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La fiebre en el niño y la fiebre fobia

La fiebre en el niño y la fiebre fobia

Autora principal: Sofía Cebollada Bueno

Vol. XVI; nº 21; 1010

Fever in a child and the fever phobia

Fecha de recepción: 22/09/2021

Fecha de aceptación: 29/10/2021

Incluido en Revista Electrónica de PortalesMedicos.com Volumen XVI. Número 21 –  Primera quincena de Noviembre de 2021 – Página inicial: Vol. XVI; nº 21; 1010

AUTORES:

Sofía Cebollada Bueno (Graduada en enfermería) ¹

Sofía Ibáñez Miranda (Graduada en enfermería) ¹

Alba Puyuelo Mairal (Graduada en enfermería) ¹

Irene Cano Talavera (Graduada en enfermería) ¹

Lorena García Hernández (Diplomada en enfermería) ¹

María Isabel Serrano Vicente (Graduada en enfermería) ¹

Roberto Enríquez Ríos (Graduada en enfermería) ¹

CENTRO DE TRABAJO:   

1 Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa, Zaragoza, España.

DECLARACIÓN DE BUENAS PRÁCTICAS:

Los autores de este manuscrito declaran que:

Todos ellos han participado en su elaboración y no tienen conflictos de intereses
La investigación se ha realizado siguiendo las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionada con la salud con seres humanos elaboradas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas (CIOMS) en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS) https://cioms.ch/publications/product/pautas-eticas-internacionales-para-la-investigacion-relacionada-con-la-salud-con-seres-humanos/
El manuscrito es original y no contiene plagio.
El manuscrito no ha sido publicado en ningún medio y no está en proceso de revisión en otra revista.

Han obtenido los permisos necesarios para las imágenes y gráficos utilizados.
Han preservado las identidades de los pacientes.

RESUMEN

Introducción: Hace más de tres décadas que se introdujo el término fiebre fobia para referirse al miedo injustificado que un elevado porcentaje de padres presentaba cuando sus hijos tenían fiebre. En la actualidad, este fenómeno sigue contemplándose con frecuencia, llegando a ser incluso potenciado por algunos profesionales sanitarios.

Objetivo: Revisar la bibliografía existente para describir la evidencia científica actual disponible sobre los efectos de la fiebre en el niño, las recomendaciones de actuación ante la misma y el fenómeno de la fiebre fobia.

Metodología: Se ha realizado una amplia búsqueda bibliográfica en distintas bases de datos, buscadores y páginas web para actualizar los conocimientos sobre la fiebre en el niño y el fenómeno de la fiebre fobia.

Desarrollo: La fiebre se define como un aumento de la temperatura corporal por encima de los límites establecidos como normales. Si bien es cierto que siempre han existido opiniones discordantes en el tiempo acerca de los efectos que produce la fiebre, son numerosos los mecanismos beneficiosos que esta desencadena, por lo que es importante conocer las recomendaciones vigentes acerca del manejo del niño con fiebre.

Conclusiones: Se debe proporcionar información basada en la evidencia a las familias sobre este cuadro clínico, garantizando así una adecuada educación sanitaria, de tal manera que el cuidado al niño con fiebre que no padece ninguna enfermedad subyacente esté encaminado a promover su confort, un ambiente adecuado y evitar la deshidratación u otras complicaciones.

PALABRAS CLAVE: Pediatría, infancia, niño, fiebre, fiebre fobia, temperatura.

 ABSTRACT

Introduction: More than three decades ago, the term fever phobia was introduced to refer to the unjustified fear that a high percentage of parents presented when their children had a fever. At present, this phenomenon continues to be seen frequently, even being promoted by some health professionals.

Objective: To review the existing bibliography to describe the current scientific evidence available on the effects of fever in children, the recommendations for action against it and the phenomenon of fever phobia.

Methodology: An extensive bibliographic search has been carried out in different databases, search engines and web pages to update the knowledge about fever in children and the phenomenon of fever phobia.

Development: Fever is defined as an increase in body temperature above normal limits. Although it is true that there have always been discordant opinions over time about the effects of fever, there are numerous beneficial mechanisms that this triggers, so it is important to know the current recommendations about the management of children with fever.

