Dermatitis atópica en la infancia: Enfoque clínico integral y estrategias terapéuticas actuales
Autor principal: Eddy José Delgado Rodríguez
Vol. XX; nº 17; 831
Atopic dermatitis in childhood: Comprehensive clinical approach and current therapeutic strategies
Fecha de recepción: 12 de junio de 2025
Fecha de aceptación: 15 de julio de 2025
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 17 – Segunda quincena de Julio de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 17; 831
Autores:
Eddy José Delgado Rodríguez, Médico general, investigador Independiente. San Vito, Puntarenas, Costa Rica. Orcid: https://orcid.org/0000-0001-8677-5277. Código Médico: 17377
Deyliana Araya Astúa, Médico general, investigadora Independiente. Guadulpe, Cartago, Costa Rica. Orcid: https://orcid.org/0009-0009-9330-5519. Código Médico: 17643
Melani Enríquez Barrantes, Médico general, investigadora Independiente. Paraiso, Cartago, Costa rica. Orcid: https://orcid.org/0009-0000-0171-4572. Código Médico: 17383
Isaías José Núñez Pérez, Médico general, investigador Independiente. Heredia, Costa Rica. Orcid: https://orcid.org/0009-0004-0157-6711. Código Médico: 18051
Resumen
La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel caracterizada por una disfunción en la barrera cutánea y una respuesta inmunológica alterada. Las mutaciones en el gen de la filagrina y otras proteínas estructurales reducen la integridad epidérmica, aumentando la pérdida transepidérmica de agua y facilitando la entrada de alérgenos y microorganismos. Paralelamente, la inmunidad adaptativa se inclina hacia un perfil Th2, con elevación de citocinas como IL-4, IL-5 e IL-13, lo que intensifica la inflamación. Factores ambientales y disbiosis de la microbiota también agravan la condición, destacando la colonización por Staphylococcus aureus como factor desencadenante frecuente.
Las manifestaciones clínicas varían con la edad. En lactantes predominan lesiones en mejillas, cuero cabelludo y zonas extensoras, mientras que en niños mayores afectan pliegues flexurales. El prurito nocturno es un síntoma cardinal y contribuye a alteraciones del sueño y deterioro en la calidad de vida. El diagnóstico es clínico y se apoya en los criterios de Hanifin y Rajka o en los del Grupo de Trabajo del Reino Unido. Herramientas como SCORAD, EASI y POEM permiten evaluar la severidad.
El tratamiento se basa en emolientes, corticosteroides tópicos e inhibidores de calcineurina, con opciones avanzadas como dupilumab en casos graves. La educación del paciente y el seguimiento clínico son esenciales para mejorar la adherencia y el control de la enfermedad. La alta carga emocional y psicosocial subraya la necesidad de un enfoque multidisciplinario integral.
Palabras clave
Prurito, xerosis, filagrina, disbiosis, emolientes, comorbilidades, microbiota.
Abstract
Atopic dermatitis is a chronic inflammatory skin disease characterized by skin barrier dysfunction and an altered immune response. Mutations in the filaggrin gene and other structural proteins reduce epidermal integrity, increasing transepidermal water loss and facilitating the entry of allergens and microorganisms. In parallel, adaptive immunity shifts toward a Th2 profile, with elevated levels of cytokines such as IL-4, IL-5, and IL-13, which intensifies inflammation. Environmental factors and microbiota dysbiosis also aggravate the condition, with Staphylococcus aureus colonization being a common trigger.
Clinical manifestations vary with age. In infants, lesions predominate on the cheeks, scalp, and extensor areas, while in older children they affect the flexural folds. Nighttime pruritus is a cardinal symptom and contributes to sleep disturbances and impaired quality of life. Diagnosis is clinical and based on the Hanifin and Rajka criteria or those of the UK Working Group. Tools such as SCORAD, EASI, and POEM allow assessment of severity.
Treatment is based on emollients, topical corticosteroids, and calcineurin inhibitors, with advanced options such as dupilumab in severe cases. Patient education and clinical follow-up are essential to improve adherence and disease control. The high emotional and psychosocial burden underscores the need for a comprehensive multidisciplinary approach.
