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La sangría (flebotomía) a lo largo de la Historia

literatura conocida de aquella cultura (2).

En la India antigua aparece en los libros de los Vedas (Ayur Veda) entre los años 2000 y 1000 AC. La forma más suave de practicarla era mediante las sanguijuelas, de las cuales conocían seis especies no venenosas. Pero también la hacían con ventosas, para lo cual se valían de cuernos y calabazas. Se encuentran allí instrucciones acerca de la manera de prevenir infecciones y anemia después de estos tratamientos, así como la forma de adiestrar a sus ejecutores.

En la China primitiva, a partir del siglo III a.C. y en Japón a partir del siglo VII d.C., la sangría se apoya en la filosofía del Ying y Yang (Taoísmo), pretendiendo recuperar el equilibrio espiritual.

Los Incas utilizaban las sangrías para el tratamiento de las cefaleas realizando heridas en el entrecejo con un cuchillo de pedernal. Para la cura de otros males abrían la vena más próxima al lugar afectado En las tribus de las planicies de América del Norte, los chamanes eran los encargados de las sangrías. Abrían las venas del brazo derecho para curar las enfermedades del tronco y las del izquierdo para tratar enfermedades de miembros. Otras tribus provocaban hemorragias mediante disparos de flecha dirigidos al miembro afectado (3).

La sangría fue introducida entre los griegos por la escuela de Crotona donde uno de sus médicos, Diógenes de Abdera, fue maestro de Hipócrates (nacido alrededor del 460 y muerto en el 357 a. de C.). En esta época, se expone la teoría de los humores, identificados como sangre, bilis amarilla, bilis negra y bilis “flegma”, originados en corazón, hígado, cerebro y bazo respectivamente y de cuyas alteraciones resultaban las enfermedades. Estos humores se vieron representados en los astros: la sangre en Júpiter y Venus, la bilis negra en Saturno, la bilis amarilla en Marte y la flema en la Luna. La eliminación de este último humor se hacía por la sangría, de tal suerte que la fase y la posición de la Luna determinaban el momento y el lugar del cuerpo en que se debía sangrar. Entonces, la sangría se convierte en acto terapéutico racional que busca recuperar el equilibrio humoral perdido, y deja de ser rito para convertirse en técnica para el remedio de casi todas las enfermedades, destinada a extraer la flema pútrida e impura, realizándose del mismo lado del cuerpo y cerca del foco de putrefacción. Las mejorías alcanzadas significaban para los hipocráticos la evidencia más importante de la acción perniciosa de la flema (1).

Uno de los más importantes médicos del Imperio Romano, Aurelio Cornelio Celso (25 aC-45dC) en su obra Medicina describió la técnica, indicaciones, oportunidad y lugar de la sangría. Afirmaba que su aplicación no tenía límites de edad o sexo debiéndose considerar solamente la resistencia y la fuerza vital del individuo a tratar (1).

Más tarde, la fama de Celso fue superada por Claudio Galeno (131-203 d.C.), cuyas obras se convirtieron en la fuente obligada del saber médico occidental en los siguientes seis siglos. Galeno añadió a la teoría de los humores su propia teoría del “vitalismo” donde afirmaba que la sangre era algo más que un líquido nutritivo y que engendraba la esencia espiritual del hombre: fluyendo desde el hígado al corazón y al cerebro, adquiría una trinidad de características espirituales gracias a la combinación de órganos por los que pasaba. (4)

Los árabes conocieron la flebotomía a través de sus contactos directos con los griegos, pero su técnica de empleo se diferenciaba en gran medida de los occidentales. La práctica griega, llamada de la derivación, retiraba abundante cantidad de sangre de un punto próximo al que se suponía órgano enfermo, para aminorar la plétora cuando se consideraba causa del mal. Sin embargo, la práctica musulmana, llamada revulsión,  consistía en sangrar gota a gota, en el lado opuesto del cuerpo y a distancia de la zona afectada, en general en proporciones escasas. Uno de los médicos árabes más famosos, Avicena (980-1037 d.C.), en su obra titulada Poema de la Medicina, incluye la sangría en el capítulo dedicado a la cirugía de los vasos (3).

Durante la Edad Media, el ejercicio médico se basó en el saber galénico y, durante los siglos VIII y IX, la sangría fue ejercida casi exclusivamente por clérigos y por legos que vivían en los conventos (minutoris). A partir del siglo XII la Iglesia prohibió a los clérigos el ejercicio de toda práctica que causara pérdida de sangre, por lo que la sangría quedó en manos casi exclusivamente de los minutoris que hicieron de esta actividad una profesión libremente ejercida. El examen del coágulo formado por la sangre extraída permitía describir tipos diferentes de sangre: gruesa, delgada, podrida, serosa, espumosa, oleaginosa, con mal olor, etc. Cada una de estas observaciones se merecía una particular interpretación diagnóstica y pronóstico, y cuya interpretación dependía del prestigio y de la experiencia del sangrador (1). En esta época, la sangría era tan frecuente que, para evitar inconvenientes, en Brujas (Bélgica) se disponía de un lugar especial denominado “vertedero de sangre”, donde los sangradores debían arrojar la sangre recolectada. Se solían extraer en general unas tres o cuatro onzas (100-120 ml.), aunque en casos especiales el volumen alcanzaba las dos libras (cerca de 1000 ml.).

En la primera escuela médica del mundo occidental, fundada en Salerno en el siglo XII, la sangría era muy utilizada y aparece en el tratado Régimen Sanitatis, escrito en verso por Arnaldo de Vilanova (1234-1311), en el que se le atribuyen efectos como el refuerzo de la memoria, limpieza de la vejiga, desecación del cerebro, calentamiento de la espina dorsal, aclaración del oído, alargamiento de la vida, ahuyentamiento de enfermedades… A pesar de estos beneficios, la escuela salerniana aconsejaba la cautela; “la sangre extraída no debía ser ni escasa ni excesiva y siempre se acuerdo con la edad y vigor del paciente, época del año y temperatura corporal” (1).

En los primeros siglos de la Era Moderna (s. XV y XVI) la sangría adoptó objetivos terapéuticos o profilácticos. Pierre Brisot (1478-1522) defendía la sangría hipocrática (del mismo lado de la lesión) en contra de la arábiga (sangría revulsiva) y abandonó Francia después de que el Parlamento prohibió la sangría hipocrática. En Alemania y otros países centroeuropeos, se asociaba la balneoterapia con sangrías y, para combatir los efectos debilitantes de estos tratamientos, se recomendaba la abundante ingestión de líquidos.

Durante el siglo XVII, esta práctica alcanzó límites indiscriminados en manos de los médicos de la época, y en las colonias españolas, a partir del s. XVIII, quedó reglamentada la obtención del título de Maestro en Flebotomía, encargado de formar y proponer los sangradores (3).

En los Estados Unidos, Benjamín Rush (1745-1813) brilla como el más famoso defensor de la sangría, Consideraba a todas las enfermedades como consecuencia de la sobreestimulación de los vasos sanguíneos y, por tanto, todas debían ser tratadas mediante la depleción (sangrías y purgas), cuyo volumen debía ser proporcional a la gravedad del caso. Pero en 1799 Rush fue sometido a un juicio por mala práctica por la