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Modo de afrontar la salud y la enfermedad en la mujer durante la Edad Media

  • una nueva medicina basada en la nueva filosofía natural aristotélica.

También tienen muchísima importancia en el saber medico, la creación de las Universidades Europeas, promovidas por la iglesia, y los poderosos. De esta salen el verdadero fundamento de la medicina Medieval «Speculum medicinae” así, la mujer (mulier) recibe su nombre de la blandura (millities).

A finales del siglo XIII la disección de cadáveres humanos en las Universidades no logrará demostrar la falsedad de determinados prejuicios en relación a la mujer, pese a ser un importante elemento del estudio anatómico.

Existe igualmente dificultad no sólo para nombrar los órganos femeninos, también para describirlos.

En el siglo XIV ya aparecen textos en que se da protagonismo a los cirujanos frente a las enfermedades de las mujeres, ya podemos encontrar un elenco de patologías femeninas de las que se establecieron factores etiológicos, signos, síntomas y tratamientos médicos y quirúrgicos. Todo esto arranca en la Escuela de Toledo, dónde van a confluir, cuando no chocar, saberes árabes, cristianos y judíos. Posteriormente se va a trasladar a las Universidades, Paris, Bolonia, Salamanca, etc. van a ser los lugares dónde los hombres, exclusivamente puedan estudiar las enfermedades, sus síntomas y sus remedios, con las salvedades naturales de la época dónde a un enfermo de psorasis se le condenaba durante todo su vida a una leprosería.

Todo ello a pesar que la salud femenina no pudo ser estudiada ya que no estaba permitido tocar el cuerpo de una mujer, sólo contaban con la entrevista clínica y el examen de la orina y el pulso, por lo que se utilizaba el cuerpo de una cerda para plantear teorías. Así la Universidad no necesitó demostrar que dos órganos están unidos anatómicamente y especulaban que la relación sexual estaba relacionada con la sofocación histérica cuyos síntomas eran vértigos, dolor de cabeza y ataques. La menstruación femenina va a ser el método para depurar la sangre, para expulsar los residuos y alternativamente para alimentar el feto durante el embarazo y la lactancia.

La mujer, por tanto, en esta época va a ser mala por naturaleza y sus diferencias con los varones estarán cargadas de negatividad

El interés de los médicos por la salud femenina ya provoca en este momento la diferenciación entre obstetricia y ginecología y es ahora cuando aparece un fenómeno progresivo e irreversible: la pérdida de independencia de las comadres y su transformación en auxiliares del médico.

Muchos se apoyaron en la magia como manera de curación, de modo que encontramos referencias a la saliva, la sangre menstrual, la orina, las heces y la leche materna, como elementos de curación. Por ejemplo, la leche de la mujer que había dado a luz, preferentemente a un varón, combatía las fiebres prolongadas, los ojos enrojecidos o inflamados, las dolencias auditivas, la gota, las afecciones pulmonares y la amenorrea.

La consideración que se tenía de la mujer se hace patente en la siguiente situación: la mujer no se contagiaba al tener relaciones sexuales con un leproso, a menos que las mantuviera reiterativamente. En cambio, el hombre que realizaba el coito con una mujer leprosa o que se había acostado previamente con un leproso, podía quedar contagiado con una única relación sexual. Esta creencia se extendió de tal manera que alcanzó a la producción literaria, tanto oral como escrita. Esta inmunidad femenina no es real, obviamente, pues tiene una explicación científica y social. La mujer medieval era tan tendente como el hombre a resultar afectada por este tipo de enfermedades. Pero la morfología femenina encubría con más facilidad cualquier síntoma primario. La mayoría de éstos se situaban en la pared posterior de la vagina, en los labios menores o en la comisura posterior de los mayores, pudiendo pasar desapercibidos para el hombre. Por otra parte, las mujeres que se veían afectadas por algún tipo de infección, trataban de ocultársela a su compañero. Y tampoco se atrevían, en la mayoría de los casos, a mostrar sus síntomas a los especialistas.

Como las mujeres son por naturaleza más frágiles que los hombres, están también más frecuentemente sujetas a indisposiciones especialmente en los órganos empeñados en los deberes queridos por la naturaleza. Como tales órganos están colocados en partes íntimas, las mujeres, por pudor y por innata reserva, no se atreven a revelar al médico hombre los sufrimientos procurados por estas indisposiciones.

También se utilizaban para la curación determinadas hierbas como la Belladona, excrementos de animales, que había que dejar secar y luego beber mezclados con miel etc.

Las mujeres cuando tenían enfermedades íntimas consideraban mas adecuado ser tratadas por una persona de su propio sexo que por un hombre.

Otro punto a destacar en la edad media era el Dolor, para ellos mitigar el dolor era ir contra la voluntad divina, el cristianismo consideraron que la ayuda al doliente era una obligación moral, aunque esto luego se quedaba solo en teoría ya que al enfermo se le trataba como un apestado este es el caso de los leprosos, a los que se vestía diferentes y vivían apartados de la sociedad.

 En cuanto a la tarea diagnóstica del médico medieval tenía dos metas conexas entre sí: diagnóstico de la enfermedad, y el diagnóstico de la particular manera de enfermar del individuo tratado.

Se cometieron múltiples errores diagnósticos como consecuencia del proceso de aprendizaje de esta tarea. Pero desde centrado en la mujer destacamos, el caso de Jacoba Félicié. Según advertimos en las fuentes, el 11 de agosto de 1322, el procurador del decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, acusó a esta mujer de practicar ilegalmente la medicina en París y sus alrededores. Tenía fama de ser más sabia que cualquier maestro médico o cirujano que hubiera en París. Observaba al enfermo, analizaba la orina y tomaba el pulso, forma de actuación reconocida como herramienta diagnóstica y pronostica de un modelo de interpretación de la enfermedad basado en el galenismo. Atendía a pacientes de ambos sexos y una gran variedad de enfermedades: fiebre, gota, impotencia, afecciones de la cabeza, de los oídos, de los órganos sexuales femeninos, etc. Respecto a esto último, apuntaba la conveniencia de que fuera una mujer la que tratara las dolencias que afectaban a estas partes tan íntimas.

En cuanto a los procedimientos terapéuticos que utilizaba para la curación, iban desde la ingesta de purgantes o jarabes, hasta artilugios para potenciar la sudoración. Incidentes como el de Jacoba Félicié nos revelan que existía una práctica médica femenina al lado de la universitaria. Y es que en los temas relacionados con la salud y la enfermedad