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Las mujeres cuidadoras y la desigualdad de genero

La mujer, cuidadora por excelencia, aporta un invisible, importante e invalorado rol como agente de salud, como cuidadora informal para su familia y para la sociedad, es ella quien toma decisiones relacionadas con el cuidado y asume además multiplicidad de roles, (Valenzuela & Paravic 2001).

La atención informal en salud plantea por tanto dos desigualdades relacionadas con la responsabilidad del cuidado: las cargas diferenciales del cuidado entre hombre y mujer, y entre la familia y el Estado, las cuales requieren ser planteadas como elementos esenciales y factores críticos de debate dentro de la asignación de recursos y creación de nuevos programas que promuevan reformas en los servicios de salud y en las políticas económicas y sociales de un país (García & Eguiguren 2004).

El esfuerzo y el tiempo dedicados a cuidar son también factores que determinan el desigual coste que el cuidado informal implica para la salud y la calidad de vida de hombres y mujeres. Sobre las mujeres recaen más y mayores demandas de cuidados, y la asistencia que proporcionan es generalmente más intensa en tiempo y esfuerzo (Wilcox & King 1999).

Esta desigual exigencia se sustentaría en una experiencia de socialización diferenciada según el sexo, que desarrolla en las mujeres una identidad basada en el servicio y el cuidado a los demás, y que se manifiesta en una mayor implicación y compromiso en el cuidado informal (Rohlfs, Borrell, & Fonseca, 2000).

Las consecuencias se plasman en un mayor riesgo de pérdida de salud y bienestar de las cuidadoras. Sin embargo, cuando los hombres y las mujeres asumen elevadas cargas de cuidado, los resultados muestran que las diferencias según el sexo disminuyen o desaparecen, y el riesgo de deterioro de la calidad de vida aumenta para ambos, lo que evidencia una relación de dosis-respuesta entre cantidad de cuidados y riesgo de deterioro de la salud.

Resulta paradójico que la pérdida de salud mental en las cuidadoras sea ligeramente mayor que en los hombres cuidadores, aun cuando ellas disponen de más apoyo social. Algunos autores explican que la red de apoyo de las mujeres, en comparación con la de los hombres, es más amplia y diversa, y su implicación en las relaciones es emocionalmente más intensa (Cohen & Gordon 1993).

Este tipo de relación les proporciona más apoyo, pero las expone con más frecuencia y cercanía que a los hombres a las adversidades de los demás, lo cual afecta su bienestar psicológico y limita su tiempo para el descanso y el cuidado propio. Un segundo elemento explicativo de la mayor vulnerabilidad psicológica de las mujeres podría ser el escaso reconocimiento social de la función de cuidadora: socialmente se sanciona a las mujeres que no asumen dicho papel, y se premia a los hombres con el reconocimiento de cumplir una función extraordinaria. (Larrañaga et al., 2008)

En resumen, los resultados confirman que la provisión de cuidados informales es una función social que actúa como un determinante que puede generar desigualdades en la salud. Las políticas dirigidas a complementar el cuidado formal e informal, y a distribuir equitativamente las cargas de cuidado en la red familiar, pueden paliar el impacto negativo en el bienestar de las personas cuidadoras.

Relación cuidador-cuidado

En un estudio de alto nivel, multicéntrico se procedió a ejecutar la pregunta, de quién les ayudaba en el cuidado, indicando principalmente que eran familiares, amigos o vecinos, cuidadores profesionales remunerados o del sistema sanitario público, manifestaron mayoritariamente que la recibían de otros familiares. Esta respuesta se puede interpretar o bien como que la ayuda prestada por los profesionales públicos, que en alguna medida la recibían todos, no es considerada como una ayuda sino como una obligación del sistema sanitario o que dicha ayuda la consideran insuficiente (Calvente, 1993).

La percepción de ser insustituibles e imprescindibles en el cuidado que prestan queda reflejada en que un 27% de una muestra que entró en un estudio que indicó que no saben quién podría cuidar a la persona enferma en caso que ellos no pudieran hacerlo. Es posible que esta sensación de abandono sea debida a la falta de información sobre los recursos existentes para ayudar a las personas que necesitan cuidados y su familia no los puede proporcionar.

Es interesante resaltar que uno de cada 4 cuidadores considera que sus relaciones con la persona cuidada son difíciles, afirmación que pone de manifiesto que, a pesar de esta dificultad de entendimiento, prevalece el sentido de responsabilidad en las situaciones de enfermedad que aún tienen las familias de nuestro contexto.

Cabe resaltar que las tareas que realizan los cuidadores a las personas con mayor nivel de dependencia son la ayuda en la eliminación, seguido de la ayuda en la alimentación y en el desarrollo personal, lo cual pone de manifiesto que el cuidador presta ayuda en necesidades físicas y también en la toma de decisiones que el enfermo no puede asumir.

Existe una moderada correlación entre el nivel de dependencia de las personas cuidadas y la salud y calidad de vida de los cuidadores; las necesidades que aparecen más altera- das en los cuidadores son sueño y descanso, desarrollo personal (economía, trabajo, distribución del tiempo y vida familiar), prácticas preventivas en su salud y recreación. Estas actividades corresponderían a niveles superiores de la pirámide de Maslow y dependen de su propia decisión (Roger & Beda 2000).

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