Keywords
Pruritus, xerosis, filaggrin, dysbiosis, emollients, comorbidities, microbiota.
Introducción
La dermatitis atópica (DA) es una afección cutánea inflamatoria crónica de alta prevalencia en la población pediátrica, que se asocia con una carga significativa tanto para los pacientes como para sus familias. Esta enfermedad se caracteriza por una intensa picazón, que no solo afecta la piel, sino que también interfiere con el sueño, impacta el comportamiento infantil y puede comprometer el rendimiento escolar y el desarrollo emocional1.
En cuanto a su distribución epidemiológica, la dermatitis atópica representa una de las patologías dermatológicas más comunes en la infancia, con una prevalencia global que ronda el 20 %. Esta cifra, sin embargo, puede variar regionalmente. Por ejemplo, un estudio realizado en Cataluña reportó una prevalencia del 27,2 % en niños de 0 a 11 años, con una incidencia levemente mayor en las niñas2. La enfermedad suele iniciar en etapas tempranas de la vida, con una edad media de aparición cercana a los 8 meses, y puede persistir, en distintos grados, hasta la adolescencia o incluso la adultez3.
El impacto de la dermatitis atópica trasciende los síntomas físicos, afectando considerablemente la calidad de vida de los pacientes. En los casos moderados o severos, el prurito persistente interrumpe el descanso nocturno y se asocia con irritabilidad, problemas conductuales y dificultades de concentración durante el día1. Este malestar también repercute en el entorno familiar, generando estrés, alteración de rutinas y desgaste emocional. Herramientas como el Family Dermatology Life Quality Index han evidenciado una relación directa entre la gravedad de la dermatitis y el deterioro en la calidad de vida familiar4.
Por otro lado, la dermatitis atópica en la infancia suele coexistir con diversas comorbilidades, dentro de las que destacan el asma, la rinitis alérgica y las alergias alimentarias. Se estima que más del 60 % de los niños con DA presentan al menos una de estas condiciones atópicas asociadas, lo que evidencia un perfil inmunológico compartido en estos trastornos3.
El tratamiento de la dermatitis atópica en niños generalmente incluye medidas no farmacológicas como el cuidado riguroso de la piel y el uso de emolientes, además de terapias farmacológicas tópicas principalmente corticoides e inhibidores de calcineurina y, en casos más severos, tratamientos sistémicos. Sin embargo, el uso prolongado de agentes inmunosupresores genera preocupaciones importantes en el entorno pediátrico, tanto por sus efectos secundarios como por el posible impacto en el desarrollo inmunológico del niño3.
El objetivo de este artículo de revisión consta de evaluar de forma actualizada el abordaje clínico y terapéutico de la dermatitis atópica en la población pediátrica, enfatizando su impacto en la calidad de vida, las comorbilidades asociadas y las opciones terapéuticas disponibles, con el fin de promover estrategias de tratamiento seguras, eficaces e individualizadas que mejoren el control de la enfermedad y el bienestar integral del paciente infantil.
Metodología
Para el desarrollo de esta investigación sobre el manejo clínico y terapéutico de la dermatitis atópica en la infancia, se llevó a cabo una revisión bibliográfica exhaustiva con el objetivo de analizar los aspectos más relevantes relacionados con la epidemiología, el impacto en la calidad de vida, las comorbilidades asociadas y las estrategias terapéuticas actuales utilizadas en el tratamiento pediátrico de esta enfermedad inflamatoria crónica de la piel. Esta revisión incluyó tanto abordajes farmacológicos como no farmacológicos, además de las nuevas terapias emergentes aprobadas o en estudio para la población pediátrica.
Para garantizar la calidad y pertinencia del material seleccionado, se consultaron bases de datos científicas reconocidas como PubMed, Scopus y Web of Science, dada su relevancia y cobertura en temas de dermatología, alergología, inmunología pediátrica y medicina basada en evidencia. Se establecieron criterios de inclusión rigurosos: se consideraron artículos publicados entre 2020 y 2025, en inglés o español, que abordaran específicamente la dermatitis atópica en niños, incluyendo estudios sobre calidad de vida, comorbilidades, opciones terapéuticas convencionales y emergentes, así como guías clínicas actualizadas. Se excluyeron estudios con muestras no pediátricas, investigaciones con datos incompletos, publicaciones duplicadas o sin revisión por pares.
