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La evolución humana en la visión filosófica de Teilhard de Chardin

son mucho más que dos tipos antropológicos interesantes. A través de ellos entrevemos toda una oleada de Humanidad. Los paleontólogos han demostrado, pues, una vez más, su sentido de las perspectivas naturales de la Vida al aislar, a título de unidad natural distinta, esta capa humana tan antigua y primitiva. Incluso han creado para ello el nombre de «Prehomínidos» Término expresivo y correcto si se considera la progresión anatómica de las formas. Pero, asimismo, un término que lleva el peligro de velar o de colocar mal la discontinuidad psíquica, en la que hemos creído deber colocar lo más agudo de la hominización.

Calificar de Prehomínidos al Pitecántropo y al Sinántropo podría insinuar que éstos no fueran todavía Hombres en sentido absoluto es decir, que siguiendo mi manera de expresarme, no habrían todavía franqueado el paso de la Reflexión. Ahora bien: a mí me parece más probable que, aun sin haber alcanzado, ni mucho menos, el nivel en el cual estamos situados, eran ya, uno y otro, dos seres inteligentes. Que en realidad fueron tales me parece ya estar requerido en principio por el mecanismo general de la filogénesis. Una mutación tan fundamental como el Pensamiento, que da a todo el grupo humano su aliento específico, no podría, a mi manera de ver, haber aparecido sólo en curso de desarrollo a la mitad de la altura del tallo.

Por el contrario, sostiene todo el edificio. Su lugar está, pues, por debajo de cualquier verticilo reconocible en las profundidades inasequibles del pedúnculo, por debajo, pues, de otros seres que, por prehomínidos que sean por la estructura de su cráneo, se colocan, de manera distinta ya, por encima del punto de origen y de desarrollo de nuestra Humanidad. Pero hay más todavía. No conocemos ninguna huella de industria asociada directamente a los restos del Pitecántropo. Y ello por causa de las condiciones del yacimiento: alrededor de Trinil, los fósiles se hallan en estado de huesos arrastrados hacia un lago por los ríos. Cerca de Pekín, en cambio, donde el Sinántropo fue sorprendido en su lecho, dentro de una cueva rellena, abundan los instrumentos de piedra mezclados con los huesos quemados.

¿Es necesario, tal como lo sugirió Boule, considerar a esta industria (a veces, lo reconozco, de una sorprendente calidad) como los vestigios abandonados por otro hombre desconocido, al cual el Sinántropo no «faber» habría servido de caza? Mientras no se haya encontrado ningún hueso de este Hombre hipotético la idea me parece gratuita y, después de todo, menos científica. El Sinántropo tallaba ya las piedras y conocía ya el fuego. Hasta que tengamos una prueba de lo contrario, estas dos propiedades constituyen, al mismo título que la propia reflexión, parte integrante del pedúnculo. Reunidos dentro de un haz inseparable, los tres elementos surgen de manera universal, al mismo tiempo que la Humanidad. He aquí, de manera objetiva, la situación. Si realmente es así, vemos, no obstante, que, a pesar de sus caracteres osteológicos y reminiscentes de los Antropoides, los Prehomínidos estaban psicológicamente más cerca de nosotros y por consiguiente, desde el punto de vista filético, menos jóvenes y primitivos de lo que podríamos pensar.

Ya que, en fin, debió de ser necesario mucho tiempo para descubrir la llama y el instrumento cortante… De tal manera que, detrás de ellos, habría lugar suficiente para otro verticilo humano que quizá acabaremos por hallar en el puesto al mismo tiempo que el Pitecántropo y el Sinántropo, otros Homínidos llegados al mismo estadio de desarrollo. En cuanto a los mismos, no poseemos todavía más que restos, desgraciadamente insuficientes quizá: la famosa mandíbula de Mauer, en Alemania; y en África oriental, el cráneo mal conservado del africántropo. Esto no es suficiente para determinar la fisonomía general del grupo. Una observación, sin embargo, podría indirectamente llegar a hacer la luz sobre lo que desearíamos saber.

Del Pitecántropo conocemos actualmente dos especies: una relativamente pequeña»; la otra, mucho más robusta y brutal. A ellas se añaden dos formas verdaderamente gigantes, representadas, en Java, por un fragmento de mandíbula y en China del Sur, por dientes aislados. Lo que, con el Sinántropo, constituye un conjunto (para la misma época y sobre la misma franja continental) de cinco tipos diferentes, seguramente emparentados.

Esta multitud de formas vecinas, comprimidas unas contra otras en una banda estrecha, y también esta curiosa tendencia común al gigantismo ¿no nos sugiere la idea de una hoja o «radio» zoológico marginal, aislado, mutando sobre sí mismo de una manera autónoma? Y lo que sucedía entonces en China y en Malasia, ¿no tendría también su equivalente, formando otros radios, más hacia el Occidente?

En este caso, podría decirse que, zoológicamente hablando, el grupo humano en el Cuaternario inferior no formaba más que un conjunto todavía poco coherente en el que dominaba toda la estructura divergente habitual en los demás verticilos animales.

Pero ya sin duda también en las regiones más centrales de los I’nntinentes, los elementos de una nueva ola humana más compacta se agrupaban, prestos a barrer este mundo arcaico.

EL COMPLEJO «HOMO SAPIENS»

Una de las grandes sorpresas de la Botánica es ver, en los inicios del Cretáceo, el mundo de las Cicadáceas y de las Conífer bruscamente desplazado e invadido por un bosque de Angiospemas: Plátanos, Encinas…, la mayoría de nuestras esencias modernas reventando, ya realizadas, sobre la flora jurásica en alguna región desconocida del globo. Igual es la perplejidad del antropólogo cuando descubre, sólo separados en las cuevas por un nivel estalagmitas, al Hombre de Le Moustier y al Hombre de cromañon al Hombre de Aurignac. En este caso, ninguna ruptigeológica. Y, no obstante, un rejuvenecimiento fundamenta) dé Humanidad. Obligado por el clima o empujado por la inquietud de su alma, he aquí la brusca invasión, por encima de los Neandertaloides, del Homo sapiens; De dónde venía este hombre nuevo?… Algunos antropólogos quisieran ver en él la culminación de determinadas líneas ya previstas en épocas anteriores, el descendiente directo, por ejemplo, del Sinántropo.

Por razones técnicas definidas, pero más aún por analogías de conjunto, conviene enfocar las cosas de otra manera distinta. Sin duda alguna, el Hombre del Paleolítico superior debió pasar, en alguna parte y a su manera, por una fase prehominiana y después por otra neandertaloide. Pero, semejante en esto a los mamíferos, a los Trituberculados y a todos los demás phyla, parece escapar a nuestra visión en el curso, quizá acelerado, de esta embriogénesis. Imbricación y reemplazamiento, mejor que continuidad y prolongación: la ley de los relevos, dominando también aquí a la Historia. Así, pues, me figuro fácilmente al recién llegado como naciendo de una línea de evolución autónoma, por largo tiempo