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La evolución humana en la visión filosófica de Teilhard de Chardin

la sola inspección de los huesos y de los tegumentos no pueda llegar a seguir, a explicar, a catalogar los progresos de la diferenciación zoológica total. He aquí la situación. Y he aquí también su remedio.

Para desentrañar la estructura de un phylumpensante, la anatomía resulta insuficiente: es que ahora pide doblarse de psicología. Complicación laboriosa, sin duda: dado que ninguna clasificación satisfactoria del «género» humano podría establecerse, según vemos, sino por el juego combinado de dos variables parcialmente independientes. Sin embargo, complicación profunda bajo dos aspectos diferentes. Por una parte, el precio de este obstáculo, el orden, la homogeneidad, es decir, la verdad, entran en nuestras perspectivas de la Vida, extendidas al Hombre; y dado que se descubre, correlativamente, en nosotros el valor orgánico de toda construcción social, nos sentimos ya mejor dispuestos a considerar a ésta como un objeto de Ciencia y, por tanto, a respetarla.

Por una parte, por el hecho mismo de que las fibras del phylumhumano se muestran rodeadas de su vaina psíquica, empezamos a comprender el extraordinario poder de aglutinación y de coalescencia que presentan. Y henos aquí, simultáneamente, en la senda de un descubrimiento fundamental, en el cual acabará por culminar nuestro estudio del fenómeno humano: la convergencia del espíritu.

EL DESPLIEGUE DE LA NOOSFERA.

Con el objeto de multiplicar los contactos que son necesarios a sus tanteos y almacenar la variedad polimorfa de sus riquezas propias, la Vida no puede avanzar más que mediante la progresión de masas profundas. Así, pues, cuando su curso sale de las garganta! en donde le tenía como estrangulado una mutación nueva, cuanta más apretada está la hilera de la que emerge y más amplia es la superficie que debe cubrir con su ola, tanto más necesario le es reconstituirse en multitud.

La Humanidad, al trabajar bajo el impulso de su oscuro instinto ha desbordado alrededor de su estrecho punto de emersión hasta llegar a sumergir toda la Tierra. El Pensamiento haciéndose número con el objeto de conquistar todo el espacio habitable, por encima de cualquier otra forma de la Vida. Dicho de otra manera, el espíritu tejiendo y desplegando las capas de la Noosfera. Es en este esfuerzo de multiplicación y de expansión organizada en donde se resume y se expresan finalmente, para quienes saben ver, toda la Prehistoria y toda la Historia humanas desde los orígenes hasta nuestros días.

LA FASE RAMIFICADA DE LOS PREHOMÍNIDOS.

Hacia el final extremo del Plioceno, un amplio movimiento de relevo, una sacudida positiva, parecen haber afectado las masas continentales del Viejo Mundo, desde el Atlántico hasta el Pacífico. Un poco por todas partes, en esta época, las cuencas van vaciándose, las gargantas se profundizan y grandes masas de aluviones se desparraman por las llanuras. Ninguna huella cierta del Hombre ha sido identificada en parte alguna antes de este gran cambio geológico. Pero apenas terminado, las piedras talladas se encuentran ya, mezcladas con las gravas de todas las terrazas de África, de Europa occidental y de Asia meridional.

Del Hombre del Cuaternario inferior, contemporáneo y autor de estos utillajes, no conocemos más que dos representantes fósiles’, aunque los conocemos bien: el Pitecántropo, de Java, durante mucho tiempo representado por una simple calvaría, pero redescubierto últimamente gracias a restos mucho más satisfactorios; y el Sinántropo, de China, descubierto por numerosos ejemplares en el curso de los diez últimos años. Dos seres tan fuertemente emparentados, que la naturaleza de cada uno nos quedaría oscura si no tuviéramos para comprenderla la gran fortuna de poder compararlos entre sí ¿Qué es lo que nos enseñan estos restos venerables, viejos, por lo bajo, de unos cien o doscientos mil años? Un primer punto sobre el cual los antropólogos están de acuerdo es que con el Pitecántropo, tanto como con el Sinántropo, poseemos dos formas ya francamente homínidas por su anatomía.

Si se disponen en serie sus cráneos con los de los mayores Póngidos (Monos) y con el de los Hombres recientes, aparece con evidencia una separación morfológica, un vacío, entre ellos y los Antropoides, mientras que por el lado del Hombre constituyen un bloque natural. Cara relativamente corta. Caja craneana relativamente grande; en el Hombre de Trinil, la capacidad cerebral no desciende casi por debajo de los 800 cm.’, y en el Hombre de Pekín» llega, en los mayores machos, hasta los 1.100′. Mandíbula inferior construida esencialmente hacia adelante en la sínfisis, en el tipo antropoide. Por fin, y ante todo, extremidades anteriores libres y estación bípeda.

Ante estos signos, es evidente que nos encontramos ya de manera decidida en la vertiente humana. Sin embargo, por homínidos que fueran el Pitecántropo y el Sinántropo, a juzgar por su fisonomía, eran todavía extrañas criaturas, como no existen ya, desde hace mucho tiempo, sobre la Tierra. Cráneo alargado, fuertemente huidizo hacia atrás y con enormes órbitas. Cráneo aplastado, cuya sección transversal, en lugar de ser ovoide o pentagonal, como en nosotros, dibuja una bóveda ampliamente abierta al nivel de los oídos. Cráneo potentemente osificado, en el que la capa cerebral no forma una giba prominente hacia atrás, sino que se halla rodeada posteriormente por un fuerte reborde occipital. Cráneo prognato, en fin, en el que los arcos dentarios se proyectan fuertemente hacia adelante, por encima de un sínfisis, no sólo desprovista de mentón, sino incluso entrante. Y también, para terminar, dimorfismo sexual fuertemente marcado: hembras pequeñas, con dientes y mandíbulas más bien gráciles; machos robustos, con molares y caninos potentes.

Ante estos caracteres, en modo alguno teratológicos, sino expresivos de una arquitectura bien establecida y bien reglada, ¿cómo no íbamos a reconocer una convergencia anatómica, hacia abajo, con el mundo «simiesco Una vez todo ello bien considerado, podemos ya, desde ahora, afirmar científicamente que, con el hombre de Trinil y el de Pekín, gracias a su descubrimiento, conocemos en el interior de la Humanidad un grado morfológico, un estadio evolutivo y un verticilo más.

Un grado morfológico, dado que sobre la línea que separa, por ejemplo, un Blanco de un Chimpancé, se colocan, por la forma de su cráneo, casi exactamente a la mitad de camino. Un estadio evolutivo también, dado que, hayan dejado o no descendientes directos en el mundo actual, representan de manera verosímil un tipo a través del cual el Hombre moderno debió pasar, en el curso de su filogénesis. Un verticilo zoológico, por fin, dado que por muy estrechamente localizado que estuviera su grupo en el borde extremo del Asia oriental, debía de formar parte de un conjunto mucho más amplio,

En resumen, el Pitecántropo y el Sinántropo