facilitan la incorporación del sujeto a la realidad y a la cultura. Esta situación es lo que constituye el complejo de Edipo que conduce a una modificación identificatoria que resolvería la ambivalencia de la imago del doble en la que deriva el complejo de intrusión.
El mundo humano es un mundo de experiencias, por cierto, pero también, de proyecciones imaginarias ancladas en la constitución de lo nuestro. Es en él donde la agresividad encuentra su parte, y no como, mera actuación o efecto de una suerte de natural instinto de muerte. La ambivalencia y la agresividad no pueden pensarse sino como efectos de nuestra propia constitución yoica y subjetiva (12).
Partiendo de ese supuesto, la agresividad, adquirida desde la dialéctica con el semejante, deviene propia a los sujetos, y halla en la estructura formal del yo su causa e imposibilidad de superación total. Tiene que ver con una subjetividad que no se constituye como mera reacción a lo externo, sino, que proyecta sobre el otro sus propias producciones (12). Ibíd., p.15
De manera análoga la violencia del otro, no sería entonces sólo la posibilidad de la irrupción de lo externo, y la desconfianza frente a su circulación en calidad de desconocido no se sustentaría en su potencial de actuar sobre nosotros desde dicha posición: el problema sería que el otro en nosotros ya actuó, y la violencia tuvo su parte en ello (12). Ibíd., p.16
Desde este punto de vista lacaniano la violencia se escenifica como un fenómeno complejo, donde lo “real” de los hechos se entreteje con las proyecciones de imágenes, miedos, que en su trayecto revelan más de lo que probablemente podríamos sostener desde la vigilancia de nuestras conciencias, puesto que es cuando el homo demens somete al homo sapiens subordinando la inteligencia racional al servicio de sus monstruos.
Desde la perspectiva de Fromm 9 la violencia es la pasión de tener poder absoluto e irrestricto sobre un ser vivo, ya sea niño, hombre, mujer o animal. El poder absoluto lo ejerce al obligar a alguien a aguantar dolor o humillación sin que se pueda defender, por consiguiente, ese ser vivo pasa a ser la cosa de quien ejerce la violencia, y a su vez, él se convierte en Dios del otro ser.
Es por ello que el ser humano busca apoderarse de la libertad del otro, para reducirla a “ser libertad sometida a la mía” según lo expresado por Sartre (16), mostrando el sadismo del humano como un esfuerzo por encarnar al prójimo por la violencia y esa encarnación a la fuerza, debe ser ya apropiación y utilización del otro. En tal sentido, el carácter sádico manifestado en la violencia, demuestra que lo que es vivo puede ser controlado, de manera que al ser esos objetos vivos convertidos en cosas, son objetos de control vivos que deben tener la sensación de estar dominados por el violento.
En los distintos niveles donde se presenta el fenómeno de la violencia, tales como, la familia, la comunidad, el país, se encuentran, por un lado, el ejercicio de la fuerza, la dominación, la impunidad, la arbitrariedad y, del otro, la presencia de la debilidad, el sometimiento, la marginalidad, el temor, la indefensión o la desesperación o la rebeldía (16).
De lo antes expuesto, se puede determinar la presencia de la fuerza y el poder en el acto violento. Es importante destacar que Sartre afirmaba sobre la violencia, que un hombre se siente más hombre cuando se impone a sí mismo y convierte a otros en instrumento de su voluntad, lo que le proporciona “incomparable placer”. En base a lo anteriormente señalado, en esta definición de Sartre sobre la violencia se resalta su relación con el poder, pues para algunos pensadores la violencia es una forma del ejercicio del poder (17).
En la ocurrencia del fenómeno de la violencia se expone claramente que existe un yo relacionado con un otro en condiciones desiguales, pero que la existencia de uno, sólo es posible en la presencia del otro. En este mismo orden de ideas, Hegel le da a la alteridad significado dialéctico cuando plantea que el otro no se trata de un no-ser abstracto en general, sino un no-ser (yo) que es. No se trata de lo otro como alguna cosa (no-ser) sino de un no ser que es (18). De acuerdo a lo antes expresado, sin el otro no existe el sí mismo, pues el yo solo aparece cuando tiene al otro ante sí.
Es de hacer notar que en la violencia hay una relación con el mundo y con el prójimo, pero existe un vínculo donde nada vale. En la violencia el ser violento implica que lo otro, sea un objeto de la realidad o un sujeto, no tiene ningún valor para mí. De allí que, lo pueda destruir, eliminar, a menos que la violencia del otro me detenga. Puedo destruir el objeto, pero contar con la existencia previa de ese objeto; puedo someter al otro pero ese otro debe tener voluntad para evitar ser sometido y debe tener conciencia para aceptar mi sometimiento (19).
En palabras de Sartre la violencia reclama “su derecho” a la violencia, considerando a todos los demás como no esenciales (15). Sin embargo, la violencia es puro derecho y exigencia, el otro se vuelve esencial porque debe reconocer mi violencia como legítima y justificada. La violencia solo puede hacerse reconocer por medio de la violencia y es ejercida sobre el otro para hacerle reconocer lo bien fundado de la violencia. Existe una relación asimétrica donde el violento le pide a la víctima que ejerza su libertad, pero solo para serle negada.
Es lógico suponer que la existencia del otro aparece como una certeza previa de todo razonamiento de acuerdo al pensamiento expresado por Hegel, pues sólo en la relación con el otro se forma la conciencia de sí. Así, el yo para tener conciencia necesita del reconocimiento del otro y enfrentarse a él. La autoconciencia supone el retorno al yo a partir del otro; en esta