Para la búsqueda, se utilizaron palabras clave como: Prurito, xerosis, filagrina, disbiosis, emolientes, comorbilidades, microbiota.
La búsqueda inicial identificó 26 fuentes relevantes, incluyendo revisiones sistemáticas, estudios observacionales, ensayos clínicos, guías de práctica clínica y publicaciones de organismos especializados en dermatología pediátrica. A partir de estas fuentes, se realizó un análisis detallado de la evidencia disponible, evaluando el nivel de eficacia y seguridad de los tratamientos, la frecuencia y perfil de comorbilidades asociadas, y el impacto psicosocial en los pacientes y sus familias.
El análisis se desarrolló a partir de un enfoque cualitativo y temático. Los hallazgos fueron organizados en categorías según: epidemiología, impacto psicosocial, comorbilidades asociadas, tratamiento tópico, tratamiento sistémico y nuevas terapias. Este enfoque permitió una visión integradora del conocimiento actual sobre la dermatitis atópica infantil, sus implicaciones clínicas y los retos que enfrentan tanto los profesionales de la salud como las familias en el manejo integral de esta patología.
Fisiopatología de la dermatitis atópica
En la dermatitis atópica, una de las alteraciones más relevantes a nivel fisiopatológico es la disfunción de la barrera cutánea, que se manifiesta como un deterioro en la integridad estructural y funcional de la piel. Esta disfunción se debe principalmente a alteraciones en las proteínas estructurales, como la filagrina, y en los lípidos epidérmicos, lo que genera un aumento en la pérdida transepidérmica de agua y una mayor permeabilidad cutánea. Estas modificaciones no solo comprometen la capacidad de la piel para retener humedad, sino que también la hacen más susceptible a la penetración de alérgenos y microorganismos, lo cual agrava la inflamación y la sintomatología clínica de la enfermedad5.
Entre los factores genéticos que predisponen a esta alteración, las mutaciones en el gen de la filagrina ocupan un papel central. Estas mutaciones contribuyen a una formación deficiente de la capa córnea y a una reducción de la hidratación natural de la piel, lo que favorece la aparición y la perpetuación de las lesiones eczematosas5. Además, las predisposiciones genéticas no se limitan a esta proteína. Estudios de asociación de todo el genoma han identificado múltiples alelos de riesgo vinculados con la enfermedad, aunque la interacción precisa entre estos factores genéticos y los desencadenantes ambientales aún está en proceso de elucidación6.
La respuesta inmunológica alterada constituye otro componente clave en la fisiopatología de la dermatitis atópica. Se ha demostrado que existe una inclinación hacia una respuesta de tipo Th2, mediada por células T colaboradoras que secretan citocinas como la interleucina 4 (IL-4), la interleucina 5 (IL-5) y la interleucina 13 (IL-13). Estas citocinas amplifican la inflamación y contribuyen a la disfunción de la barrera cutánea, además de promover la sensibilización alérgica y la hiperreactividad cutánea. La participación de las respuestas inmunitarias innata y adaptativa es simultánea, y tanto los queratinocitos como las células T desempeñan un papel activo en la perpetuación del proceso inflamatorio5.
Junto con los factores genéticos e inmunológicos, los factores ambientales desempeñan un rol relevante en la exacerbación de la enfermedad. La exposición a alérgenos, irritantes químicos y contaminantes del aire puede empeorar la alteración de la barrera cutánea y promover respuestas inmunes exageradas. Estos elementos también inciden en la composición de la microbiota cutánea, generando un desequilibrio conocido como disbiosis, que se ha relacionado con un aumento de la severidad de la enfermedad6.
