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Disfunción familiar y depresión en adolescentes del nivel de bachillerato de la Zona 7

De los 419 adolescentes diagnosticados con depresión, el 52,0% de ellos presenta depresión ligera (IC al 95% de 47.2 – 56.8); 22.2% de los adolescentes presentan depresión moderada (IC al 95% de 18.5 – 26.4); el 14.6% presentan depresión muy severa (IC al 95% de 11.5 – 18.3), y el 11.2% presenta depresión severa (IC al 95% de 11.5 – 18.3), diferencia que es estadísticamente significativa para la depresión ligera (Tabla 1).

Según la funcionalidad familiar, la mayor prevalencia corresponde a familias moderadamente funcionales (44.6% con un IC al 95% de 39.9-49.4), mientras que el 30.3% corresponden a familias disfuncionales ( IC al 95% de 26.1-34.9), un 7.9% a familias severamente disfuncionales (IC al 95% de 5.6-10.9) y un 17.2% pertenecen a familias funcionales (IC al 95% de 13.9-21.1) (Tabla 1), relación estadísticamente significativa para las familias moderadamente funcionales y disfuncionales.

La alteración en las categorías de la funcionalidad familiar constituyen un factor de riesgo para depresión en los adolescentes, así aquellos adolescentes que viven en familias con una baja cohesión (Chi cuadrado de 15,225 y un valor de p de 0.000) tienen 84% mayor riesgo de presentar depresión ( OR de 1,841 con un IC al 95% de 1, 353 – 2,506); los que viven en familias con una baja armonía (Chi cuadrado de 33,607 y un valor de p de .000) tienen 145% más riesgo de presentar depresión (OR de 2,451 (IC al 95% de 1, 805 – 3,330); los adolescentes que viven en familias con una baja comunicación (Chi cuadrado de 30,473 y un valor de p de .000) tienen 131% más riesgo de presentar depresión (OR de 2,316 con un IC al 95% de 1, 715 – 3,128); los que vivem en familias con una baja adaptabilidad tienen un 50% más riesgo de sufrir de depresión (OR de 1,502 con un IC al 95% de 1, 119 – 2,016); los adolescentes que viven en familias con una baja afectividad (Chi cuadrado de 43,016 y un valor de p de .000) tienen 203% más riesgo de presentar depresión (OR de 3,031 con un IC al 95% de 2,161 – 4,252), los adolescentes que viven en familias con un bajo cumplimiento de roles (Chi cuadrado de 19,328 y un valor de p de .000) tienen un 97% más riesgo de presentar depresión (OR de 1,979 con un IC al 95% de 1, 457 – 2,688) y los adolescentes que viven en familias con una baja permeabilidad (Chi cuadrado de 6,194 y un valor de p de .013) tienen 46% más riesgo de presentar depresión (OR de 1,462 con un IC al 95% de 1, 084 – 1,974) (Tabla 2).

Discusión

La prevalencia de depresión es variable de una zona geográfica a otra; así la prevalencia de depresión en los adolescentes de 15 a 19 años en nuestro estudio es del 55.9%, valor por encima de estudios realizados por autores como Kahan, Luzardo, & Ugo, (2010) quienes identificaron prevalencias del 15%, Cubillas, Román, Abril, & Galaviz, (2012) una prevalencia del 10.5%, Velázquez et al., (2011) una prevalencia de depresión del 27,3% y Asarnow et al., (2005) con una prevalencia del 31%. En cambio nuestra prevalencia es menor a la encontrada por Pérez et al., (2007) quienes determinaron en su estudio una prevalencia de 74,1 ± 2,2%.

La depresión, en el presente estudio, se presenta en el 69.3% de los adolescentes que viven en familias disfuncionales y en el 49.9% de los que viven en familias funcionales, diferencia que es estadísticamente significativa (Valor de p de 0.000). La disfunción familiar, desde la perspectiva de ventaja de oportunidades, constituye un factor de riesgo para depresión en los adolescentes con un valor significativo de OR de 2.262, lo que significa, que los adolescentes que viven en familias disfuncionales tienen 1,26 veces más riesgo de presentar depresión, que aquellos que viven en familias funcionales.

Sin embargo Cogollo, Gómez, De Arco, Ruiz, & Campo-Arias (2009) en su estudio no encontraron asociación entre disfuncionalidad familiar y síntomas depresivos con importancia clínica (OR=1,4; IC 95%: 0,92-2,1). Hinostroza-Gastelú, Huasguayo-Vega Cristina, Navarro-Gómez Sandra, Torres-Deza Clara (2011) determinan que existe una relación entre la dinámica familiar (que incluye la funcionalidad familiar) y las manifestaciones de depresión (valor de p 0,019) . De igual manera Salazar, Veytia y Huitr en su estudio encontraron una relación significativa entre la disfunción familiar y la depresión en adolescentes (valor de p < 0.001). Además, los adolescentes que mostraron disfunción familiar tuvieron 2.38 veces más posibilidad de sufrir depresión(Salazar, Veytia, & Huitr, 2013). Así, se determina que la prevalencia de depresión es mayor en los adolescentes que viven en familias disfuncionales que aquellos que viven en familias funcionales.

