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Consideraciones demográficas y bioéticas sobre el envejecimiento en Cuba

fuesen hombres mayores. Representaban la sabiduría, el archivo histórico de la comunidad. De ello dan fe las culturas precolombinas, en ellas el anciano resume la sabiduría de la vida, y como tal era objeto especial de respeto y consideración, igual estatus ostentaba el behique de nuestros grupos poblacionales más antiguos.

La Grecia antigua realizó el vínculo entre las civilizaciones de la ancestral Asia y la Europa salvaje. Considerada por muchos cuna de la civilización occidental, nos dio en herencia nuestra concepción del mundo. Desde Homero, se puede advertir el horizonte cultural de la excelencia (areté), una exaltación al heroísmo y a la plenitud (akmé). Sus héroes son semidioses, superlativos (aristos). En la percepción naturalista del mundo el hombre era parte del Kósmos, la naturaleza, debía coexistir en armonía con ella, lo que implicaba estar fuerte (andreía) y saludable, así su sentido de la perfección y la armonía le hace rendir culto al joven, sano y bello, la vejez es la edad del phatos, es desorden, así el viejo es emplazado a una situación desfavorecida. No nos extraña que en algunas ciudades griegas, impedidos y ancianos fueran lanzados por acantilados o condenados a morir de diversas formas.

Otra gran fuente cultural de nuestra civilización occidental proviene de la tradición hebreo-cristiana. En ella el anciano ocupó un lugar relativamente importante basado en la dignidad que se le otorgaba en la Torá. Los romanos, por su parte, construyeron un mundo desprejuiciado y tolerante, donde se luchaba por el poder, pero no se segregaba por raza, religión o ideología. Se admiraba lo admirable y mantuvieron la dignidad de los ancianos; criticaron a los individuos, no así a un período de la vida. El medioevo, es la época de la brutalidad y del predominio de la fuerza. En semejante ámbito cultural, no es difícil imaginar el destino de los débiles, lugar que les corresponde a los viejos.

El arquetipo humano del Renacimiento lo personificaron los cortesanos y los humanistas. Ambos rechazaron a los viejos, pues representaban todo aquello que quisieron suprimir. Este movimiento cultural que aupaba a la bisoña clase burguesa, restituía al hombre en su posibilidad, en su poder, y abre el camino a la modernidad y a la mirada occidental que se impondría de manera dominante al mundo entero hasta nuestros días, en que las nuevas condiciones de vida creadas por la tecnociencia no sólo ha envejecido a los pueblos, sino que ahora el grupo etáreo de mayor velocidad de crecimiento entre las sociedades democráticas neotecnológicas lo constituye la población sobre los 85 años.

En la cultura de la Modernidad occidental que ha permeado los últimos siglos, la vejez es asumida como un proceso de “desvalimiento” en tanto obsolescencia individual y social; a medida que se envejece se espera cambien las obligaciones, los papeles y las expectativas. El ascendiente de que se goza se modifica o se pierde. Las limitaciones físicas e intelectuales hacen sentir su peso. Al cifrarlo todo en los rendimientos perceptibles de la vida laboral y de la contribución al bienestar social, el envejecimiento puede ser terrible para muchas personas que lo ven acercarse con temor e incertidumbre.

La ponderación valórica del envejecimiento, se refleja en distintas actitudes frente a los ancianos, a quienes se dice querer, mas no se les respeta aún en las sociedades con estructuras familiares más cohesionadas, pues la vejez la asocian a una pérdida de aprecio, una pérdida de valor, de precio de los viejos. Muchos ancianos experimentan y sufren los efectos de ese proceso de pérdida de precio/valor. Tal vez por eso la cultura moderna celebra la muerte súbita como preferible.

Al mismo tiempo, el desarrollo de las nuevas tecnologías, el cambio en las condiciones de vida, hace que muchas personas vivan más, llegan a edad avanzada con más conocimiento y viven al mismo tiempo en las familias varias generaciones, ello reclama de la sociedad y los servicios nuevos cambios y demandas, entre ellas:

–         La exigencia social por mayores grados de autonomía, un trato digno, un papel más preponderante en la relación médico/paciente, mayor injerencia y presencia en los diagnósticos, los tratamientos y, crucialmente, aprender a vivir la muerte.

–         El desafío de la convivencia y las relaciones interpersonales entre distintas generaciones que conviven juntas, plantea a la sociedad la opción de pensar y consolidar más fórmulas de equidad intrageneracional.

–         La importancia de cumplir con las expectativas creadas por las políticas sociales que de no lograrse pueden generar un proceso de frustración mayor y una sensación de desvalidez frente a la sociedad en la que viven, desconfianza frente al gobierno y una inserción social aún más precaria.

–         Tratar de encontrar alternativas razonables en las relaciones entre los ancianos y sus cuidadores, que le permitan al asistido, en este caso el anciano, elegir lo que él prefiera siempre que sea posible, y preservar su autonomía y dignidad como persona, para ello tendrán que crearse por el estado aún más condiciones y facilidades para garantizar su valimiento, y que sean menos demandantes de paternalismo.

Lo anterior evidencia que son varios los desafíos que plantea la problemática a las políticas, y cómo entra con todo derecho dentro del campo de reflexión de la Bioética en cualquiera de las vertientes y escuelas en que esta joven “disciplina” se desarrolla; dar nuevos sentidos a la vida en la vejez y contribuir a desarrollar una “medicina sostenible”, es uno de ellos: una medicina que, sin renunciar a sus posibilidades de progreso, ofrezca equidad de acceso y verosimilitud de promesa para sus practicantes y sus enfermos-usuarios. Que sea realista en sus aspiraciones y mesurada en sus logros. Que fundada en el humanismo ancestral que la caracteriza, potencie la solidaridad entre las personas, permita a éstas expresar sus demandas y ofrezca servicios acordes con ellas. En el ámbito de la educación bioética, reforzar en la enseñanza de pre y post grado –como se ha hecho con los cuidados paliativos y la temática de la muerte y del morir– la reflexión sobre los ejes en torno a los cuales se construye la relación entre ética y envejecimiento.

También, instaurar y asumir, el desarrollo de una creciente lucidez crítica sobre las dinámicas presentes en el mundo actual en todas las profesiones y especialmente las vinculadas con la salud. En ello se inserta la reflexión y acción de la Bioética que examina, critica, devela e intenta corregir las formas y maneras como el ser humano vive en las sociedades actuales, cualquiera sean las especificidades, grandezas o dificultades, desde la Bioética biomédica que nos ofrece los instrumentos para un accionar de mayor excelencia para interactuar con los