Nutrición en adultos mayores y prevención de la sarcopenia. Revisión bibliográfica
Autora principal: Tania Lorenzo González
Vol. XX; nº 23; 1091
Nutrition in older adults and prevention of sarcopenia. Literature review
Fecha de recepción: 27 de octubre de 2025
Fecha de aceptación: 28 de noviembre de 2025
Fecha de publicación: 5 de diciembre de 2025
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 23 – Primera quincena de Diciembre de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 23; 1091 – DOI: https://doi.org/10.64396/23-1091 – Cómo citar este artículo
Autores:
Tania Lorenzo González. Dietista – Nutricionista. Sergas (Galicia). Área Sanitaria de A Coruña, España.
Resumen
El envejecimiento se asocia con una serie de modificaciones significativas en la composición corporal, entre las cuales destacan la reducción de la masa magra y el incremento del tejido adiposo, fenómenos ampliamente documentados en la literatura científica. La disminución de la masa corporal magra se produce, fundamentalmente, como consecuencia de la pérdida progresiva de masa muscular esquelética. Esta pérdida de tejido muscular relacionada con la edad se denomina sarcopenia.
La sarcopenia constituye un factor determinante en la reducción de la tasa metabólica basal, de la fuerza muscular y de los niveles generales de actividad física, lo cual repercute en la disminución de los requerimientos energéticos de las personas mayores. En individuos sedentarios, el principal componente del gasto energético corresponde a la masa libre de grasa, que tiene a disminuir aproximadamente un 15 % entre los 30 y los 80 años.
Además, el incremento de la adiposidad corporal y visceral en las personas mayores, se asocia con una mayor prevalencia de obesidad abdominal y con una incidencia elevada de diabetes mellitus 2, lo que agrava aún más, el riesgo de morbilidad metabólica y cardiovascular.
Por tanto, el abordaje nutricional del paciente geriátrico requiere de una evaluación integral que incluya un cribado inicial, seguido de una valoración nutricional completa, con el fin de establecer un diagnóstico preciso y diseñar un plan de intervención adecuado, sujeto a seguimiento y a los ajustes oportunos. Las guías actuales recomiendan intervenciones nutricionales específicas para la población geriátrica, priorizando, siempre que sea posible, la nutrición por vía oral y respetando la voluntad y las preferencias individuales del paciente.
Palabras clave
Envejecimiento, anciano frágil, sarcopenia, salud del anciano, desnutrición, adulto mayor.
Abstract
Aging is associated with a series of significant changes in body composition, including a decrease in lean body mass and an increase in adipose tissue, phenomena widely documented in the scientific literature. The decrease in lean body mass occurs primarily as a result of the progressive loss of skeletal muscle mass. This age-related loss of muscle tissue is called sarcopenia.
Sarcopenia is a determining factor in the reduction of basal metabolic rate, muscle strength, and overall physical activity levels, which impacts the decrease in energy requirements in older adults, n sedentary individuals, the main component of energy expenditure is fat-free mass, which tends to decrease by approximately 15% between the ages of 30 and 80.
Furthermore, increased body and visceral adiposity in older adults is associated with a higher prevalence of abdominal obesity and a high incidence of type 2 diabetes mellitus, which further aggravates the risk of metabolic and cardiovascular morbidity. Therefore, the nutritional approach to geriatric patients requires a comprehensive evaluation that includes an initial screening followed by a complete nutritional assessment, in order to establish an accurate diagnosis and design an appropriate intervention plan, subject to follow-up and appropriate adjustments. Current guidelines recommend specific nutritional interventions for the geriatric population, prioritizing oral nutrition whenever possible and respecting the patient’s individual wishes and preferences.
Keywords
Aging, frail elderly, sarcopenia, elderly health, malnutrition, older adults.
1. Introducción
El envejecimiento poblacional, considerado desde un punto de vista biológico, el resultado de múltiples cambios celulares a lo largo del tiempo, producidos por un daño molecular prolongado, constituye uno de los principales retos de salud pública a nivel mundial. La vejez es considerada una etapa del ciclo vital, que comienza alrededor de los 65 años. El aumento sostenido de la esperanza de vida ha generado una mayor prevalencia de enfermedades crónicas y condiciones asociadas al deterioro funcional. Entre las afecciones más comunes asociadas a la vejez encontramos alteraciones sensoriales, principalmente audición y visión, neuropatías, dolores crónicos asociados a osteoporosis o artritis, diabetes y demencia. También existen otros riesgos como la fragilidad, la incontinencia urinaria etc.
