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Grandes Síndromes Geriátricos

asistencia a mejorar su cualificación profesional para prestar más calidad a sus pacientes.

El envejecimiento poblacional abre grandes retos en las sociedades que acogen a los ancianos, si el envejecimiento es la consecuencia de los grandes logros sociales y sanitarios en los países envejecidos, se inicia el reto de «dar calidad a la cantidad» de años conseguidos.

Desarrollo:

La Gerontología es la ciencia que estudia el proceso de envejecimiento en todos sus aspectos, en tanto que la Geriatría es la rama de la Medicina que se ocupa de los aspectos clínicos, terapéuticos, preventivos y sociales de la salud y la enfermedad en los ancianos. Esto significa que la Geriatría no solo tiene un enfoque clínico, sino rehabilitador y social y que cambia incluso en ella el concepto de salud y lo adapta a estas personas.

Para el Geriatra un anciano es saludable cuando es capaz de atenderse a sí mismo, como desarrollarse en el seno social y familiar, y desempeñar dinámicamente las actividades del diario vivir. La salud se expresa en términos de capacidades, pues es inalcanzable para un gerente el concepto de salud de la OMS, debido a que el envejecimiento ha determinado una serie de deficiencias funcionales en diversos órganos y sistemas, o son portadores de enfermedades relacionadas con ese proceso.

El aumento de la esperanza de vida de 50 años en 1900 a 75 años aproximadamente en el 2000, pudiera registrarse como uno de los mejores logros de la humanidad, sin embargo, es fuente de preocupación para gobiernos y naciones por la readaptación social, económica y familiar que exige. Nuestro país no es ajeno a esto, en 1998 los mayores de 60 años representaban el 13,6% de la población y para el 2020 se estima un aproximado de un 21%. Pero el problema no es solo numérico, esto genera mayores gastos de salud y asistencia social, un índice que carga mayor para la población económicamente activa, readaptación de la arquitectura de las ciudades, cambios laborales, problemas familiares, etc. lo que crea la necesidad de tomar una serie de medidas para hacer a la sociedad y a la familia más amigables a estas personas, derecho ganado durante su existencia, y para aprovechar sus capacidades en beneficio social.

El viejo aforismo senequiano de «la vejez es en sí misma enfermedad» ha planeado desde siempre sobre el campo de la gerontología, y aunque la moderna gerontología confirma el carácter fisiológico del envejecimiento humano, también es cierto que la caída de la vitalidad condicionada por el envejecer aumenta la vulnerabilidad del anciano a padecer enfermedades e incapacidades. El envejecimiento será fisiológico cuando cumpla parámetros biológicos aceptados para los distintos tramos de edad y mantenga la capacidad de relación con el medio social, y será patológico cuando la incidencia de enfermedad altere dichos parámetros biológicos y dificulte las relaciones sociales.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como «un estado en el que existe una situación óptima de bienestar físico, mental y social y no meramente como una ausencia de enfermedad»; esta definición adquiere en geriatría un relieve especial al incluir tanto las alteraciones físicas y mentales como las circunstancias socioeconómicas y personales. El concepto de anciano sano no está ligado siempre al de ausencia de enfermedad, y quizás, como bien recuerda también la OMS, «la salud del anciano se mide en términos de función».

Con el envejecimiento se producen cambios fisiológicos en todos los sistemas del organismo que determinan disminución de la reserva funcional limitando la capacidad de respuesta ante un aumento de la demanda o un estrés. También se produce un deterioro de los procesos reguladores que mantienen la integración funcional entre los diferentes órganos y sistemas del individuo. Así, pues, el envejecimiento no es sólo la suma de la reducción individual de la reserva funcional de cada órgano, sino también de los mecanismos de función que integran sus funciones. Una consecuencia directa de todo lo anterior sería el concepto de presentación atípica de las enfermedades que supone en múltiples ocasiones un reto diagnóstico al clínico que atiende a ancianos enfermos (por ej., una neumonía manifestándose con un delírium, sin fiebre o tos o dolor torácico). Con relativa frecuencia los ancianos tienden a manifestar síntomas inespecíficos y no necesariamente el cuadro típico de la enfermedad concreta. Presentan enfermedades con signos y síntomas diferentes a como lo hacen los jóvenes (por ej., Parkinson como caídas y no tener temblor). Estas diferencias en la presentación de las enfermedades con respecto a la población más joven van a ser más marcadas a mayor edad del paciente entre otros motivos por la frecuente coexistencia de pluripatología o comorbilidades, polifarmacia y mayor fragilidad que enmascaran cuadros concretos. Es frecuente que el órgano más frágil claudique independientemente del proceso patológico en sí, siendo el responsable de otras manifestaciones clínicas independientes del factor etiológico responsable (por ej., síndrome confusional agudo como consecuencia de un proceso infeccioso, sin existir lesión cerebral que lo justifique).

En geriatría es habitual la presencia de «alteraciones iceberg»; es decir, de enfermedades no conocidas ni por el paciente ni por su médico, que además con frecuencia son el origen de incapacidades no explicadas por los trastornos previamente documentados, en un marco funcional que obliga a medir la enfermedad a través de sus consecuencias y no sólo a partir de las causas que la generan. Esta forma de «presentación atípica» de las enfermedades en los ancianos es la responsable de los denominados síndromes geriátricos, sin caer en el error de considerar a éstos única y exclusivamente como una manifestación atípica de una enfermedad, sino que deben ser considerados en algunos casos como entidades nosológicas específicas con alta frecuencia de presentación en los ancianos, siendo incluidos dentro de las estrategias de prevención, diagnóstico y tratamiento de la medicina geriátrica.

Estos síndromes pueden generar mayor morbilidad y consecuencias en ocasiones más graves que la propia enfermedad que los produce (por ej., síndrome de inmovilidad generado por un ACV [accidente cerebrovascular], sin una buena prevención de las úlceras de decúbito éstas pueden aparecer y generar más problemas). Sólo un estrecho conocimiento