En este contexto, la colonización cutánea por Staphylococcus aureus se ha identificado como un marcador frecuente en los brotes de dermatitis atópica, y su sobrecrecimiento contribuye a la inflamación crónica y al deterioro de la barrera epidérmica. La disbiosis no se limita a la piel; la microbiota intestinal también participa en la regulación inmunológica a través del eje intestino-piel. Se ha observado que los ácidos grasos de cadena corta, producidos por la fermentación microbiana intestinal, ejercen un efecto inmunomodulador que puede influir en la gravedad y evolución de la enfermedad7,8.
Manifestaciones clínicas
Las manifestaciones clínicas de la dermatitis atópica varían considerablemente según la edad del paciente, lo que permite establecer patrones característicos por grupo etario. En el caso de los lactantes, comprendidos entre los 0 y 2 años, las lesiones cutáneas se localizan con mayor frecuencia en la cara, el cuero cabelludo y las superficies extensoras de las extremidades. Esta distribución anatómica incluye afectación periorbitaria, de las orejas y las mejillas, así como fisuras periauriculares, lo cual configura un patrón clínico distintivo en esta etapa del desarrollo. Además, en este grupo es común la presencia concomitante de alergias alimentarias y otras comorbilidades atópicas, como el asma bronquial y la rinitis alérgica, que pueden manifestarse precozmente9.
En los niños en edad preescolar, entre los 2 y 5 años, las lesiones cutáneas tienden a desplazarse hacia las zonas de flexión, como los pliegues de los codos y las rodillas. Esta evolución en la distribución refleja cambios en la movilidad, maduración inmunológica y comportamiento del niño. Durante esta etapa se observa un aumento en la incidencia de rinitis alérgica y asma, condiciones que suelen coexistir con la dermatitis atópica en un contexto de marcha atópica3,9. Además, el prurito se intensifica y se acompaña de xerosis cutánea, dos factores que inciden notablemente en los trastornos del sueño y el bienestar general3.
En los niños en edad escolar, de 6 a 12 años, la dermatitis atópica tiende a volverse más crónica, presentando lesiones liquenificadas y engrosamiento cutáneo, principalmente en zonas de flexión como pliegues antecubitales y poplíteos. El prurito persiste como uno de los síntomas más relevantes, siendo particularmente intenso durante la noche, con una puntuación promedio de 4,9 en escalas de severidad del picor nocturno. Esta intensidad del síntoma contribuye de manera significativa a las alteraciones del sueño y al deterioro de la calidad de vida. Las comorbilidades respiratorias, como el asma y la rinitis alérgica, continúan presentes y generan un impacto adicional en el entorno social, escolar y familiar del niño3,10.
De manera transversal a todos los grupos de edad, el prurito destaca como un síntoma cardinal de la dermatitis atópica. Se trata de una manifestación persistente que provoca incomodidad significativa, dificulta el descanso nocturno y perpetúa el ciclo de inflamación cutánea, rascado y agravamiento de las lesiones3,11. La xerosis, por su parte, constituye otra característica clínica prominente. La piel seca, áspera y escamosa, observada con frecuencia en estos pacientes, no solo empeora el prurito sino que también favorece la entrada de alérgenos y microorganismos, lo que puede desencadenar brotes y sobreinfecciones3,9.
Finalmente, los trastornos del sueño generados por la picazón tienen repercusiones amplias en la vida del paciente pediátrico. La alteración del ciclo de sueño impacta negativamente en la atención, el rendimiento académico y el estado emocional del niño, además de incrementar el estrés familiar al modificar las rutinas y el descanso del núcleo familiar3.
Diagnóstico
El diagnóstico de la dermatitis atópica en la infancia se basa principalmente en la evaluación clínica, ya que no existen biomarcadores específicos de uso rutinario que confirmen la enfermedad. Para ello, los criterios diagnósticos de Hanifin y Rajka continúan siendo ampliamente utilizados y aceptados a nivel internacional. Estos criterios establecen una combinación de características principales y menores, entre las que se incluyen el prurito intenso, la morfología típica de las lesiones, la naturaleza crónica y recurrente de los brotes, así como los antecedentes personales o familiares de atopia. La observación cuidadosa de estos elementos permite una identificación más precisa del trastorno en etapas tempranas del desarrollo12.