Conclusions:  Evidence-based information should be provided to families about this clinical picture, thus guaranteeing adequate health education, in such a way that the care of the child with fever who does not suffer from any underlying disease is aimed at promoting their comfort, an adequate environment and avoid dehydration or other complications.

KEYWORDS: Pediatrics, childhood, child, fever, fever, phobia, temperature.

METODOLOGÍA

Se ha realizado una búsqueda bibliográfica en las bases de Datos Pubmed, Science Direct, Dialnet y Scielo durante el periodo comprendido entre febrero y abril del 2020. Además, se realizó una búsqueda libre en Google Académico para identificar estudios no publicados en esas bases de datos.

La estrategia de búsqueda se basó en la combinación de los términos “Fiebre”, “Pediatría”, “Infancia”, “Niño” y “Temperatura” según el DeCS en español. Así mismo se añadió el término libre “Fiebre fobia”.

Estos términos fueron adaptados a las necesidades específicas de cada base de datos, traduciéndose al inglés cuando fuese conveniente y enlazados mediante el uso del operador boleano “AND”.

A su vez, se consultaron datos e información recogida en las webs oficiales de la “Asociación Española de Pediatría en Atención Primaria” y de la “Asociación Española de Pediatría”.

Se ha acotado temporalmente la búsqueda a los últimos 15 años, no obstante, también se han incluido artículos científicos con un margen temporal mayor por considerarse estos de relevancia. Así mismo, se ha limitado la búsqueda en cuanto al nivel de acceso al texto, completo y gratuito y en cuanto al idioma, seleccionando artículos tanto en inglés como en español.

INTRODUCCIÓN

1980, el pediatra Schmitt introdujo el término «fiebre-fobia» para referirse al miedo injustificado que un elevado porcentaje de padres presentaba cuando sus hijos tenían fiebre, el cual se basaba en conceptos erróneos sobre la misma y, frecuentemente, se asociaba a tratamientos desmedidos con antitérmicos, administrados con el único fin de disminuir la temperatura corporal y evitar posibles complicaciones. 1

Ya entonces se avisaba sobre la necesidad de una correcta transmisión de información a todas las familias, como parte de la atención pediátrica tradicional, para evitar la difusión de este temor y, sin embargo, a pesar que la literatura científica señala la fiebre como un síntoma no perjudicial para los niños, los estudios a nivel mundial continúan demostrando que persiste la fobia hacia ella. 2,3

Además, las investigaciones llevadas a cabo en la actualidad ponen de manifiesto que este fenómeno no solo es perpetuado por los padres de los niños, sino que un elevado porcentaje de profesionales sanitarios siguen transmitiéndolo, generando una gran discordancia entre la evidencia científica disponible y la práctica clínica.1,3,4

Algunas de las repercusiones que esta fobia genera son las sucesivas e inútiles consultas médicas por parte de los padres, las cuales acaban siendo un gran motivo de saturación de los servicios de Pediatría. También destacan la administración de tratamientos antipiréticos intensivos e innecesarios, no exentos de efectos secundarios y los numerosos errores de medicación, así como el elevado porcentaje de padres que despierta a sus hijos en mitad de la noche para controlar la temperatura corporal y prevenir una posible convulsión. 4,5

Los alarmantes datos sobre la cantidad de profesionales de la salud que desconocen las actuales recomendaciones sobre la fiebre en niños, lo que favorece a su vez la persistencia de este miedo infundado en los padres, justifican la realización de esta revisión bibliográfica sobre la fiebre ya que, aunque no se prevea la desaparición a corto plazo de la fiebre-fobia, cualquier solución en este campo pasa por una adecuada educación para la salud a las familias y a los profesionales sanitarios.

La fiebre se define como un aumento de la temperatura corporal por encima de los límites establecidos como normales. Teniendo en cuenta las pautas de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (en adelante AEPap), se objetivaría con una temperatura superior a 38 °C en zona axilar y con una temperatura superior a 38,5 °C en zona rectal o timpánica.6

Este mecanismo del organismo humano supone una defensa natural frente a agresores denominados pirógenos exógenos (endotoxinas bacterianas, agentes infecciosos y complejos antígeno-anticuerpo) a partir de la activación de los pirógenos endógenos, un grupo de proteínas en los monocitos, las células fagocíticas del hígado y otros macrófagos tisulares, conocidas ahora como citoquinas pirógenas. 2, 3, 7,8

