violencia que equipara los hombres a las bestias. Este árido lugar está surcado por el Flegelonte un río infernal que contiene sangre hirviente y en el cual bullen las almas de los que ejercieron la violencia dañando a los demás.
Este séptimo círculo a su vez, dispone de tres cercos o giros, en el primero están sumergidos aquellos que realizaron violencia hacia el prójimo en el río de sangre hirviente, que simboliza la sangre del prójimo derramada en vida; y donde son heridos por las flechas de los centauros si tratan de salir a flote. En el segundo están los violentos contra sí mismos que están convertidos en árboles por haber querido renunciar voluntariamente a su naturaleza humana, la cual no podrán recuperar nunca y aquí son castigados por harpías; además están los derrochadores que destruyeron y desgarraron su sustancia son mordidos por perras negras hambrientas y desnutridas. En el tercer y último cerco están los violentos contra Dios, así los blasfemos están tirados sobre arena ardiente bajo la lluvia incesante de fuego; los violentos contra la naturaleza, aquí se señalan los sodomitas quienes corren incesantemente bajo el fuego y finalmente, los usureros, quienes están sentados bajo la lluvia constante de fuego.
Dentro de los poemas de la Divina Comedia se observa que hay exclusivamente un aspecto del submundo del mal dedicado a la violencia, el cual a su vez esta subdividido de acuerdo al daño que realiza el hombre a sí mismo, al prójimo y por supuesto a Dios.
La referencia a esta obra literaria es presentada a esta altura del discurso, por considerarla que es un testimonio de la presencia de la violencia a través del tiempo como fenómeno humano, así como también, a la importancia mostrada por el hombre y su trascendencia humana.
Con las leyes evolutivas y los estudios recientes sobre los procesos bioquímicos y neurológicos se ha hecho posible una biología de la violencia humana. Los estudios de Dawkins sustentan que los individuos obran para difundir sus propios genes. De acuerdo a su explicación, “el individuo es una máquina de sobrevivencia programada para hacer lo que sea mejor para sus genes considerados en conjunto. […] La selección natural favorece a los genes que controlan a sus máquinas de supervivencia de tal manera que hacen el mejor uso posible de su entorno” (28), incluyendo el mejor uso de otras máquinas de supervivencia. Las moléculas y los genes siguen las leyes naturales, leyes que en alguna medida gobiernan al comportamiento humano.
De allí que se mantenga que cuando creemos ejercer nuestros propios principios morales, estamos obedeciendo a exigencias de nuestros propios genes. Por lo que sobrevivimos como individuos y como especie, contando inclusive con la agresividad y la violencia.
En cierto sentido se puede pensar que las explicaciones científicas pueden resultar cínicas o inhumanas pues se pudiese pensar que la dignidad humana se bajaría al nivel de las moléculas de los genes. El problema es que la realidad arropa los argumentos morales y los datos científicos de las ciencias biológicas. Se puede incluso argumentar que buena parte del problema de la violencia es que desconocemos justamente la naturaleza humana. De allí la necesidad de estudiar y reconocer los mecanismos genéticos que impulsan la violencia tanto como las emociones instintivas que las propician (24).
Es importante destacar que las neurociencias han hecho posible la demostración de circuitos cerebrales previamente impresos que nos hacen reaccionar de manera estereotipada frente a situaciones que nos atemorizan como la lucha o la huida hasta comportamientos más elaborados que implican un complejo memoria-huella mnémica como sucede con las fobias (29). Estos circuitos se han fortalecido a lo largo de la evolución y han favorecido la respuesta de supervivencia de los individuos.
Así pues, esos mecanismos biológicos hacen que se anticipen las reacciones de alarma y así nuestros músculos se tensen y actúen para la huida o la lucha, acompañado generalmente por el componente emocional del miedo o la cólera. Cabe señalar que estos mecanismos pueden activarse ante un peligro real o que tan solo sean percibidos como estímulos agresivos.
Conviene destacar que se ha descubierto que la amígdala cerebral se activa inmediatamente ante el peligro. Pero también, puede activarse ante el dolor o recuerdos traumáticos que dejan huella más allá de cualquier control racional produciendo miedo y agresividad. En este sentido el funcionamiento de la amígdala cerebral puede explicar el comportamiento agresivo de algunos individuos sin causa aparente, los cuales pueden a partir de estímulos externos o elaboraciones internas inadecuadas producir una conducta violenta socialmente inexplicable e inaceptable.
Dentro de este marco, Ostrosky-Solis refiere que en sus investigaciones se ha logrado obtener resultados que permiten establecer que quienes matan a sus semejantes son víctimas a su vez de factores combinados del ambiente y fisiológicos que dan por resultado patrones mentales diferentes a las demás personas (30). Vale la pena señalar que en estudios recientes se ha expuesto que las personas violentas presentan alteraciones neuronales, congénitas o causadas por algún golpe en la cabeza, localizadas en la amígdala o en la corteza órbito-frontal, región involucrada en la toma de decisiones y cuya función es monitorear lo que decimos o hacemos.
Otro factor que puede desencadenar la violencia puede ser una deficiencia en la producción del neurotransmisor denominado serotonina. Se ha descubierto que el grado de impulsividad depende del nivel de serotonina en el cerebro. Otro factor interesante es la concentración de testosterona en los niveles sanguíneos que influye en la presencia de agresividad. También el estudio de Ostrosky-Solis ha detectado que las alteraciones genéticas, en especial el gen que contribuye a la producción de