Adicionalmente, los criterios del Grupo de Trabajo del Reino Unido se han posicionado como una alternativa más sencilla y práctica para la evaluación clínica, sobre todo en contextos pediátricos. Estos criterios hacen especial énfasis en la presencia obligatoria de picazón cutánea, acompañada por al menos tres características adicionales, tales como dermatitis visible en áreas flexurales, antecedentes de piel seca, aparición antes de los dos años, historia de enfermedad atópica personal o familiar, y distribución típica según la edad12.
El diagnóstico diferencial resulta fundamental para evitar errores en la identificación de la enfermedad y prevenir tratamientos inadecuados. Entre las patologías que deben considerarse se encuentran el eccema seborreico, la psoriasis y la sarna. El eccema seborreico se distingue por la presencia de escamas grasosas en áreas como el cuero cabelludo y la zona facial, mientras que la psoriasis infantil suele presentarse con placas eritematosas bien delimitadas y cubiertas por escamas plateadas. Por su parte, la sarna se caracteriza por provocar un prurito nocturno intenso y la presencia de madrigueras en zonas específicas del cuerpo, especialmente en los pliegues interdigitales13. Un diagnóstico certero no solo permite abordar adecuadamente los síntomas, sino que también contribuye a mejorar la calidad de vida del paciente y a reducir la carga emocional y económica asociada a tratamientos erróneos14.
En cuanto a la evaluación de la severidad de la dermatitis atópica, existen diversas herramientas validadas que facilitan una valoración integral del cuadro clínico. El SCORAD (Scoring Atopic Dermatitis) y el EASI (Eczema Area and Severity Index) son los instrumentos más empleados en la investigación clínica. Ambos permiten cuantificar la extensión e intensidad de las lesiones cutáneas, así como evaluar síntomas subjetivos como el prurito y la alteración del sueño, ofreciendo una visión objetiva de la evolución de la enfermedad15.
Complementariamente, el POEM (Patient-Oriented Eczema Measure) representa una herramienta centrada en la experiencia del paciente, ya que recopila información sobre el impacto de la enfermedad en la vida cotidiana desde la perspectiva del propio afectado o de sus cuidadores. Esta medida resulta particularmente valiosa en el seguimiento a largo plazo y en la evaluación de la respuesta terapéutica. Para contextos de atención clínica habitual, también se ha propuesto el uso del compuesto iGaxBSA, una herramienta más sencilla que ha mostrado buena correlación con el SCORAD y el EASI, aunque su limitación principal radica en que no contempla elementos subjetivos como el malestar o el impacto psicosocial del cuadro15.
Manejo terapéutico
El primer pilar de tratamiento es el cuidado no farmacológico, en el cual los emolientes desempeñan un papel esencial. Estos productos ayudan a hidratar la piel y restaurar su función de barrera, reduciendo así la pérdida transepidérmica de agua. Se recomienda su aplicación regular, idealmente después del baño, utilizando jabones suaves y manteniendo rutinas higiénicas controladas, ya que estos cuidados contribuyen significativamente a prevenir las exacerbaciones de la enfermedad13,16.
Además del cuidado cutáneo, la educación de los pacientes y cuidadores es fundamental. Comprender la naturaleza crónica y recidivante de la enfermedad, así como identificar los factores desencadenantes y seguir de forma adecuada los tratamientos prescritos, permite una mejor adherencia terapéutica. Esta puede reforzarse mediante el uso de planes de acción por escrito y el establecimiento de seguimientos periódicos, lo que fortalece el vínculo médico-paciente y facilita la detección temprana de recaídas17.
En cuanto al tratamiento farmacológico, los corticosteroides tópicos (CCT) representan la primera línea de abordaje en la fase inflamatoria aguda. La selección del tipo y la potencia del corticosteroide depende tanto de la edad del niño como de la localización de las lesiones. Por ejemplo, para el rostro o zonas intertriginosas se prefieren corticosteroides de baja potencia, mientras que para el tronco o las extremidades pueden indicarse fórmulas más potentes. Su uso debe ser supervisado para evitar efectos adversos como la atrofia cutánea13,18.