La prevalencia de depresión en los hombres es del 29. 8%, y en las mujeres del 58.5% ( relación 1:2), relación similar a la determinada por Cubillas et al. (2012) quienes encontraron una proporción de 2 mujeres por cada varón, pero con prevalencias por sexo mucho menores a las encontradas en nuestro estudio (13.6% en mujeres y 6.4% en hombres). En cambio Velázquez et al. (2011) no encontraron una relación estadísticamente significativa entre hombres y mujeres ( 28,5% en hombres y 25.9% en mujeres). De esta manera se establece que la depresión se presenta con una relación hombre:mujer de 2:1.

De los 419 adolescentes diagnosticados con depresión, el 52,0% de ellos presentaron depresión ligera (IC al 95% de 47.2 – 56.8); 22.2% de los adolescentes presentaron depresión moderada (IC al 95% de 18.5 – 26.4); el 14.6% presentaron depresión muy severa (IC al 95% de 11.5 – 18.3), y el 11.2% presentaron depresión severa (IC al 95% de 11.5 – 18.3). Se asemejan a los valores para la depresión moderada encontrados por Galicia, Moyeda, Sánchez, Javier, & Ojeda (2009) que determinaron un 22.8% de depresión moderada, pero valores menores de depresión leve (38,8%), y sólo un 3.7% de depresión severa. En cambio nuestros resultados son totalmente distintos a los encontrados por Agreda (2013) quien determinó que el 69,5% de los adolescentes no presenta depresión, el 26,55% presentó depresión leve y depresión severa en el 2,75%, lo mismo sucede con Kahan et al. (2010) quienes determinaron solo un 11% de depresión leve a moderada y un 9% de depresión severa. Se establece así, que la depresión ligera se presenta con mayor frecuencia en los adolescentes.

Según la funcionalidad familiar, el 44.6% de los adolescentes con depresión viven en familias moderadamente funcionales (IC al 95% de 39.9-49.4), mientras que el 30.3% corresponden a familias disfuncionales ( IC al 95% de 26.1-34.9), un 7.9% a familias severamente disfuncionales (IC al 95% de 5.6-10.9) y un 17.2% pertenecen a familias funcionales (IC al 95% de 13.9-21.1). Éstos datos se contraponen con los resultados expuestos por Gonzáles-Poves & Silva-Mathews (2013), quienes determinaron que el 50,0% de adolescentes que provienen de familias con disfunción severa, que el 46,5% que provienen de familias con disfuncionalidad moderada y que el 18,4% de familias con buen funcionamiento familiar presentan manifestaciones depresivas bien definidas. El 64,3% proveniente de familias con disfuncionalidad leve muestran manifestaciones depresivas ligeras. Se establece así que los adolescentes con depresión provienen en su mayoría de familias moderadamente funcionales.

La alteración en las categorías de la funcionalidad familiar constituyen un factor de riesgo para depresión en los adolescentes, así, aquellos adolescentes que viven en familias con una baja cohesión (Chi cuadrado de 15,225 y un valor de p de 0.000) tienen 84% mayor riesgo de presentar depresión ( OR de 1,841 con un IC al 95% de 1, 353 – 2,506), similar sucede en el estudio presentado por Zuluaga, Lemos, & Torres (2012), quienes encontraron una asociación significativa de la depresión con la cohesión familiar, OR=2,35 (IC = 1,63-3,41). Así se determina que una baja cohesión es un factor de riesgo para depresión.

Los adolescentes que viven en familias con una baja armonía (Chi cuadrado de 33,607 y un valor de p de .000) tienen un 145% más riesgo de presentar depresión (OR de 2,451 con un IC al 95% de 1, 805 – 3,330). Los adolescentes que viven en familias con una baja comunicación (Chi cuadrado de 30,473 y un valor de p de .000) tienen 131% más riesgo de presentar depresión (OR de 2,316 con un IC al 95% de 1, 715 – 3,128), lo que corroboran Ochoa & Olaizola (2005), quienes determinaron en su estudio que los adolescentes que informan tener más problemas de comunicación tanto con la madre (β = -.32, p<.001) como con el padre (β = -.33, p<.001), experimentan más síntomas depresivos. Los adolescentes con una baja armonía y una baja comunicación tienen más riesgo de sufrir depresión que aquellos con una buena comunicación y armonía.

Los adolescentes que viven en familias con una baja adaptabilidad tienen un 50% más riesgo de sufrir de depresión (OR de 1,502 con un IC al 95% de 1, 119 – 2,016); los adolescentes que viven en familias con una baja afectividad (Chi cuadrado de 43,016 y un valor de p de .000) tienen 203% más riesgo de presentar depresión (OR de 3,031 con un IC al 95% de 2,161 – 4,252), los adolescentes que viven en familias con un bajo cumplimiento de roles (Chi cuadrado de 19,328 y un valor de p de .000) tienen un 97% más riesgo de presentar depresión (OR de 1,979 con un IC al 95% de 1, 457 – 2,688) y los adolescentes que viven en familias con una baja permeabilidad (Chi cuadrado de 6,194 y un valor de p de .013) tienen 46% más riesgo de presentar depresión (OR de 1,462 con un IC al 95% de 1, 084 – 1,974). Sobre las demás categorías de la funcionalidad familiar no se encontraron estudios con los cuales comparar los resultados, esperando que la presente investigación sirva para dicho enfecto con investigaciones posteriores. Se establece que una baja adaptabilidad, afectividad, permeabilidad y un bajo cumplimiento de roles son un factor de riesgo para depresión en los adolescentes.