Uno de los cambios más acentuados durante el envejecimiento es la disminución progresiva de la masa y función muscular, asociado con un aumento de los resultados adversos, como caídas, fracturas, hospitalizaciones, deterioro funcional, fragilidad y mortalidad. Este trastorno del músculo esquelético es conocido como sarcopenia. Es un proceso relacionado con la edad en personas mayores, y que se ven influenciado no sólo por factores de riesgo actuales, sino que también está condicionado por factores genéticos y de estilo de vida.
La nutrición desempeña un papel fundamental en la prevención y el manejo de la sarcopenia. Un alimentación inadecuada, caracterizada por un bajo consumo de proteínas, deficiencia de micronutrientes y disminución del apetito, acelera la pérdida de masa muscular y la disminución de la función física. En contraposición, una dieta equilibrada, rica en proteínas de calidad, vitamina D, antioxidantes y ácidos grasos esenciales, junto con la práctica regular de actividad física, puede contribuir de manera significativa al mantenimiento de la masa muscular y a un envejecimiento saludable.
2. Objetivos
El objetivo principal del presente trabajo es analizar la literatura científica disponible sobre el papel de la nutrición en la prevención y manejo de la sarcopenia en el adulto mayor, con el fin de identificar los nutrientes, patrones alimentarios y estrategias dietéticas que contribuyen al mantenimiento de la masa muscular y función muscular en esta población.
Como objetivos más específicos:
Analizar los procesos fisiopatológicos asociados al desarrollo de la sarcopenia en el adulto mayor.
Revisar la relación entre el consumo de proteínas, vitamina D, ácidos grasos y otros nutrientes clave en la preservación de la masa muscular.
Identificar intervenciones nutricionales efectivas para prevenir o retrasar la aparición de la sarcopenia.
Evaluar las recomendaciones actuales de guías clínicas y organismos internacionales sobre nutrición y salud muscular en ancianos.
3. Metodología
Para la realización de este trabajo, se ha llevado a cabo una investigación consistente en una revisión bibliográfica, búsqueda y análisis de diferentes artículos. Para ello se emplearon las bases de datos más conocidas (Pubmed, Scielo, Elservier, Medline y Google Académico). Se revisaron para el estudio publicaciones en varios idiomas (español e inglés), siendo un motivo excluyente la fecha de publicación.
Las palabras clave que se han utilizado para la revisión fueron: envejecimiento, anciano frágil, sarcopenia, salud del anciano, desnutrición, adulto mayor.
4. Resultados y conclusión
El envejecimiento saludable se sustenta en la adopción de hábitos de vida adecuados a lo largo del ciclo vital. Entre los factores más determinantes, se encuentran el mantenimiento de una dieta equilibrada, la práctica regular de actividad física y la eliminación o reducción de sustancias tóxicas como el tabaco, las drogas o el alcohol. Estos factores contribuyen a disminuir, de manera significativa, el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles, a la preservación de la funcionalidad física y mental, y a la disminución del grado de dependencia en etapas avanzadas de la vida.
En adultos mayores, la nutrición constituye un pilar esencial para el óptimo funcionamiento fisiológico, el mantenimiento de un peso corporal saludable y la prevención de patologías asociadas al envejecimiento.
De esta forma, el adulto mayor que presenta malnutrición, ya sea por déficit o por exceso de nutrientes, es más vulnerable al desarrollo de enfermedades crónicas que deterioran su calidad de vida. En la población geriátrica, la desnutrición es una condición muy frecuente, pues con el paso de los año se produce una disminución del apetito y una pérdida progresiva de masa y fuerza muscular. Estas alteraciones generan un déficit de nutrientes en el organismo, lo que conlleva a una reducción involuntaria del peso corporal, y al deterioro de las funciones cognitivas. Dichos factores constituyen las principales causas que favorecen, no solo la aparición de malnutrición, sino también el desarrollo de sarcopenia.
Por su parte, la sarcopenia constituye una de las principales patologías geriátricas, dado que genera alteraciones significativas en la funcionalidad del adulto mayor y se asocia estrechamente con fragilidad, la discapacidad y la mortalidad. Esta condición se caracteriza por una pérdida progresiva de masa muscular, tanto a nivel físico como funcional, lo que conduce al denominado síndrome de fragilidad, el cual puede presentarse incluso en personas mayores aparentemente sanas.