En casos donde los CCT no son adecuados o cuando se busca reducir su uso prolongado, los inhibidores de la calcineurina como tacrolimus y pimecrolimus ofrecen una alternativa eficaz. Estos fármacos son especialmente útiles en áreas sensibles, como la cara y los pliegues, y no provocan atrofia cutánea, lo que los hace ideales para el mantenimiento prolongado en pacientes pediátricos. Asimismo, los antihistamínicos pueden emplearse para el control sintomático del prurito, y los antibióticos están indicados cuando existe evidencia de infección bacteriana secundaria, comúnmente causada por Staphylococcus aureus13.
Para los casos moderados a graves que no responden adecuadamente a las terapias convencionales, se han desarrollado opciones terapéuticas avanzadas. El dupilumab, un anticuerpo monoclonal dirigido contra la IL-4 e IL-13, ha sido aprobado para su uso en pacientes pediátricos con dermatitis atópica severa. Su eficacia ha sido demostrada en múltiples estudios clínicos, mostrando mejoras significativas en la severidad de los síntomas, la calidad de vida y la reducción de las recaídas. Es especialmente valioso en niños que presentan múltiples comorbilidades atópicas y en quienes se busca evitar el uso prolongado de inmunosupresores sistémicos3,19.
Junto con el dupilumab, otras terapias emergentes están en fase de investigación, como anticuerpos monoclonales que actúan sobre diferentes citocinas y los inhibidores de la quinasa Janus (JAK). Estos últimos, por su mecanismo de acción intracelular, ofrecen una vía alternativa para modular la inflamación, aunque su uso pediátrico aún requiere validación a largo plazo18,19.
En el ámbito de las terapias complementarias, la fototerapia representa una opción eficaz en casos seleccionados. No obstante, en población pediátrica su uso debe ser limitado debido a la preocupación por la exposición acumulativa a radiación ultravioleta y sus efectos adversos a largo plazo. Por lo tanto, se reserva para situaciones refractarias en centros especializados donde pueda garantizarse un monitoreo adecuado13,18.
Finalmente, la probioterapia ha sido propuesta como una estrategia para modular la microbiota intestinal, bajo la premisa del eje intestino-piel. Sin embargo, la evidencia actual sobre su eficacia es contradictoria y aún no se considera una intervención estándar. Se requieren estudios adicionales para esclarecer su papel en el tratamiento de la dermatitis atópica y definir sus indicaciones precisas16.
Complicaciones y comorbilidades
Los niños con dermatitis atópica presentan una notable susceptibilidad a infecciones cutáneas secundarias, derivada tanto de la alteración de la barrera epidérmica como de una respuesta inmunológica disfuncional. Esta vulnerabilidad facilita la colonización y proliferación de agentes patógenos, entre los cuales Staphylococcus aureus y el virus del herpes simple se encuentran entre los más frecuentes. La presencia de S. aureus se asocia con exacerbaciones agudas de la dermatitis, mientras que la infección por herpes simple puede evolucionar hacia un eccema herpético, una complicación potencialmente grave que requiere tratamiento antiviral inmediato20.
Más allá de las infecciones, la dermatitis atópica se vincula estrechamente con otras condiciones atópicas, como el asma, la rinitis alérgica y las alergias alimentarias. En población pediátrica, la coexistencia de estas patologías es común: el asma afecta aproximadamente al 25,7 % de los niños con dermatitis atópica, la rinitis alérgica al 40,5 % y las alergias alimentarias al 28,6 %3,20. Esta asociación sugiere una base inmunogenética compartida, en la que la predisposición atópica y factores ambientales contribuyen al desarrollo de un fenotipo inflamatorio sistémico21.
El impacto de esta enfermedad no se limita al ámbito físico, ya que también repercute profundamente en el bienestar emocional y psicosocial del paciente pediátrico. Diversos estudios han documentado una mayor prevalencia de síntomas de ansiedad, depresión e incluso pensamientos suicidas en niños y adolescentes con dermatitis atópica moderada a grave, lo cual evidencia una afectación sustancial de la salud mental en esta población22. Este efecto se ve amplificado por los trastornos del sueño, frecuentemente ocasionados por el prurito nocturno intenso, que interrumpe el descanso y contribuye a la irritabilidad, problemas de concentración y deterioro del rendimiento escolar. La disrupción del sueño también afecta a los cuidadores, lo que genera tensión dentro del núcleo familiar3.
