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Trastornos de conducta alimentaria en los adolescentes de bachillerato

El Test de Actitudes Alimentarias (EAT 26). Creada por Garder, Rosen and Barren en 1982, que consta de 26 ítems divididos en cuatro dimensiones bulimia, dieta, preocupación por la comida y control oral. La confiabilidad por subescala fue más alta en BN (89,1%), seguida por dieta (85,7%), control oral (81,8%) y preocupación por la comida (75,6%)) con una confiabilidad de todo el test de 92,1, el punto de cohorte original es de 20, pero existen muchos estudios en donde se ha realizado un cohorte de 11, se ha utilizado de esta manera para disminuir los falsos positivos y realizando una mejor valoración de las personas con riesgo de trastornos de conducta alimentaria (TCA), (Constaín et al., 2014), y se contesta a través de una escala de Likert, cada pregunta tenía 6 opciones de respuesta (nunca, raramente, a veces, a menudo, muy a menudo, siempre); las 3 primeras se calificaban con 0, la cuarta con 1, la quinta con 2 y la sexta con 3. La puntuación total es la sumatoria de los valores de los ítems, teniendo como precaución que la pregunta 26 se puntúa a la inversa, a mayor puntuación hay mayor riesgo de presentar Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA).

Además se tomó en cuenta las variables sociodemográficas como edad, sexo, nivel de estudio, condición socioeconómica y provincia, como también tipología familiar de acuerdo al tamaño de la familia, a la ontogénesis familiar y con quien convive el adolescente.

Luego se tomó en cuenta criterios de inclusión, en donde se puso en cuenta a los adolescentes que asisten al 1ero, 2do y 3er año de Bachillerato de la Zona 7 y que expresen su deseo de participar en el estudio a través del documento de asentimiento informado y consentimiento informado por parte de sus padres o representantes legales. Y como criterios de exclusión a los adolescentes de 1er, 2do y 3er año de bachillerato que al momento de realizar el estudio no se encuentren presentes; y a los estudiantes de 20 años y más que estén asistiendo al bachillerato, consideradas según la Organización Mundial de la Salud como adultos jóvenes.

Una vez leído, aceptado y firmado el asentimiento de los participantes y consentimiento informado de los padres o representante legal se inicia la explicación de que se trata la investigación garantizando el anonimato y confidencialidad a los estudiantes y cuya información será para fines estadísticos, se continuó con la aplicación de los test auto llenados FFSIL y EAT26 a los estudiantes de los diferentes establecimientos educativos tanto públicos como privados.

El análisis de datos se realizó mediante el paquete estadístico SPSS versión 16. A través de estadísticos descriptivos se pudo analizar las frecuencias y porcentajes de los casos con riesgo para trastornos de conducta alimentaria (TCA), la edad, sexo y los adolescentes con percepción de disfuncionalidad familiar, por medio de tablas de contingencia o análisis bi-variado se describen el Chi cuadrado y el OR para encontrar relación y riesgo del estudio de las variables.

RESULTADOS.

En el tabla 1, se identificó al grupo de riesgo conformado por 243 adolescentes, que corresponde a una prevalencia total de 25,3%, de los cuales corresponden 104 hombres (prevalencia de 21,7% e IC 17,7-24,9) y 139 mujeres (prevalencia de 29,9% (IC 22,7-28,2), siendo mayor la prevalencia en las mujeres.

En cuanto a la tabla 2, se identificó a 22,1% (IC 17,8-27,1) de adolescentes con percepción de familia disfuncional y 26,8% (23,5-30,3) de adolescentes con percepción de familia funcional.

En la tabla 3. Tomando en cuenta la prevalencia de mayor a menor se encuentra en la edad de 19 años con 30,3% (IC 20,5-42,3), seguido a los 15 años con 27,6% (IC 21,5-34,8), a los 18 años con 24,7% (IC 18,4-32,2), a los 16 años con 24,5%(IC 19,9-29,7) y con menor prevalencia a los 17 años con 24% (IC 19,4-29,7), pero no existe significancia estadística entre las edades.

Se identifica en la tabla 4, una mayor prevalencia en la Provincia de El Oro, con 26,6% (IC 22,1-31,7), en comparación con Loja (23,7% IC 19,3-28,6) y Zamora (25,7% IC 21,2-30,8), pero que al cruzarse entre los intervalos de confianza no dan una significancia estadística.

En cuanto a la tabla 5 a la condición socioeconómica se evidencia que existe mayor prevalencia de riesgo para trastornos de conducta alimentaria (TCA), en los adolescentes que tiene una condición económica de vida alta con 29,4% (IC 25,6-33.6), con una significancia estadística que indica que si tiene que ver con la condición socioeconómica al no relacionarse los intervalos de confianza entre sí, en comparación con la condición de vida baja que presenta una prevalencia menor de 21% (IC 17,5-24,9).

En consideración a la tabla 6, en la tipología familiar existe mayor prevalencia en las familias medianas (26,5% IC 23,2-30,1), extensas (29,2% IC 23,6-35,6), con padres ausentes (27,1% IC 18,7-37,4) y en familias funcionales (34,2% IC 28,4-40,4), pero que no da una significancia estadística que señale específicamente que tipo de familia es la más afectada.