En este contexto, el tratamiento nutricional representa un pilar fundamental en la prevención de la sarcopenia. Mantener una dieta equilibrada y variada, ajustada a los requerimientos nutricionales de cada individuo, junto con la práctica regular de actividad física, contribuye a disminuir el impacto de esta patología. Diversos estudios han evidenciado que la sarcopenia se manifiesta de manera agresiva en una proporción considerable de la población adulta mayor, afectando aproximadamente al 24 % de las personas de 65 a 70 años, y al 50 % de aquellas mayores de 80 años, a nivel mundial.
Los hábitos de vida influyen de forma determinante en el proceso de envejecimiento, lo que genera variabilidad individual y permite clasificar a las personas mayores según su nivel de vulnerabilidad. Dentro deso, actualmente se divide al adulto mayor en tres grupos, según su nivel de fragilidad:
Anciano sano. Persona de edad avanzada que no presenta enfermedades objetivables. Está caracterizado por mantener la independencia completa para realizar las actividades básicas de la vida diaria, con una baja probabilidad de desarrollar dependencia o padecer síntomas geriátricos.
Anciano enfermo. Persona de edad avanzada que cursa con una enfermedad única, aguda y de carácter temporal. A pesar de esta condición, conserva su independencia para las actividades básicas de la vida cotidiana.
Anciano frágil. Persona de edad avanzada que padece una o más enfermedades o condicionantes crónicos que mantienen un equilibrio inestable con su entorno. Este grupo presenta un alto riesgo de descompensación y dependencia, así como una vulnerabilidad aumentada ante eventos adversos, lo que se traduce en un incremento de la morbimortalidad.
A lo largo del ciclo vital, se producen modificaciones en los requerimientos nutricionales que deben adaptarse a las necesidades específicas de cada etapa. En la vejez, uno de los principales riesgos nutricionales es la desnutrición.
Por ello, resulta imprescindible realizar una valoración nutricional integral, basada en escalas validadas, con el fin de identificar los requerimientos nutricionales específicos del adulto mayor y garantizar su adecuada cobertura. Esta evaluación tiene como objetivo identificar tanto a las personas desnutridas, como a aquellas en riesgo de desnutrición, con el fin de implementar un plan nutricional adecuado y prevenir las complicaciones asociadas.
Para realizar una valoración nutricional integral, se dispone de varias herramientas que permiten obtener una visión completa del estado de salud del paciente, entre las que destacan:
Historia clínica. Incluye: evaluación dietética, farmacológica, el consumo de tóxicos, la presencia de intolerancias alimentarias, los trastornos de deglución, así como una exploración física completa.
Valoración antropométrica. Se incluyen mediciones como peso, talla, índice de masa corporal (IMC), pliegues cutáneos, circunferencias…
Además, para identificar de manera rápida y precisa el riesgo nutricional en la población anciana, se utilizan diversas escalas de evaluación. Entre ellas, la más empleada es el Mini Nutritional Assessment (MNA), herramienta validada que permite detectar tanto la desnutrición establecida como el riesgo de desarrollarla.
En caso de ser necesario, debe contemplarse la suplementación nutricional oportuna, indicada principalmente para la prevención y tratamiento de la desnutrición, así como para la reducción del riesgo de su aparición. Estos suplementos permiten aumentar la ingesta energética y el aporte de proteínas y micronutrientes, sin incrementar de manera significativa el volumen total de la alimentación. De esta forma, se optimiza el estado nutricional del paciente, se favorece la recuperación funcional y se mejora la supervivencia y calidad de vida del anciano.
Requerimientos nutricionales en el anciano
Como se ha señalado anteriormente, las necesidades nutricionales del adulto mayor varían con el avance de la edad, tanto en lo que respecta a los macronutrientes (proteínas, carbohidratos y grasas), como a los micronutrientes (vitaminas y minerales). Sin embargo, no solo cambian los requerimientos, sino también la forma en que la persona se alimenta, debido a factores fisiológicos, psicológicos y sociales propios del envejecimiento. Las dietas dirigidas a la población anciana deben caracterizarse por ser equilibradas, variadas y de fácil preparación y consumo, adaptándose a las limitaciones funcionales que pueden existir. Se recomienda la elaboración de un menú planificado, que asegure una adecuada distribución de los nutrientes y favorezca la adherencia al tratamiento dietético. Como recomendaciones generales, se establece que:
Comer de todo, mayor número de ingestas pero menos cantidad. Se recomienda realizar entre 5 – 6 comidas al día, en horarios regulares y no saltarse ninguna. De esta manera se consigue mejorar el proceso de la digestión, además un un mayor control de los niveles de azúcar y grasa en la sangre.
