integral que considere cada caso como único, lo cual es clave para lograr una recuperación funcional satisfactoria y preservar la calidad de vida del paciente a largo plazo.
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