En este grupo de proteínas se ha identificado actualmente a la interleukina-1 (IL-1), la interleukina-6 (IL-6), el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) y varios interferones. Una vez sintetizadas, pasan al torrente sanguíneo e interactúan en el hipotálamo anterior con receptores neuronales, produciendo prostaglandina E2 (PGE2) y adenosin monofostato cíclico (AMPc). 2,7, 8

Estos mediadores producen un ajuste del centro hipotalámico de control de la temperatura en un punto más alto. En consecuencia, el centro vasomotor produce vasoconstricción periférica, lo que dirige el flujo sanguíneo a los tejidos profundos, con el objetivo de conservar calor y producir la piloerección. Debido a esta vasoconstricción periférica, el niño puede experimentar frío en la piel y calor en la cabeza y en el cuerpo, hecho que suele alarmar y atemorizar a los padres. 2, 7,8

A nivel neuroendocrino se produce una disminución de la secreción de vasopresina, lo que lleva a la disminución del volumen del líquido extracelular, que debe ser calentado; se producen también cambios en el comportamiento que llevan al individuo a buscar ambientes más cálidos y se producen los escalofríos debido a un aumento de actividad muscular. Estos efectos combinados producen aumento de la temperatura corporal, beneficiando la acción bactericida de los fagocitos, la reducción de la capacidad de replicación de las bacterias y la producción de toxinas. 2

Otros ajustes neuroendocrinos incluyen la disminución del metabolismo de la glucosa, lo que favorece la lipólisis y la proteólisis. Así mismo, la IL-1 provoca un aumento en el número de leucocitos y cambios en la concentración plasmática de diversos marcadores de inflamación en el hígado.  Todos estos efectos combinados contribuyen a mejorar la respuesta del huésped a la invasión microbiana.2

El proceso de detección de la fiebre a menudo puede retrasarse debido a la ausencia de un termómetro e incluso a la falsa creencia de que, únicamente con la percepción del tacto, los padres pueden detectarla. Sin embargo, diversos estudios manifiestan que la palpación es un método subjetivo, poco sensible y específico, así como desaconsejan el uso de cintas de contacto para la toma de la temperatura. 2, 4,9

En cuanto a las recomendaciones actuales para la medición de la temperatura, en el lactante menor de 2 años, la vía rectal con termómetro electrónico sigue siendo la más adecuada. Sin embargo, en el recién nacido se recomienda la vía axilar. 2,10(

De los 2 a los 5 años de edad, la medición rectal sigue estando indicada y es la que se debería recomprobar al resultar elevada la temperatura en caso de una primera evaluación timpánica y axilar .10

La vía oral es considerada pertinente a partir de los 5 años. Para una medición o seguimiento detallado, la vía de referencia es la rectal, aunque esta puede estar contraindicada según el estado del paciente.10

Para lograr una lectura adecuada, el termómetro debe permanecer a nivel rectal entorno a dos minutos, introduciéndolo unos dos centímetros de manera que previamente se haya lubricado; a nivel oral se deja unos tres minutos y a nivel axilar por cuatro minutos.2, 10

En pediatría, la gran mayoría de los niños padecen cuadros febriles, generalmente de corta evolución y sin signos de focalidad, en los que un simple control de los síntomas sería suficiente, siendo la mayoría de los episodios causados por enfermedades virales autolimitadas que pueden durar de 2 a 3 días. 2,6

No obstante, en ocasiones es importante examinar el cuadro para detectar la causa dado que, en determinados casos, finalmente se cumplen los criterios diagnósticos de un cuadro infeccioso específico.

Es relevante destacar que existen situaciones de mayor cuidado, como es el caso de los recién nacidos. Los niños menores de 28 días de vida tienen un mayor riesgo de presentar enfermedades graves, por lo que la presencia de fiebre es una urgencia, y supone la necesidad de valoración médica de inmediato.4

Así mismo, en un niño de 1 a 3 meses, este riesgo disminuye. También se debe realizar una valoración médica pero la evolución puede manejarse en casa, siempre y cuando se mantenga una vigilancia estrecha, ya que en cualquier momento puede existir la necesidad de hospitalización. 4, 11,12

En niños mayores de 3 meses, generalmente se encuentra una causa evidente de la fiebre, la mayoría de las veces infecciosa, con menor riesgo de complicación, por lo que a partir de esta edad se deberá tener en cuenta el estado clínico más que la cifra de temperatura. 4, 11,12