Dieta Mediterránea. Actualmente, es uno de los modelos de dieta más utilizados. Incluye el consumo de verduras, hortalizas y frutas en abundancia, una ingesta frecuente de legumbres, pescado y lácteos, y una reducción en el consumo de carne.
Preparaciones culinarias sencillas. A esta edad, debido a la pérdida del gusto y del olfato, es más importante cuidar la palatabilidad de la comida. Para ello puede utilizarse algunos condimentos, como especias, hierbas aromáticas, vinagres, limón, ajo, puerro o cebolla…y conseguir así alimentos más apetecibles. Entre las técnicas culinarias más recomendadas están: el horno, el vapor, el escalfado, la plancha y el cocido, evitando los fritos, rebozados, guisos, salsas…
Reducir el consumo de alimentos ya preparados. Aunque actualmente son un recurso culinario cómodo y rápido, debe limitarse las comidas precocinadas, fiambres, conservas, salsas comerciales y la bollería industrial, por su elevado contenido en grasas de poca calidad, azúcares y sal.
Aceite de oliva como grasa principal. El consumo de aceite de oliva virgen extra, ayuda en el control del colesterol, en la regulación del tránsito intestinal y posee propiedades antioxidantes y antiinflamatorias.
Hidratación. Puesto que en edades avanzadas se puede perder la sensación de sed, debe hacerse un esfuerzo por beber agua. El consumo debe oscilar entre 1,5 – 2 L de agua diarios u 6 – 8 vasos de agua, aunque también se pueden ingerir caldos o infusiones. No se debe abusar del café, el alcohol, el té y de bebidas azucaradas como refrescos.
Evitar el tabaco.
Mantenerse activo. La actividad física regular, como caminar, es la mejor receta para controlar el peso, la calidad del hueso y la fuerza muscular y del corazón.
Requerimientos energéticos
Los requerimientos energéticos disminuyen de manera progresiva a medida que avanzamos en edad. En general, las personas mayores necesitan menor aporte calórico, debido a la disminución en la actividad física diaria, así como a la disminución de la masa muscular, metabolismo menos activo y a una disminución del índice de masa corporal. En cuanto a los macronutrientes:
Hidratos de carbono: deben formar el 50 – 60 % del aporte energético total. Debe establecerse un equilibro entre los HdC complejos (de absorción lenta), y los HdC simples o refinados, los cuales no deberán superar el 10% del consumo de hidratos de carbono.
Lípidos o grasas: deben aportar aproximadamente el 30 % del total de la energía diaria, pudiendo llegar hasta el 35% si la principal fuente grasa es el aceite de oliva virgen extra.
Proteínas: En adultos, el consumo recomendado es de 0,8 g de proteína por kg de peso corporal al día, sin embargo, esta cantidad no suele ser suficiente para mantener un balance nitrogenado positivo en personas mayores. Debido a esto, se aconseja aumentar la ingesta a 1,1 – 1,2 g/kg de peso/día, siempre utilizando proteínas de alta calidad.
El adulto mayor es considerado uno de los grupos poblacionales con mayor riesgo de presentar déficits de micronutrientes, como consecuencia de su proceso natural de envejecimiento. Se estima que alrededor del 20% de la población mayor de 65 años, presenta una disminución en la secreción de ácido clohídrico, del factor intrínseco y de la pepsina, lo que conlleva una menor absorción de diversos nutrientes. Esta situación se ve agravada además por un vaciamiento gástrico acelerado, y un aumento del pH intestinal, condiciones que favorecen el sobrecrecimiento bacteriano y reducen la biodisponibilidad de vitaminas y minerales, especialmente de calcio, ácido fólico, hierro, vitamina A y vitamina D.
Calcio: Participa en la división celular y en la conducción del impulso eléctrico al corazón. Se encuentra principalmente en lácteos (yogur natural, leche de vaca, cabra y oveja), en legumbres (alubias, garbanzos), en frutos secos y semillas (avellana, almendra, nueces de Brasil), en vegetales de la familia de las crucíferas (brócoli, coliflor, coles), en pescados de pequeño tamaño que pueden tomarse con espina (sardinas, boquerón…) y en productos vegetales enriquecidos en calcio (bebida vegetal como avena o soja, cereales de desayuno…).