La carga de la enfermedad se manifiesta de forma global, afectando de manera directa la calidad de vida tanto del paciente como de su entorno familiar. La cronicidad del cuadro, la necesidad constante de cuidados, las exacerbaciones recurrentes y la coexistencia de otras enfermedades atópicas imponen limitaciones funcionales, sociales y emocionales. Los niños afectados pueden experimentar restricciones en sus actividades cotidianas, así como en su participación social, lo que limita su desarrollo psicoemocional y reduce la percepción de bienestar general3,22.
Seguimiento y educación familiar
El seguimiento clínico regular desempeña un papel fundamental en el manejo integral de la dermatitis atópica infantil, ya que permite monitorear de manera continua la evolución de la enfermedad. Esta vigilancia periódica facilita la detección temprana de cambios en la severidad de los síntomas, lo que posibilita la modificación oportuna de los esquemas terapéuticos para adaptarlos a las necesidades del niño en cada fase del curso clínico. Además, dicho seguimiento es esencial para identificar y tratar a tiempo comorbilidades asociadas, como el asma, la rinitis alérgica y las infecciones cutáneas recurrentes, contribuyendo así a evitar la progresión de la enfermedad y reducir el riesgo de complicaciones adicionales24.
Junto con el seguimiento médico, la educación dirigida tanto al paciente como a sus cuidadores es un componente clave en la gestión exitosa de la dermatitis atópica. Las intervenciones educativas han demostrado disminuir de forma significativa la gravedad de los síntomas, evidenciado por una reducción de las puntuaciones en índices como el SCORAD entre los niños que participaron en estos programas. La educación sanitaria permite a las familias adquirir herramientas para el manejo diario de la afección, incluyendo el uso correcto de emolientes, la identificación de factores desencadenantes y la aplicación adecuada de los tratamientos tópicos y sistémicos. Asimismo, promueve la detección precoz de signos de alarma y la búsqueda oportuna de atención médica, aspectos esenciales para evitar exacerbaciones y mejorar el pronóstico a largo plazo25.
En este contexto, se destaca la importancia de adoptar un enfoque multidisciplinario en el tratamiento de la dermatitis atópica. Un equipo liderado por dermatólogos, complementado por profesionales de enfermería, alergólogos, nutricionistas y psicólogos, permite abordar de manera integral tanto los aspectos clínicos como los psicosociales de la enfermedad. Esta estrategia no solo mejora la adherencia al tratamiento, sino que también considera factores como la calidad de vida, el entorno familiar y el estado emocional del niño24,26. Dentro de este enfoque, los programas educativos dirigidos por personal de enfermería han mostrado ser especialmente eficaces para mejorar el control de la enfermedad. Sin embargo, aún se requieren más estudios para determinar cuál es el formato más efectivo en términos de duración, contenido y método de implementación27.
Conclusiones
La dermatitis atópica es una enfermedad multifactorial en la que confluyen alteraciones genéticas, disfunción de la barrera cutánea, desequilibrios inmunológicos y factores ambientales, lo que exige un enfoque diagnóstico y terapéutico integral desde las primeras etapas de la vida.
La atención clínica debe adaptarse al perfil evolutivo del paciente pediátrico, considerando la variabilidad en la presentación clínica según el grupo etario, la coexistencia de comorbilidades atópicas y el impacto significativo del prurito y los trastornos del sueño en la calidad de vida del niño y su familia.
El manejo exitoso de la dermatitis atópica en la infancia requiere no solo intervenciones farmacológicas individualizadas, sino también estrategias educativas continuas, seguimiento regular y un abordaje multidisciplinario que contemple los aspectos médicos, emocionales y sociales de la enfermedad.
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Declaración de buenas prácticas: Los autores de este manuscrito declaran que:
Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.
Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.
Han preservado las identidades de los pacientes.