En general, se debe vigilar cualquier signo de empeoramiento clínico y consultar con carácter urgente en caso de que el niño presente alguna reacción, como pueden ser manchas en la piel,  que no cesan al estirar la piel de alrededor, abatimiento o llanto desmedido y muy difícil de calmar, rigidez en el cuello, convulsiones o vómitos y diarrea persistente, pérdida del conocimiento o disnea. 2,13

Independientemente de su origen, la fiebre tiene un gran impacto sobre el consumo de recursos sanitarios en los Servicios de Pediatría tanto en Atención Primaria como en Atención Especializada.6

Así, los episodios de fiebre que se producen de manera aguda suponen entre un 10% y un 20% de las visitas a las consultas pediátricas, sin apenas haber diferencias significativas en relación al sexo ni a la condición económica ni social familiar.

Estos episodios suelen aparecer con mayor asiduidad en niños de entre 3 y 36 meses, con una media de entre 4 y 6 episodios por año. De igual manera, esta cifra de episodios febriles se incrementa en niños que asisten a guardería y en sobre todo en los meses de invierno.14

Sin embargo, la mayoría de las consultas por fiebre se deben a la confusión acerca del significado de la misma, lo que produce angustia por los posibles daños que pueda generarle al niño. Entre estas creencias destacan la posibilidad de producirse un daño cerebral, crisis convulsivas y hasta la muerte, generando una desesperación por tratar la fiebre, más que a su verdadera causa.2

Este temor a la fiebre fue descrito en 1980 por el pediatra Barton D. Schmitt con el término fiebre-fobia, refiriéndose a los errores conceptuales de los cuidadores respecto a lo que se entiende por fiebre y el uso inadecuado de medidas para mitigarla. En su estudio destacaba que, la excesiva preocupación de muchos padres por la fiebre era injustificada y por ello, recalcaba la necesidad de una adecuada educación sanitaria en las consultas. 6,15

En la actualidad, este temor no ha desaparecido. Numerosos estudios siguen reflejando los elevados porcentajes de actitudes erróneas acerca de la fiebre que tienen las familias de los niños que presentan esta reacción natural.

Así, cabe destacar estudios recientes como el llevado a cabo por Pérez Polo et al.6, el 45,2% de los padres encuestados consideraban que la fiebre era mala para la salud. Por otro lado, el estudio multicéntrico llevado a cabo por Pérez-Conesa et al.16 muestra como únicamente el 69,8% de los padres lleva a cabo un correcto manejo de la fiebre.

Además, diversos estudios no solo ponen de manifiesto que la fiebre-fobia está instaurada en la población general, sino que los propios profesionales sanitarios desconocen ciertas recomendaciones y en consecuencia, actúan perpetuando este miedo injustificado, ya que sus concepciones equivocadas pueden llegar a enviar a su vez mensajes equivocados a los padres acerca de los daños potenciales de la fiebre.14,17

Esto puede reflejarse en el estudio de Piñeiro Pérez et al.1, dónde un 50% del personal sanitario encuestado recomienda tratar la fiebre con algún tipo medicación antipirética, aunque los niños se encuentren aparentemente bien. Otro dato alarmante en este estudio es el elevado porcentaje de profesionales sanitarios (86%) que sigue recomendando medidas físicas a pesar de estar claramente desaconsejadas en el decálogo de la fiebre de la AEPap.

Esta fobia desencadena numerosas consecuencias, los médicos se ven abrumados por las llamadas o las consultas innecesarias y con frecuencia, los niños son despertados innecesariamente para la medición de temperatura, administración de antipiréticos a dosis incorrectas por sus padres, que tratan de disminuir la temperatura de sus hijos a toda costa. 13,14

Este fenómeno debería de cambiar, ya que, si bien es cierto que siempre han existido opiniones discordantes en el tiempo acerca de los efectos beneficiosos y perjudiciales que produce la fiebre, son numerosos los mecanismos que esta desencadena, como pueden ser la reducción de la producción de toxinas, la multiplicación bacteriana, la mejora de los mecanismos de respuesta inflamatoria y una potenciación de la acción de los antibióticos, entre otros. 18,19

