Prevalencia y abordaje de la obesidad infantil desde una perspectiva multidisciplinar: una revisión bibliográfica
Autora principal: Irene Sanz Gómez
Vol. XX; nº 15; 856
Prevalence and management of childhood obesity from a multidisciplinary perspective: a literature review
Fecha de recepción: 10 de julio de 2025
Fecha de aceptación: 5 de agosto de 2025
Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com, Volumen XX. Número 15 – Primera quincena de Agosto de 2025 – Página inicial: Vol. XX; nº 15; 856
Autores:
Irene Sanz Gómez, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Irene Torán Bellido, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Andrea Ibáñez Romero, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Patricia Cortés Egeda, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Ana María Luca Simón, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Marta Gascón Sánchez, Enfermera Especialidad HOP Teruel
Resumen
La obesidad infantil se ha convertido en uno de los principales desafíos para la salud pública del siglo XXI. Su impacto no solo abarca el ámbito físico, sino que también afecta el bienestar psicoemocional y social de quienes la padecen. Este problema suele tener múltiples causas, que van desde factores genéticos hasta aspectos del entorno familiar y social. La siguiente revisión bibliográfica analiza el impacto físico y emocional de la obesidad infantil, resaltando la importancia del abordaje integral desde distintos ámbitos: la escuela, la familia, las políticas públicas y el acompañamiento emocional. Solo con la implicación conjunta de todos los sectores será posible prevenir esta condición de manera efectiva y construir hábitos saludables y sostenibles que perduren en el tiempo.
Palabras clave
Obesidad infantil, prevención, salud emocional, entorno escolar, familia, estilos de vida, políticas públicas.
Abstract
Childhood obesity has become one of the main public health challenges of the 21st century. Its impact extends not only to the physical level but also affects the psycho-emotional and social well-being of those who suffer from it. This problem often has multiple causes, ranging from genetic factors to family and social environment. The following literature review analyzes the physical and emotional impact of childhood obesity, highlighting the importance of a comprehensive approach from different spheres: school, family, public policies, and emotional support. Only with the joint involvement of all sectors will it be possible to effectively prevent this condition and build healthy and sustainable habits that endure over time.
Keywords
Childhood obesity, prevention, emotional health, school environment, family, lifestyle, public policies.
Introducción
La obesidad infantil es una de las principales amenazas para la salud pública del siglo XXI, con una prevalencia creciente que afecta tanto a países desarrollados como en vías de desarrollo (1). Se define como una acumulación anormal o excesiva de grasa corporal que puede ser perjudicial para la salud, y se diagnostica comúnmente mediante el índice de masa corporal (IMC) ajustado por edad y sexo (2). La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que, en 2022, más de 39 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso u obesidad, cifra que continua en ascenso entre los 5 y 19 años (3).
Esta afección no solo acarrea consecuencias físicas como hipertensión, dislipidemia, diabetes tipo 2 o apnea del sueño (4), sino que también afecta el bienestar psicosocial de los menores, aumentando el riesgo de desarrollar trastornos alimentarios, depresión, baja autoestima, y estigmatización social (5). Además, la obesidad infantil se relaciona con una alta probabilidad de mantenerse durante la edad adulta, lo que contribuye a desarrollar un ciclo continuo de enfermedades crónicas y con ello, a una peor calidad de vida (6).
El origen de la obesidad infantil se caracteriza por ser multifactorial, donde confluyen factores genéticos, ambientales, culturales, conductuales y socioeconómicos (7). La alimentación rica en productos ultra procesados, el sedentarismo, el consumo excesivo de pantallas y la falta de actividad física son elementos clave (8). Asimismo, el entorno familiar, escolar y comunitario condiciona de forma relevante los hábitos alimentarios y los estilos de vida de la infancia (9).
Dada la complejidad del problema, resulta fundamental el abordaje multidisciplinar en materia de prevención y tratamiento de la obesidad infantil. Las intervenciones que combinan medidas educativas, nutricionales, familiares y psicológicas, han demostrado mayor eficacia en la modificación de hábitos y en la disminución del peso corporal (10). La participación activa de los sectores sanitario, educativo, familiar y comunitario, es fundamental para promover estilos de vida saludables desde edades tempranas y sostenibles a largo plazo (11).
Consecuencias físicas y psicológicas
La obesidad infantil acarrea múltiples consecuencias que impactan negativamente tanto en la salud física como en el bienestar psicoemocional del niño. En el plano físico, se ha documentado que el exceso de peso en edades tempranas, incrementa significativamente el riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas como la hipertensión arterial (HTA), la resistencia a la insulina, y la dislipidemia, afecciones que solían desarrollarse en la edad adulta, pero que ahora se presentan desde edades pediátricas.
La acumulación excesiva de grasa visceral, principalmente en niños con obesidad abdominal, se asocia con un perfil proinflamatorio que favorece la aparición temprana del síndrome metabólico.
