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El bienestar subjetivo y el autocuidado de Dorotea Orem

la experiencia cognitiva, que se manifiesta en logros y fracasos e involucra comparaciones entre la situación actual de la persona y sus metas y aspiraciones de vida, así como la comparación con la situación de grupos de referencia; la experiencia afectiva que se manifiesta en el gozo y el sufrimiento relacionados con los afectos, emociones y estados de ánimo que la persona experimenta, y la experiencia sensorial que se manifiesta en términos de placeres y dolores. Lo que, en su conjunto, conforma la experiencia de vida y de bienestar que tienen los seres humanos (Martínez, 2012).

Según Martínez (2012), el enfoque de bienestar subjetivo está sustentado en seis principios: primero, se basa en el bienestar transmitido por la persona ya que la información se obtiene a partir de la respuesta directa dada por la persona a una o varias preguntas sobre su felicidad o satisfacción de vida; segundo, al preguntar directamente a la persona se obtiene una respuesta dada por seres humanos concretos y no se trabaja con el bienestar de agentes disciplinarios abstractos; tercero, no es posible hablar de un bienestar objetivo pero sí es posible hablar de variables objetivas que pueden ser utilizadas para medir aquellos factores relevantes para el bienestar, por último, el cuarto principio, el enfoque acepta que cada persona es la autoridad última para juzgar su bienestar y el papel del experto debe tratar de entender ese bienestar transmitido, mediante la formulación de teorías y la corroboración de hipótesis; quinto, una vez que se acepta que hay información relevante se deben identificar los factores que son relevantes para el bienestar de los seres humanos, y sexto, se requiere de un esfuerzo transdisciplinario para entender lo reportado por seres humanos de carne y hueso (Martínez, 2012).

El interés en el estudio científico del bienestar surge a finales del siglo XX, precedido por los pensamientos filosóficos de la antigüedad acerca de la “vida buena”, la “vida virtuosa” y el “cuidado del alma” presentes en los legados de Platón, Aristóteles, Confucio, Séneca, entre otros; y por las reflexiones derivadas de las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente: el cristianismo, el budismo, el hinduismo, el taoísmo, etc. para dar paso a la investigación sobre la felicidad que desde entonces continúa extendiéndose alrededor de todo el mundo.

Las controversias sobre el BS han girado históricamente en torno a los siguientes aspectos:

  1. El uso generalizado del término en distintos campos del conocimiento pero sobre todo en la investigación psicológica al concebir el bienestar como sinónimo de los constructos “calidad de vida”, “felicidad”, “funcionamiento positivo” “auto-concepto”, “locus de control interno”, “salud mental”, “resiliencia” y “motivación”, cuando distan de tener el mismo significado (Ballesteros, Medina & Caicedo, 2006).
  2. El uso de las expresiones “bienestar subjetivo” y “bienestar psicológico” no han sido aceptadas como únicas a nivel mundial. Algunos psicólogos cuestionan la redundancia de utilizar la expresión verbal “subjetivo” pues a su juicio en el término bienestar ya está implicada de manera obvia la experiencia personal (García-Viniegras & López, 2000). Otros, proponen utilizar la denominación bienestar psicológico prestando especial atención a su condición de ser una “experiencia subjetiva” para diferenciarlo de otras manifestaciones psíquicas, por ejemplo del bienestar “existencial”, “espiritual”, “social”, “colectivo”, “laboral”, “sexual”, “familiar” o de “pareja”; o para enfatizar las diferencias implícitas existentes entre el “bienestar individual” y el “bienestar de los demás” (Vielma & Alonso, 2010).
  3. Para algunos autores, el bienestar psicológico subjetivo (BPS) entendido como “estar bien” es el resultado de las conclusiones cognoscitivas y afectivas que las personas elaboran respecto a su grado de satisfacción con la vida según lo que piensan y sienten al evaluar globalmente su existencia (Cuadra & Florenzano, 2003).

Las definiciones del BPS pueden ser agrupadas en tres grandes categorías: 1. Aquellas que lo describen como la valoración de la vida del individuo en términos positivos (Diener, 1984). Por ejemplo cuando una persona reporta la satisfacción con la vida. 2. Aquellas que lo definen centrándose en la comparación entre la afectividad positiva y la afectividad negativa (Diener, 1984). 3. Aquellas que enfatizan la perspectiva religiosa o filosófica refiriéndose al BPS como la felicidad o como una virtud (Muñoz, 2007).

Existen otros factores determinantes del BPS: a. Las variables psico-sociales referidas a las condiciones demográficas (edad, sexo, género, procedencia); el acceso a los sistemas de apoyo social e integración a la comunidad; las condiciones socio-económicas, las diferencias individuales, la percepción de los sucesos socio-políticos, los valores espirituales, las motivaciones inconscientes; la calidad subjetiva de la vida, la interpretación de los eventos vitales, el significado de “vivir bien” (Muñoz, 2007). b. Las variables biológicas, genéticas y constitucionales (predisposición genética a ser felices e infelices, vulnerabilidad a padecer enfermedades o trastornos de orden funcional y homeostático en el organismo, alteraciones del sistema endocrino, de la fisiología cortical y/o del sistema inmunológico. c. Variables relacionadas con el cuidado de sí mismo y la salud integral: la ejercitación física, los efectos del movimiento, participación en actividades recreativas, momentos de ocio activo, desarrollo de los talentos personales, entre otras (Muñoz, 2007).

Autocuidado de la salud

El bienestar subjetivo y la psicología positiva buscan conocer la realidad de los sujetos y en su defecto poder transformarla, transformación que se pretende que sea positiva por ejemplo en la salud, lo que se relaciona con el autocuidado de la misma ya que parte de sentirse bien es el estar saludable de manera holística, el autocuidado existe desde que hubo necesidad de proporcionar cuidado, es decir, desde que existe el hombre en la tierra.

Una de las teorías, quizá de la que más se ha escuchado relacionada con el cuidado de la salud, es la Teoría del Déficit de Autocuidado de Dorotea Orem. El autocuidado es una una contribución constante del individuo a su propia existencia: «Es una actividad aprendida por los individuos, orientada hacia un objetivo. Es una conducta que existe en situaciones concretas de la vida, dirigida por las personas sobre sí mismas, hacia los demás o hacia el entorno, para regular los factores que afectan a su propio desarrollo y funcionamiento en beneficio de su vida, salud o bienestar» (Orem, 1993).

En el término autocuidado, auto se utiliza en el sentido del ser humano completo, tiene la connotación dual “para uno mismo” y “realizado por uno