Sobre los efectos perjudiciales de la misma, cabe destacar que no es peligrosa en sí misma en rangos usuales. El asunto cambia cuando el niño padece una patología de fondo, en la cual la fiebre produce un aumento del consumo calórico, la frecuencia cardiaca o la respiratoria, como pueden ser los trastornos cardiovasculares o respiratorios graves e incluso afecciones del sistema nervioso o trastornos psíquicos severos. 4,20

En cuanto a la fiebre superior a 40,5ºC puede relacionarse en ciertos casos con un riesgo mayor de bacteriemia oculta o de infección bacteriana grave, como meningitis, neumonía o septicemia. Sin embargo, no se ha probado que la fiebre inferior a 42ºC cause daño neurológico. Este daño cerebral se da en un número escaso de niños y no se ha evidenciado ninguna relación con la magnitud ni duración de la misma.4, 19

Uno de los miedos más destacados entre los padres son las convulsiones febriles. Este fenómeno tiene una prevalencia de entre el 2-5% de los niños con fiebre, estando asociada a una predisposición individual y no al grado de la temperatura febril, por lo está demostrado que el uso de medidas enérgicas para bajar la fiebre no disminuye la incidencia de las mismas. 18,19

En cuanto al abordaje terapéutico es necesario destacar, una vez más, que un estado febril en ausencia de otra patología no es dañino para el organismo ya que por lo general suele ser bien tolerado y carece de consecuencias a largo plazo. Además, debe tenerse en cuenta que el tratamiento anticipado de la misma puede encubrir los síntomas típicos del desarrollo de la enfermedad, retrasar el diagnóstico y el tratamiento etiológico. Por lo tanto, el tratamiento está indicado cuando esta supone un riesgo potencial para el niño, produce malestar, incremente en abundancia su pérdida hidroelectrolítica o aumente el trabajo cardiorespiratorio, se trate de temperaturas elevadas o simplemente cuando los beneficios superan a los riesgos del tratamiento. 2, 17, 18,19

Lo más recomendado para el manejo de la fiebre en el niño es la vigilancia de la diuresis, así como el aumento de la ingesta de líquidos para evitar la deshidratación, ya que se produce un aumento de las perdidas sensibles de estos. Además, es primordial mantener el ambiente con una temperatura adecuada, vestirlo con ropa ligera y vigilar su actividad general.2, 19

En cuanto a la administración de antitérmicos, los fármacos que se suelen emplear son relativamente seguros, pero no están exentos de efectos secundarios y constituyen así la primera causa de intoxicación accidental en la infancia, por lo que no debe considerarse la supresión de la fiebre como una práctica rutinaria. 21

Estos fármacos actúan de tal forma que suprimen la respuesta febril a través de la inhibición de la síntesis de prostaglandinas, e interfiriendo en su acción sobre el hipotálamo; no obstante, algunos de ellos poseen otros efectos añadidos, es decir pueden ser además analgésicos y antiinflamatorios.5

El ibuprofeno se erige como el antitérmico de elección en el tratamiento de la fiebre en los niños, exceptuando en los menores de un año.  Al comparar la eficacia entre este y el paracetamol, la mayoría de los estudios obtienen resultados similares, exceptuando en mayores de 5 años, en los que el ibuprofeno registra mayor eficacia. 5

Con frecuencia, los padres hacen un uso inadecuado de esta medicación, más a menudo por defecto de dosis que por exceso, siendo esta incorrecta dosificación más asidua en menores de un año que en otras edades. Además, la práctica de alternar paracetamol e ibuprofeno está muy generalizada entre los padres, con la falsa creencia de que disminuyendo el tiempo de toma entre dos dosis de antitérmicos se puede llegar a conseguir un efecto antitérmico más intenso y persistente. Sin embargo, no existe evidencia de ello y, por el contrario, ambos comparten vías de metabolismo y excreción, lo que potencia las posibilidades de toxicidad. Este planteamiento también favorece los errores de dosificación, facilitando los accidentes tóxicos, por lo que no debe recomendarse. 17

No se debería recomendar el uso de antitérmicos tras la vacunación para prevenir las reacciones febriles o locales. Tampoco es necesario despertar al niño para administrarle una dosis de antipirético en la madrugada, a menos que el sueño se interrumpa por la misma incomodidad que la fiebre le genere, por lo que, si el niño duerme tranquilo, aunque tenga una cifra de temperatura elevada, es mejor dejarlo dormir y seguir pendiente de su estado general. Además, los antitérmicos no han demostrado la capacidad para prevenir la aparición de las convulsiones febriles. 1, 4, 13,17

