Adolescencia y Familia. ¿Crisis o protección?
El deseo de todo padre y madre de familia es que sus hijos hagan “lo que es mejor para ellos”. No obstante, parte de la naturaleza humana, incluye el poner los límites a prueba, el dejarse llevar por la curiosidad por lo desconocido y manifestar rebeldía contra lo establecido. Esto es normal y hasta puede ser saludable. Como padres, es importante recordar que el propósito es el de formar personas con juicio crítico, hombres y mujeres responsables y analíticos, que tomen decisiones de carácter firme. (Aragón, 1991)
Adolescencia y Familia. ¿Crisis o protección?
Comentario bibliográfico
Autora: Dra. Ms Sc. Ruth Elizabeth Maldonado Rengel. 1 Dr. Robert Augusto Ortega Villamagua. 2
1 Doctora en Medicina y Cirugía. Magister en Hebeatría. Docente Ocasional de La Universidad Nacional de Loja.
2 Doctor en Medicina y Cirugía Postgradista en Medicina Familiar y Comunitaria Universidad Nacional de Loja.
Universidad Nacional de Loja. Área de la Salud Humana. Carrera de Medicina Humana
“Se dice que el matrimonio y la paternidad son las únicas carreras en las que se entrega el título primero, y el aprendizaje viene después.”
(Padres que Quieren ser Mejores, 1991)
Alcanzar ese equilibrio, entre ayudar a los adolescentes a reflexionar y analizar cada situación y, a la vez, entender que la autoridad de sus padres es un elemento establecido que debe respetarse (en forma proporcional a la edad), es una misión muchas veces desgastante y de suma importancia para el desarrollo de los hijos. (Bolaños, 2001; Calderón, 1991)
Al llegar los hijos a la adolescencia los problemas familiares pueden centrarse de forma cardinal en los problemas que aborda el adolescente. Para los padres puede ser difícil desligarse de los hijos y establecer un nuevo equilibrio en el sistema conyugal. Las dificultades en la relación padres-hijos, pueden ocurrir principalmente alrededor de tres áreas: la autoridad, la sexualidad y los valores. La interacción entre el adolescente y sus padres frecuentemente se caracteriza por una pobre comunicación y una expresión afectiva negativa, que resultan en un manejo inadecuado de los recursos para el control de la conducta. Frecuentemente, los padres reaccionan ante sus hijos de manera consistente con los estereotipos que los adolescentes esperan; éstos van de ver al joven como un victimario (poderoso, violento, rudo, sexualmente agresivo) o como una víctima (pasivo, impotente, desprotegido, indefenso, incapaz). Los padres más jóvenes (menores de 38 años) tienden a percibir al adolescente, especialmente si es el primogénito de manera más negativa que los padres de mayor edad. Además, los padres ansiosos tienden a exigir pautas más elevadas para sus hijos.
Estos factores promueven las barreras de comunicación e invitan al adolescente a excluir a los adultos de su mundo volviéndose silenciosos o refugiándose con sus amigos. (Sauceda, 1994)
Los padres con dificultades para disminuir gradualmente su “autoridad paternal” pueden contribuir a un problema de adaptación en el adolescente. Desgraciadamente muchos padres se muestran reticentes a dejar su rol protector y a permitir al adolescente adquirir autonomía por medio de la libertad y la responsabilidad, lo cual se convierte en un campo de conflicto, donde el adolescente se enfrenta de manera desorganizada y en muchas ocasiones autodestructiva a un autoritarismo sin concesiones. Como los padres evaden la confrontación directa, facilitan la expresión afectiva de rebeldía y desacuerdo en el adolescente por medio de conductas que “sí toleran”; por ejemplo, al adolescente que no puede salir con sus amigos a una fiesta, “se le tolera” que escuche la música a todo volumen o que rompa alguna cosa, en su cuarto, porque “así son ellos”. (Rae, 1992)
La pobre habilidad de los padres para manejar la crianza en esta etapa al parecer se relaciona con un ambiente adulto que se muestra indiferente o/y hostil a las necesidades del adolescente. Dentro de esta atmósfera, los jóvenes muestran un mayor deseo de escapar o agredir y un mayor rechazo a los valores de los padres, como el rendimiento escolar y un descuido de los atributos personales esperados para ellos. Lo anterior provoca un mayor enojo y hostilidad en los padres, que empeora aún más la situación. En contraste, los padres que manejan adecuadamente la relación se caracterizan por mantener una comunicación directa y honesta, el interés franco por ayudar a resolver problemas, y el deseo de mantener un contacto emocional cercano; los adolescentes en este medio familiar son respetados en espacio, tiempo y privacía y en los intereses que persiguen. (Montemayor, 1986)
Los adolescentes de manera abierta o encubierta utilizan las conductas de rebelión para: 1) probar los límites, 2) buscar autonomía y capacidad, 3) separarse de los parámetros y estándares parentales y 4) desarrollar un sistema de valores independiente. Según Erikson, el adolescente desarrolla su propia identidad por medio de asimilar sus experiencias pasadas y aplicarlas a las situaciones nuevas. Este autor considera que las oscilaciones en el afecto, las conductas impulsivas y la “marginación” social son el resultado de la dispersión del rol que acompaña esta
forma de “probar” el mundo. A diferencia del adulto, el adolescente debe involucrarse en estos “excesos” porque no posee otro mecanismo para asimilarlos del exterior y ponerlos en orden. (Erikson, 1968)
Algunos adolescentes permanecen relativamente libres de afecto negativo y rebeldía sin