Zinc. Este mineral actúa como antioxidante natural, además de participar en la regulación del sistema inmune. Se encuentra principalmente en carnes, pescados y mariscos, huevos, queso curados, cereales integrales y legumbres.
Hierro. Esencial para prevenir anemia en el adulto mayor, la cual puede estar asociada con otras comorbilidades, aumento de la mortalidad, debilidad física etc. Podemos encontrarlo en legumbres secas, frutas deshidratadas, huevos (especialmente la yema), cereales fortificados con hierro, en alimentos de origen animal (hígado, carnes rojas, carnes de ave..) y en pescados y moluscos (ostras, mejillones..).
Vitamina D: participa en el crecimiento e interviene en la absorción de calcio y de fósforo. Está asociada además con la prevención de osteopenia, osteoporosis y osteomalacia, y determinados tumores, así como enfermedades cardiovasculares, autoinmunes e infecciosas. Aunque un 90% de la vitamina D que obtiene el cuerpo, es a través de la exposición solar (20 minutos diarios), el 10% restante puede obtenerse a través de la dieta, mediante el consumo de: legumbres y verduras de hoja verde, frutas, cereales de desayuno enriquecidos, hígado y levadura de cerveza.
Ácido fólico. En las personas de edad avanzada, un déficit de folatos suele manifestarse a través de síntomas hematológicos, y suele asociarse a trastornos en el comportamiento y en la memoria. Se encuentra principalmente en: alimentos de origen vegetal (espinacas, acelgas, coles..), cereales integrales, frutos secos y semillas, legumbres, frutas (naranja, plátano..), levadura de cerveza y germen de trigo.
Vitamina A (también conocida como retinol). Participa en el crecimiento, pero destaca principalmente por su importante papel antioxidante, protegiendo frente a algunos tipos de cáncer y de la arteriosclerosis, y por tener un papel protector de la función visual. Se encuentra principalmente en alimentos de origen vegetal (zanahorias, espinacas, batata..) y algunos de origen animal (hígado, huevos y lácteos enteros).
Vitamina B12. Algunos trabajos científicos relacionan un déficit de esta vitamina, con el deterioro cognitivo, por lo que resulta esencial garantizar su aporte en la dieta. Se encuentra principalmente en cereales enriquecidos, carnes magras, hígado, pescados y mariscos.
Fibra. Las personas de edad avanzada padecen con más frecuencia dificultades o irregularidades en el tránsito intestinal, por lo que necesitan ingerir alimentos ricos en fibra como pan y cereales integrales, así como hacer la base de su alimentación a través de verduras, hortalizas y frutas.
Potasio. Este mineral debe estar en valores óptimos, para ayudar en el equilibrio con el potasio, ha reducir el riesgo de hipertensión arterial. Está presente en frutas, vegetales, yogures…
Sodio. En general, el consumo excesivo de sodio (sal) puede causar problemas de salud, como presión arterial elevada. Debido a esto, debe reducirse el consumo de sodio en la dieta. Por ello, ayuda seguir las siguientes recomendaciones:
Lea la etiqueta de información nutricional de los alimentos y bebidas para saber el contenido en sodio.
Compre alimentos y bebidas con bajo contenido.
Limite la cantidades de comidas y bebidas procesadas, empaquetadas y de consumo rápido.
Limitar el consumo de sal en la cocina.
Evitar aderezos, especias..que puedan contener sodio (sobres de caldos, Avecrem..).
En resumen
La sarcopenia constituye un trastorno característico del proceso de envejecimiento y se presenta con alta prevalencia en la población adulta mayor. Este síndrome se ve agravado por la presencia de múltiples comorbilidades, entre las que destacan la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y los trastornos dietéticos asociados a un índice de masa corporal (IMC), elevado, ya sea por sobrepeso u obesidad.
Dada la complejidad de estos factores, resulta imprescindible adoptar un enfoque integral que permita abordar de manera coordinada los distintos aspectos clínicos, nutricionales y funcionales del paciente geriátrico, promoviendo así un envejecimiento saludable y una mejor calidad de vida.
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Han preservado las identidades de los pacientes.