Es por todo ello que el conocimiento de los posibles efectos, tanto terapéuticos como adversos, que tienen estos fármacos es una parte fundamental del uso racional de los mismos. 3

Por otro lado, el uso de medios físicos para ayudar a disminuir la fiebre es otra de las prácticas que aumenta el temor de los padres sobre los efectos peligrosos que puede tener la misma. El uso de estos, entre los que frecuentemente se citan compresas y baños con agua tibia o fría, ventilación y toallas frescas es otro de los tratamientos controvertidos para regular la temperatura corporal. 1, 2,17

Existen estudios que demuestran que los baños con agua fría podrían incluso incrementar la temperatura central, debido a la vasoconstricción cutánea secundaria, por lo que están formalmente contraindicados. Sobre el baño con agua templada asociado a antitérmicos, si bien es cierto que pueden contribuir a la reducción de la temperatura, este efecto es transitorio y frecuentemente se asocia a un malestar y disconfort posterior. La AEPap desaconseja totalmente el uso de paños húmedos, duchas o baños como medios para disminuir la temperatura del niño. 1,13

Asímismo, la aplicación de alcohol en la piel del niño está contraindicada debido al riesgo de absorción percutánea e inhalación y los efectos adversos derivados de esta. 2,14

A pesar de que la mayoría de estas recomendaciones vigentes las cuales están encaminadas a ayudar a los procesos fisiológicos normales del cuerpo, a proporcionar comodidad y a evitar complicaciones son numerosas y cuentan con alta evidencia científica, el fenómeno de la fiebre-fobia sigue existiendo casi tres décadas después de la emergencia de este término.

Esta percepción es en parte responsabilidad del personal de salud, debido, en primera instancia, a no proporcionar información y explicar con claridad a los padres qué es la fiebre y sus principios, dando por supuesto que estos tienen los conocimientos y saben cómo actuar ante este síntoma. Además, otros tienden a mostrar urgencia por controlarla, así como indicar a los padres que no deben permitirse cifras muy superiores al mismo tiempo que les recomiendan no preocuparse por la misma, sin ningún otro tipo de explicación, generando dudas y contradicciones. 6

No obstante, existen estudios, como los de Polat et al.22, Monsma et al. 23 y el de Fieldston et al. 24, en los que se demuestran cómo los padres con acceso a fuentes de información sobre la fiebre y su posterior manejo, influyeron de manera efectiva en sus conocimientos, creencias y prácticas, así como en la reducción de sus preocupaciones, el uso de los servicios de salud y de fármacos antipiréticos. Estos autores detallan, además, cómo los conocimientos basados en la evidencia científica por parte del personal de enfermería mejoraron tanto la cantidad como la calidad de las asesorías a los padres de los niños febriles. 3

CONCLUSIONES

La fiebre es uno de los síntomas más comunes en el periodo de la infancia y supone un mecanismo adaptativo de origen natural que puede indicar que el sistema inmune está funcionando correctamente y que, a su vez, está proporcionando una protección futura contra infecciones similares.

Sin embargo, lejos de considerarse como tal, esta reacción genera con frecuencia un miedo injustificado entre los padres, llegando a ser es uno de los principales motivos de consulta y hospitalización de los niños, por lo que el fenómeno de la fiebre-fobia parece permanecer aún después de más de tres décadas.

Además, este miedo llega a ser perpetuado por el propio profesional sanitario, por lo que examinar el concepto de la fiebre-fobia en el cuidado del niño con fiebre puede llegar a servir para replantearse las prácticas de cuidado más frecuentes e identificar los efectos perjudiciales de las mismas, como pueden ser el uso rutinario y desmedido de los antipiréticos y las medidas físicas.

Para finalizar, se debe proporcionar información basada en la evidencia a las familias sobre este cuadro clínico, garantizando así una adecuada educación sanitaria, de tal manera que el cuidado al niño con fiebre que no padece ninguna enfermedad subyacente esté encaminado a promover su confort, un ambiente adecuado y evitar la deshidratación u otras complicaciones.

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