Asimismo, la obesidad infantil se relaciona con alteraciones ortopédicas como afecciones en la columna vertebral, genu valgo y pie plano, además de trastornos respiratorios como el síndrome de apnea obstructiva del sueño (SAOS), el cual repercute directamente en la calidad del sueño y en el rendimiento físico y escolar de los menores. También se ha observado una mayor incidencia de pubertad precoz en niñas, y alteraciones hormonales que pueden afectar el desarrollo normal del niño (12).
A nivel psicológico, las consecuencias también resultan alarmantes. Múltiples estudios evidencian que los niños y adolescentes con obesidad suelen presentar una autoestima baja, sentimientos de inferioridad y una distorsión de su imagen corporal, especialmente durante la pubertad, una de las etapas más críticas del desarrollo. Esta percepción negativa de sí mismos se ve agravada debido a experiencias de acoso escolar, discriminación social y a los estigmas que conlleva el sobrepeso, lo cual puede desencadenar la manifestación de síntomas de ansiedad y depresión, e incluso favorecer la aparición de trastornos de la conducta alimentaria como el trastorno por atracón.
El impacto psicológico puede prolongarse hasta la edad adulta, condicionando en la relación que mantiene el individuo con su cuerpo, con los alimentos y con su entorno social. Los niños que sufren estas vivencias negativas pueden desarrollar una relación poco saludable con la comida, convirtiéndola en un mecanismo de afrontamiento emocional, lo que refuerza el vínculo entre el exceso de peso y el malestar emocional (13).
En este sentido, es fundamental el abordaje integral de la obesidad infantil, contemplando no solo los factores fisiopatológicos, sino también los aspectos emocionales y sociales implicados en su desarrollo y mantenimiento (12,13).
Intervenciones escolares y educativas
El entorno escolar constituye un espacio esencial para fomentar hábitos saludables en la infancia, dado que es donde los niños y niñas pasan gran parte de su tiempo. Las iniciativas educativas orientadas a promover una alimentación equilibrada, incrementar la actividad física y fortalecer las habilidades emocionales, han mostrado resultados positivos en la prevención y el manejo de la obesidad infantil. Estas acciones integrales abordan el problema desde diversas perspectivas, favoreciendo cambios de conducta duraderos a largo plazo.
Investigaciones recientes destacan que los programas escolares que combinan educación nutricional con el ejercicio físico regular, contribuyen a mejorar el conocimiento y las actitudes de los estudiantes frente a la salud, facilitando así la adopción de estilos de vida más saludables (7). La implementación de huertos escolares, que permiten a los niños interactuar con alimentos frescos y naturales, favorece el aumento en el consumo de frutas y verduras. De manera simultánea, las clases prácticas de cocina saludable, ayudan al desarrollo de habilidades culinarias básicas y conciencian sobre la importancia de seguir una dieta equilibrada.
Del mismo modo, la inclusión de la educación emocional en el plan de estudios, resulta imprescindible para mejorar la autoestima y brindar a los estudiantes las herramientas necesarias para afrontar el estrés y la presión social, variables que pueden influir negativamente en sus hábitos alimentarios y en su bienestar general (8). Este enfoque contribuye a crear un clima escolar positivo y empático, lo que disminuye la incidencia de acoso y/o la estigmatización asociada al peso, además de promover el desarrollo integral del menor.
Finalmente, la efectividad de estas intervenciones se potencia cuando se coordinan con políticas sanitarias y comunitarias, ya que esto facilita la comunicación coherente y sostenida entre el entorno escolar y familiar (7). La colaboración activa entre docentes, familias y profesionales de la salud es clave para poder prevenir la obesidad infantil y promocionar ambientes saludables para los niños y niñas (8).
Abordaje nutricional, actividad física y estilos de vida
El abordaje terapéutico de la obesidad infantil precisa de un enfoque integral que combine una alimentación saludable junto a la promoción del ejercicio físico. A nivel nutricional, las guías internacionales no aconsejan las dietas restrictivas ni el uso de fármacos sin prescripción médica, sino que apuestan más por promover dietas equilibradas, ricas en frutas, verduras, cereales integrales, proteínas magras y grasas saludables, evitando el consumo de productos ultraprocesados.
Estas intervenciones deben ser individualizadas, teniendo en cuenta los factores culturales, familiares y económicos de cada persona, además de recibir el apoyo de los profesionales en nutrición que faciliten cambios sostenibles a largo plazo (10).
La actividad física también es clave en la prevención y tratamiento. La OMS recomienda al menos 60 minutos diarios de ejercicio moderado o vigoroso en niños y adolescentes. Sin embargo, el consumo excesivo de pantallas, junto al incremento del sedentarismo, dificultan el cumplimiento de estas pautas. En este contexto, es necesario establecer un estilo de vida activo desde edades tempranas, fomentando la actividad física estructurada, mediante juegos, caminatas o deportes recreativos, además de limitar el tiempo frente a pantallas. Estas acciones, combinadas con una alimentación saludable, favorecen la implementación de estrategias eficaces y sostenibles a largo plazo (8).