Al realizar la tabla de contingencia en busca de relación entre el riesgo para trastornos de conducta alimentaria (TCA) y Funcionalidad familiar, se identificó el chi cuadrado de 1,829 con un grado de libertad y una P de 0,176 por lo que no es estadísticamente significativo, con un OR de 0,796 dando una baja magnitud de significancia, explicando que en este estudio no se encontró diferencia significativa para explicar que la disfuncionalidad familiar tenga relación con el riesgo para presentar trastornos de conducta alimentaria (TCA).

DISCUSIÓN.

Se ha realizado un estudio en los adolescentes de 15 a 19 años de edad, en donde se identificó una prevalencia general de 25,3%, superior a la encontrada en el estudio de Silva (2014), con 13,7%, a estudiantes del último año de secundaria en Argentina, y de 18,4% en la población femenina de Medellin, Colombia (Constaín et al.,2014), esta variación porcentual de la prevalencia, quizá se podría explicar por el subdiagnóstco de trastornos de conducta alimentaria (TCA), ya que existen pocos estudios en población en general y los estadísticos se basan en registros de casos en poblaciones clínicas (hospitalizados, en tratamiento psiquiátrico, etc.), además, no se pueden hacer relaciones de las estadísticas actuales con las anteriores porque no habían estudios epidemiológicamente adecuados y correctos, otro punto importante es el cambio constante de los criterios diagnósticos de la Asociación Americana de Psicología que permiten el diagnóstico de un mayor número de casos, además, que anteriormente no se realizaba seguimiento o valoración a estos pacientes desde la psiquiatría, los reingresos por complicaciones o casos graves pueden sesgar la elevada frecuencia, la sobrevaloración médica de incluir pacientes de trastornos de conducta alimentaria (TCA) que en épocas anteriores no se correspondían o se diagnosticaban con otras enfermedades, el mayor número de personal preparado en trastornos de conducta alimentaria (TCA) también puede elevar el número de casos diagnosticados, en conclusión, al momento no existe estadísticos claros de esta patología.(Calado, 2011).

Además, hay que tomar en cuenta la utilización del punto de cohorte del test para investigar riesgo de trastornos de conducta alimentaria (TCA), ya que muchos autores en estudios han utilizado el punto de corte de 20 (88,9% de sensibilidad y el 97,7% de especificidad) propuesto por los autores de la versión original (Garner et al., 1982), pero tiene baja sensibilidad y alta especificidad, similar a la versión validada española con sensibilidad de 91% y especificidad de 69% (Castro, 1991) mientras que en otros estudios se han hallado valores reportados en adolescentes madrileñas (Sensibilidad 90%, Especificidad 75%) y omaníes (Sensibilidad 64%, Especificidad 38%) con un punto de corte de 10; en griegas (Sensibilidad 40%, Especificidad 84%) con punto de corte de 20; en gallegas (Sensibilidad 26%, Especificidad 95%) con un punto de corte de 23, lo que corrobora que al ampliar el punto de corte reduce la sensibilidad pero incrementa la especificidad Sin embargo, con un punto de corte igual o mayor a 11 se mejora la precisión diagnóstica (sensibilidad del 100% y una especificidad del 85%) con reducción de los falsos positivos, por lo que este instrumento sería útil para atención primaria como cribado de riesgo para trastornos de conducta alimentaria (TCA) y así poder derivar para su mejor evaluación, confirmación diagnóstica y de tratamiento especializado correspondiente (Constaín et al.,2014).

Se identificó que la edad media es de 17 años, con representación mayor en el sexo femenino similar como la describe la literatura en otros estudios (Silva 2014) (Jesús, Sánchez, & Jáuregui, 2015).

En este estudio no se identificó una relación estadísticamente significativa entre el riesgo para presentar trastornos de conducta alimentaria y funcionalidad familiar, por lo que se debería realizar estudios donde se identifiquen otros factores familiares que incidan con el riesgo para presentar trastornos de conducta alimentaria (TCA), como la relación madre e hija, donde se evaluó a las madres e hijas con trastornos de conducta alimentaria (TCA), encontrando que reportan peores relaciones con sus hijas, y que también tuvieron mala relación con sus propias madres.(Olivia et al., 2013).

Se reconoce igualmente que en las relaciones padre e hija donde existe casos de perfeccionismo y las altas expectativas, halando insatisfacción familiar, rechazo paterno, percepción hacia los padres como distantes y molestos, que sienten las hijas con anorexia nerviosa y la satisfacción familiar de sus padres, quizá se debe a que los hombres podría existir menor percepción a las necesidades emocionales y menos dispuestos a reconocer las necesidades de sostén y consuelo, adjuntándose el poco estudio de estos tipos de relaciones. (Olivia et al., 2013).

Además, la presencia de experiencias estresantes o traumáticas provocadas en el entorno familiar, entre los cuales destacan el abuso sexual, fallecimiento de algún familiar, separación de los padres, cambios de figura paterna o convivir con una nueva pareja de sus padres, discusiones familiares, cambios de domicilio y problemas de salud. Se ha encontrado que las madres y padres de personas con trastornos de conducta alimentaria (TCA), presentaban depresión, riesgo de trastornos de conducta alimentaria (TCA), abuso y dependencia de drogas. (Olivia et al., 2013).