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Entorno familiar y drogadicción en adolescentes. Una cuestión cultural

emocionales que suelen acompañar a la adolescencia pueden llevar a los jóvenes a buscar afecto y comprensión en amistades que los predispongan a las adicciones. El amor debe expresarse con evidencia y claridad suficientes, porque a veces los hijos no se sienten amados, a pesar de serlo.

Indiferencia.

Cierto abandono afectivo que deja traslucir que los hijos no tienen la prioridad para sus padres puede manifestarse en múltiples formas: por ejemplo, dándoles dinero y cosas en lugar de dedicarles tiempo y atención porque los compromisos laborales y sociales están siempre antes que sus hijos. Se llega al extremo de que los padres no conocen a sus hijos, no saben cómo piensan, qué les preocupa, si sufren o no, o si tienen problemas en la escuela o con sus amigos. A veces los padres se refugian en un falso respeto a la intimidad e independencia de sus hijos, aduciendo que tienen en ellos una confianza absoluta. Un muchacho con dinero y poco afecto es presa fácil de las amistades que sólo buscan las parrandas; y a la larga, es muy probable que también resulte una víctima más de la droga. Cabe señalar que esta indiferencia por parte de los padres puede llegar al total abandono de los hijos.

Manejo inadecuado de la disciplina.

El lógico deseo de independencia que alienta en todos los adolescentes hace que la administración de la disciplina sea mucho más difícil en esa edad, debido a lo cual los padres pueden optar por los extremos: o la rigidez absoluta o la permisividad total. Esta última consiste en dejarlos hacer lo que quieran, sin imponerles ningún límite o control, y sin saber en qué tipo de ambientes se mueven sus hijos; y ello cuando están en una edad especialmente vulnerable, cuando aún no tienen la madurez ni la experiencia necesarias para enfrentar los riesgos de las malas influencias, a lo que se suma el que no encuentran en sus padres apoyo suficiente. Todo esto constituye un serio problema.

Por otro lado, los padres rígidos limitan y controlan tanto a sus hijos que les impiden llevar la vida social propia de su edad. El adolescente nunca obtiene permisos, y si se los dan, los horarios y las restricciones son excesivos e inflexibles. El engaño, la rebeldía o la personalidad débil son las respuestas de los muchachos ante una normatividad tan estricta.

Por su parte, los padres que se oponen a todo no respetan el uso gradual que de su libertad pueden hacer sus hijos a medida que van creciendo. Estos padres consideran que todo debe prohibirse porque todo está mal, pero así sólo producen un fuerte descontrol moral y, paradójicamente, obtienen lo contrario de lo que pretenden: hacen que sus hijos sean más frágiles ante influencias negativas y quedan más expuestos al consumo de sustancias adictivas.

La permisividad y la rigidez predisponen en igual medida al desarrollo de problemas de adicción en los jóvenes.

Incongruencia.

Cuando los padres no tienen ideas claras sobre la educación de sus hijos o tienen una personalidad complicada, la crianza se realiza a través de conductas indefinidas, impredecibles o débiles: un día rechazan lo que al día siguiente aceptan; se dejan llevar más por sus sentimientos o por sus estados de ánimo que por razones emanadas de un proyecto educativo. De esta manera, establecen normas que no hacen respetar, no aplican los castigos, dicen una cosa y hacen otra, etc.

Sin principios auténticos, sin normas claras y firmes no se puede orientar a un adolescente que atraviesa por una etapa de confusión y desconcierto, todo lo cual contribuye a aumentar el riesgo de incidir en las adicciones. Las normas claras fortalecen la personalidad de los hijos.

Falta de comunicación.

La interrupción de la comunicación entre padres e hijos agudiza las dificultades. Es frecuente oír frases como éstas por parte de los padres: “¡Es inútil! ¡No hacen caso! ¡No entienden, no oyen no quieren escuchar razones! ¡Lo único que les importa es hacer lo que les da la gana!” Por su parte, los muchachos afirman: “¡Con mis papás no se puede hablar! Son muy anticuados y retrógrados; no comprenden; tienen ideas del siglo pasado. ¡No hay que hacerles caso!”

El problema que produce la incomunicación es que los mensajes emitidos con profundo amor caen en el vacío; las manifestaciones de afecto no se entienden como tales; hay incapacidad para intercambiar ideas y opiniones; el sentimiento de impotencia se apodera de los padres, y soledad y desamparo es todo cuanto experimentan los hijos. Sólo prevalecen la pérdida de la confianza mutua y los resentimientos constantes.

La incomunicación también aumenta el riesgo de incidir en las adicciones porque priva a los padres de la posibilidad de guiar y de supervisar, y a los hijos les escatima la ayuda, el consejo y la orientación que necesitan.

Desintegración familiar.

Los conflictos conyugales, la desintegración del matrimonio y de la familia son, por desgracia, harto frecuentes y de consecuencias lamentables para los hijos. La personalidad de éstos, su visión del mundo y su adaptación se realizan en el hogar; son la estabilidad y la solidez del entorno familiar las que sientan las bases de su seguridad psicológica. Los conflictos de los padres, su tensión, su frialdad y su ruptura dejan al niño desamparado e indefenso, lo que repercute en él creando los factores de riesgo de incidir en la drogadicción que ya mencionamos, a saber: pérdida de la autoestima, inseguridad, trastornos mentales y de conducta, desapego de los padres, etc.

La desintegración familiar genera y aumenta muchos de los factores de riesgo de incidir en las adicciones porque resquebraja los fundamentos de la adaptación.

Por ser éste un factor de riesgo que incide en casi todos los demás, es necesario ayudar a las familias a superar sus dificultades y mantenerse unidas (11). Sin embargo, cuando se presenta hay que tomar conciencia de su importancia y manejar la situación con todo el cuidado y la serenidad posibles, tratando de atenuar las consecuencias y de no añadir presiones psicológicas adicionales y rupturas radicales.

Grupos familiares débiles o disfuncionales.

Muchas familias van más o menos su estructura formal, pero en el fondo tienen poco de familia; por ejemplo, cuando no se vive la solidaridad fundamentalmente, los respectivos papeles de los padres e hijos son confusos, algún miembro importante de la familia está real o psicológicamente ausente, está enfermo, tiene algún trastorno de la personalidad o es adicto. (12)

También sucede que algunos padres no viven la autoridad, no establecen controles ni límites o son incapaces por