Implicación familiar
Para la prevención y tratamiento de la obesidad infantil, es fundamental la participación activa de la familia, ya que los estilos de vida saludables se forman principalmente en el hogar. Cuando padres y cuidadores se implican en adoptar hábitos, como una alimentación equilibrada y la práctica regular de actividad física, se crea un entorno que facilita el cambio en los menores. Asimismo, implementar rutinas en casa, compartir comidas y disminuir el consumo de pantallas, favorece al desarrollo de conductas saludables. El acompañamiento emocional también es clave, ya que refuerza la autoestima infantil y reduce el riesgo de aparición de trastornos de la conducta alimentaria (4).
Intervenciones comunitarias y políticas públicas
Las intervenciones comunitarias y las políticas públicas ejercen un papel clave en la prevención de la obesidad infantil, al fomentar entornos que promuevan elecciones saludables de forma estable y duradera. Desde un enfoque intersectorial, estas estrategias buscan modificar los entornos alimentarios, escolares, urbanos y recreativos para impulsar estilos de vida activos y una alimentación equilibrada. Medidas como el etiquetado nutricional obligatorio, la restricción de publicidad de alimentos ultraprocesados dirigidos a menores, y la imposición de impuestos sobre bebidas azucaradas han demostrado tener impacto positivo en los patrones de consumo y en la disminución del riesgo de desarrollar obesidad en población infantil (11).
A nivel comunitario, destacan medidas que favorecen el acceso equitativo a espacios seguros para la práctica de ejercicio físico, la disponibilidad de alimentos frescos a precios asequibles en zonas vulnerables, y programas de salud pública integrados con centros educativos y servicios sociales. Estas acciones, especialmente cuando están alineadas con políticas nacionales y se complementan con campañas educativas, permiten generar un entorno social que promueve la adopción de hábitos saludables y disminuye las desigualdades en salud (5).
Apoyo psicológico
Para el abordaje óptimo de la obesidad infantil, es imprescindible el apoyo psicológico, ya que es frecuente que este trastorno coexista con otros problemas emocionales como la ansiedad, la depresión y la baja autoestima. Las intervenciones psicológicas, especialmente las fundamentadas en terapias cognitivo-conductuales (TCC), han demostrado ser eficaces para mejorar la autorregulación emocional, promover cambios en los hábitos alimentarios que sean sostenibles a largo plazo, y favorecer la adopción de estilos de vida saludables en niños y adolescentes (14).
Del mismo modo, el acompañamiento psicológico contribuye a la identificación y el abordaje de los factores psicosociales que pueden limitar la eficacia del tratamiento, fortaleciendo la motivación y el bienestar global del menor. Este tipo de apoyo debe integrarse con otras áreas del tratamiento, como la nutrición y la actividad física, con la finalidad de garantizar un abordaje multidimensional y humanizado (15).
Conclusiones
La obesidad infantil es un problema que va mucho más allá de lo físico, afectando considerablemente a la salud emocional, social y psicológica de la población infantil y adolescente. Se trata de una realidad compleja, ya que está influenciada por múltiples factores, desde lo biológico hasta lo social, como la cultura, el contexto familiar y la situación económica.
Para lograr un verdadero cambio, hay que abordar la obesidad desde diferentes puntos. Es fundamental combinar una dieta equilibrada, con una rutina de ejercicio físico regular, el apoyo emocional adecuado y la participación activa de familiares y cuidadores. Para que las intervenciones sean sostenibles y eficaces a largo plazo, deben ser individualizadas y adaptadas a las necesidades y características de cada niño.
El entorno escolar juega un papel clave en este proceso, ya que es el espacio donde los niños pasan gran parte de su tiempo. Los programas escolares que promueven una alimentación saludable, fomentan el ejercicio físico, fortalecen la inteligencia emocional y previenen el acoso escolar, contribuyen a la formación de hábitos que acompañarán a los niños toda la vida.
Asimismo, la implicación familiar es el pilar más importante. Cuando padres y cuidadores colaboran en la promoción de estilos de vida saludables, se genera un clima favorable que facilita a los menores a adoptar comportamientos positivos y sostenibles.
Por otro lado, las políticas públicas y las acciones comunitarias deben apoyar este camino, creando entornos saludables a través del acceso equitativo a alimentos frescos, la promoción de espacios para la actividad física, y la regulación del etiquetado de alimentos y la publicidad dirigida a menores. De esta manera, se puede reducir la desigualdad y asegurar que todos los niños tengan las mismas oportunidades para crecer sanos.
Por último, no se debe olvidar el componente psicológico. Los niños con obesidad suelen manifestar sentimientos de tristeza, inseguridad y ansiedad. Las TCC junto con otras formas de apoyo emocional son clave para ayudar a entender y manejar estas emociones y que adquieran la motivación para cambiar.
En definitiva, prevenir y tratar la obesidad infantil requiere el compromiso de todos: profesionales de salud, educadores, familias y comunidades. La prevención desde edades tempranas, basada en la educación y el entorno, resulta la estrategia más sostenible para revertir esta creciente problemática y garantizar un mejor futuro para las nuevas generaciones.
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