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Visión fenomenológica del poder en Enfermería

Este término es utilizado a veces con un aire pesimista o despectivo por cierta clase de ser humano, implicando que la condición humana es en general desgraciada o que no puede ser mejorada. Esto se puede asociar a la conocida expresión solamente humano que tiene implicaciones de inferioridad respecto a una fuente comparativa sin especificar. Esta también se puede comparar con la expresión meros mortales en un modo más declamatorio o más melodramático del discurso. Las implicaciones de mayor envergadura de esa postura filosófica, sin embargo, están más allá del alcance de este artículo. En el mismo contexto es fundamental citar que Hannah Arendt en su discurso sobre la Condición humana señala el cambio más radical que cabe imaginar en la condición humana sería la emigración de los hombres desde la tierra a otro planeta. Tal acontecimiento, ya no totalmente imposible, llevaría consigo que el hombre habría de vivir bajo condiciones hechas por el hombre, radicalmente diferentes de las que le ofrece la tierra. Ni labor, ni trabajo, ni acción, ni pensamiento, tendrían sentido tal como los conocemos. No obstante, incluso estos hipotéticos vagabundos seguirían siendo humanos; pero el único juicio que podemos hacer con respecto a su “naturaleza” es que continuarían siendo seres condicionados, si bien su condición sería, en gran parte autofabricada.

Arendt inicia la condición humana (1958) con la relación de un hecho que en la actualidad no parece ya nada extraordinario, el lanzamiento de un satélite artificial: “En 1957 se lanzó al espacio un objeto fabricado por el hombre, y durante varias semanas circundó la Tierra según las mismas leyes de gravitación que hacen girar y mantienen en movimiento a los cuerpos celestes: Sol, Luna, estrellas”. Lo que le sorprende es que la reacción frente a ese hecho, que mostraba la capacidad de la ciencia y la tecnología, no fue de orgullo o de temor sino el sentimiento de un deseo cumplido: escapar a la prisión terrena, la alegría de sentirse liberados de tal prisión. Escapar a la “condición humana”, vivir más allá de los límites fijados, son deseos que se dan en los seres humanos ya antes de que se puedan realizar. En el fondo, el hombre anhela cambiar la existencia humana desde lo dado, por algo “hecho por él mismo”.

Esta idea centra la reflexión de Arendt sobre el problema que cree consustancial al mundo moderno: cómo el “artificio humano” separa la existencia humana del mundo animal y de la Tierra. La escisión entre lo que es capaz de fabricar artificialmente y lo que es capaz de pensar evidencia un problema para el hombre: que acabemos como esclavos de nuestros propios artificios. A ese temor se une otro: que poseemos a la vez la capacidad de destrucción de toda vida en la Tierra y la de “crear” vida. Hannah Arendt expresa una terrible constatación: que la ciencia y la técnica nos convierten en “irreflexivas criaturas” a merced de artefactos que podemos construir, pero sobre los que no podemos pensar. El desarrollo científico-técnico crea, pues, una situación de gran repercusión política. El problema será si hay que adaptar, o no, de forma mimética las “actitudes culturales” al propio desarrollo científico. Si la adaptación plena a aquello que artificialmente construimos es la cultura que debe presidir nuestras vidas o, al contrario, hay que elaborar una cultura no adaptativa sino crítica.

Su crítica del mundo moderno conlleva una redefinición de lo político: hay que entender lo político desde la “acción” y el discurso; desde la creación de un “espacio público” en el que los hombres desde la pluralidad “revelen” su propio yo y formen la “trama de las relaciones humanas”. La posibilidad del “pensar” y de hacer un uso público del pensar mediante el juicio político y el juicio histórico, complementaría esa construcción de un “mundo común”, como espacio de aparición. A partir de ese significado de lo político Hannah Arendt realiza una crítica del “sin sentido” que comporta un hacer sobre el que no se puede pensar. Porque lo terrorífico de la situación es cómo aparece el mundo de los artefactos poseído de una capacidad de iniciar procesos que no sólo escapan al hombre sino que, como si de fenómenos naturales se tratara, pueden llegar a destruir el mundo. Arendt (1993)

Hasta qué punto la acción y el pensar pueden sostenerse desde la actividad científica es ciertamente una cuestión de matices, porque si bien es cierto que los científicos y su actuar han resultado ser de gran resonancia pública y de gran significación política, sin embargo, carecen –en su propia actividad como científicos no como ciudadanos– de la posibilidad de proporcionar significado a la acción. Ello se debe a que actúan en la naturaleza desde el “punto de vista del universo” y no “en la trama de las relaciones humanas”. (P.348)

La tecnología recrea, pues, artificialmente el proceso natural, ese canalizar los interminables procesos de la naturaleza hacia el mundo humano. La consecuencia será la destrucción de los objetos que forman el mundo. Eso es, para Arendt, más peligroso, incluso, que el que el hombre sea esclavo de sus propios productos. Más que la alienación del hombre lo terrorífico sería la alienación del mundo. Arendt, (1996) expresa que:

Todo nuestro orgullo por lo que podemos hacer desaparecerá en una especie de mutación de la raza humana; el conjunto de la tecnología observado desde ese lugar, en realidad ya no se ve como el resultado de un esfuerzo humano consciente para extender los poderes materiales del hombre, sino más bien como un proceso biológico a gran escala. (P. 239)

Bajo las condiciones de la vida humana, la única alternativa al poder no es la fortaleza -que es impotente ante el poder- sino la fuerza, que un solo hombre puede ejercer contra sus semejantes y de la que uno o unos pocos cabe que posean el monopolio al hacerse con los medios de la violencia. Pero si bien la violencia es capaz de destruir al poder, nunca puede convertirse en su sustituto. De ahí resulta la no infrecuente combinación política de fuerza y carencia de poder, impotente despliegue de fuerzas que se consumen a sí mismas, a menudo de manera espectacular y vehemente pero en completa futilidad, no dejando tras sí monumentos ni relatos, apenas con el justo recuerdo para entrar en la historia. En la experiencia histórica y la teoría tradicional, esta combinación, aunque no se reconozca como tal, se conoce como tiranía, y el consagrado temor a esta forma de gobierno no se inspira de modo exclusivo en su crueldad, que -como atestigua la larga serie de benévolos tiranos y déspotas ilustrados- no es uno de sus rasgos inevitables, sino en la impotencia y futilidad a que condena a gobernantes y gobernados. Fernández N (2004) expone que:

En la sociedad humana siempre hay alguien (anónimo, personal o institucionalizado) que manda y que gobierna. Y hay otros (súbitos o vasallas) que obedecen y son gobernados……. El poder es una constante social dondequiera que los hombres quieran vivir juntos organizadamente. Varían las formas de poder y los sistemas de gobierno, pero es una característica de poder el que se encuentra por todas partes: Aparece como un agente necesario de la cohesión social (P. 117).

La sabiduría del poder está imbricada con las formas de gobierno, con las categorías y los tipos de estado, con las formaciones económico-sociales, con las ideologías modernas y sus respectivas formaciones partidarias, con las tipologías de liderazgo, con la autoridad, con la hegemonía, las alianzas, los consensos y disensos, los imperios y subimperios, con poderes locales, nacionales, supranacionales y