Se avanzó en la teoría del desplazamiento uterino con los estudios de Willis basándose en las autopsias realizadas a mujeres que habían sufrido los síntomas del furor uterino, Willis negaba la teoría del desplazamiento del útero, considerando que la enfermedad era de origen desconocido. Thomas Sydenham corroboraba la teoría de Willis y consideraba que era un desajuste entre la mente y el cuerpo lo que provocaba los trastornos.
La mujer embarazada era también considerada una enferma, pues se transforma en una especie de tercer sexo, un nuevo ser, presa de una fisiología desordenada.
Si nos situamos en el siglo XVIII se produce una transformación de la mentalidad, se pasa de considerar a la mujer como una versión inferior del hombre en un único eje vertical del sexo, a considerarla como una ser absolutamente diferente, existe el sexo masculino y femenino, tal como lo concebimos actualmente, ya que el pensamiento ilustrado desplaza la interpretación religiosa para sustituirla por la racional y natural.
De la época victoriana, vamos a destacar algunas ideas que fueron apareciendo en este periodo. Por ejemplo Spurzheim partía del supuesto de que existía una diferencia natural en la disposición mental de hombres y mujeres que la educación no podía modificar. Las mujeres tenían menos vigor intelectual y menos capacidad de reflexión, no pudiendo extender su capacidad de razonamiento más allá del mundo visible. Otro caso es el de los etnólogos que se basaban en el estudio de la cultura y el lenguaje, los antropólogos físicos, en el estudio de las características físicas: lo importante era determinar las diferencias anatómicas entre las diversas razas, tratando de encontrar la justificación científica de la desigualdad entre los seres humanos. Con esta mentalidad, James Hunt creó la Sociedad Antropológica de Londres. Los miembros de la dicha Sociedad Antropológica pretendían demostrar científicamente la inferioridad de ciertos grupos humanos, entre ellos las mujeres, basada en sus características fisiológicas naturales y no en la cultura, la educación, el ambiente, etc.
Distintos autores insistieron en demostrar mediante la craneología la afinidad entre niños, mujeres y pueblos primitivos, probando así su inferioridad. Así destacamos aportaciones de Broca que centró gran parte de su trabajo en la diferenciación de sexos, y tanto él como otros científicos seguidores de la craneología coincidían en una manifestación unánime: los cerebros de los hombres eran aproximadamente un diez por ciento, como media, más grandes y más pesados que los de las mujeres.
El psicólogo darwinista George Romanes, autor del libro Mental Evolution in Man, publicado en 1889, afirmaba la inferioridad intelectual de la mujer y otro caso es el de Romanes que llegó a considerar la diferencia mental entre los animales de ambos sexos tan fundamental que creía podía hablarse de especies psicológicas distintas.
Una crítica importante a la craneología vino de la mano de Karl Pearson y sus alumnas del University College de Londres, Alice Lee y Marie Lewnz, llegaron a la conclusión de que no existía tal correlación, por tanto, se deducía, que si no se podían extraer correlaciones individuales, las comparaciones raciales y sexuales no tenían significado alguno. De manera que los diferentes estudios de Pearson y sus alumnas llevaron al abandono, en los primeros años del siglo XX, de la idea de que se podía relacionar la capacidad mental con la forma o tamaño del cerebro y el cráneo.
Con el evolucionismo Darwin mantenía la diferencia de rasgos psicológicos entre hombres y mujeres, atribuyendo a éstas mayor ternura y generosidad, y afirmaba rotundamente que el hombre conseguía mejores resultados en toda tarea que exigiese pensamiento, raciocinio, imaginación o simplemente el uso de los sentidos y de la habilidad manual.
La teoría de la selección sexual fue atacada fundamentalmente por los socio-biólogos escoceses Patrick Geddes y J. Arthur Thompson, en su obra Evolution of Sex. Los seres masculinos y femeninos poseen una constitución radicalmente distinta, a partir de su metabolismo, que la educación o el ambiente no pueden variar.
Geddes y Thompson afirman la radical diferencia de hombres y mujeres y el gran daño social que supondría el acceso de éstas al ámbito laboral, pero no insisten en la inferioridad, sino en la diferencia y la complementariedad. Propugnan algunas medidas para un futuro mundo utópico que resultan innovadoras en su época: dedicación de cada ser humano, hombre o mujer, desde su esfera específica, a su pareja y sus descendientes; reducción de la natalidad, utilizando métodos anticonceptivos si fuera necesario, si bien se aconseja sobre todo la castidad; una nueva ética de los sexos, o reajuste de cómo ambos se consideran y se tratan en todas las áreas de la vida; un aumento de la educación de las mujeres sin entrar jamás en competencia económica con los hombres.
En el siglo XIX, autores como Edward Clarke, profesor de Harvard, defendía la imposibilidad de que el organismo realizara bien dos funciones distintas, otro ejemplo es Harry Campbell, deducían que la mujer tenía más fuerza nerviosa, lo que la hacía más inestable, en general, y más propensa a sufrir trastornos mentales, otro autor Henry Maudsley creía que la función natural de la mujer era la maternidad, que consideraba inferior al noble oficio de hacer nacer ideas.
En 1877, uno de los más famosos cirujanos británicos, Lawson Tait, apoyó los argumentos de Clarke y Maudsley, defendiendo la tesis del tratamiento de las mujeres menstruantes como inválidas. Pero los argumentos de Clarke y Maudsley fueron rebatidos por numerosas mujeres feministas, profesionales de la educación y la medicina, así en 1881, Emily y Augusta Pope, doctoras graduadas en el New England Female Medical College, y Emma Coll, una de las primeras alumnas de la University of Michigan Medical School, publicaron los resultados de una encuesta aplicada a 430 mujeres doctoras, que habían realizado bajo el patrocinio de la American Social Science Association. la encuesta mostraba que estas mujeres, que habían realizado estudios superiores y ejercían la profesión médica, gozaban de mejor estado de salud que la media de la población femenina, echando por tierra las absurdas teorías mantenidas en etapas anteriores.
La ginecología nació por Joannes Petrus Lotichius (1598-1669) publicó un tratado sobre la naturaleza de la mujer, bajo el título de Gynaicologia. Es interesante señalar que este autor negaba la doctrina de la inferioridad femenina, afirmando, por el contrario, que la mujer era físicamente perfecta. El término Gynaecologia, apareció por vez primera como título de un tratado médico legal sobre la sexualidad femenina, publicado en 1730 por el doctor de Dresden, Martin Schurig, que incluía temas tales como la ninfomanía, la